AL MENOR DESCUIDO OLVIDARÁS SEÑALES RUTA. Y, DE ESTA VIDA HABRÁS PERDIDO

Una revisión de algunos libros publicados de Christian Anwandter: Dron (Libros del Pez Espiral), Aquí vivía yo (27 pulqui) y Colores descomunales (Lom ediciones). 

Vi por primera vez a Christian en un hangar gigantesco que pertenecía a la imprenta Cooperativa gráfica del pueblo. Las máquinas de una solidez soviética parecían pintadas sobre el fondo desvaído de los planes quinquenales de Perón. Ante ellas un joven poeta chileno presentaba su primer libro en Buenos Aires.

Éramos pocos y parecíamos menos.

Si comprabas el libro (en co autoría con Laura Petrecca) te regalaban dos casitas plásticas de colores, 2 x2,5 cms hechas en 3D, que todavía conservo. La foto portada de Aquí vivía yo es una de estas casitas color rosa sobre un pasto suave y mullido que se conoce como dichonda.

Hace días que tengo sobre el escritorio tres libros de Christian Anwandter, tan cerca que el dedo izquierdo con el que tecleo roza el papel. Los aparto para hacer clases, pongo marcadores cuando quiero retener una imagen y, al volver, me quedo en las líneas de la página del frente que creí haber leído y que ahora me resultan desconocidas. Me acerco, me alejo, voy y vengo una y otra vez.

Según John Berger, al repetir siempre estos movimientos; acercarse para escrutar, alejarse para asociar, la escritura aumenta su intimidad con la experiencia. Y es lo único seguro que siento en mi lectura, que estoy ante el resultado de una experiencia que comenzó con Aquí vivía yo, continúa en Colores descomunales y sigue con Dron. Hay uno más, Para un cuerpo perdido, que no conozco. Durante estos años Christian volvió a pasar por los mismos lugares una y otra vez, fue y vino, aumentado, contrastando, derrapando, torciendo, derrumbando, la infancia, la casa, la memoria, la imaginación, la lejanía, lo impensado, lo incomunicable. Lugares por los que muchos y muchas pasamos y que la insistencia de Anwandter ha vuelto repentinamente extraños.

La segunda vez que me encontré con él fue en una jornada de literatura chilena contemporánea en la Ciudad Internacional Universitaria de París. Christian había estudiado en París VII y conocía el lugar. Caminamos por entre esas anacrónicas residencias, una constelación de ismos, modernismo, minimalismo, industrialismo, formalismo… que alguna vez tuvieron la misión de “contribuir a la comprensión y la amistad entre los pueblos… a ideales humanistas y pacifistas”.

Lo que vimos fueron cáscaras agujereadas por el tiempo. Puertas adentro, en la literatura chilena contemporánea, reparé en que Christian era el que más preguntas hacía después de las ponencias. Noté que se refrenaba por miedo a incomodar, cuando lo que buscaba era pensar más allá. Podría decirse que le picaba la curiosidad. En Colores descomunales aparece esta imagen: sí, mis manos son espinas de pensamiento.

Dron hace sentir que las espinas entraron tan hondo que Anwandter se vio obligado a escribir con ellas adentro.

Hace unos meses nos visitó un amigo fotógrafo que tiene un dron. Tomamos un camino rural y fuimos hasta el puente de fierro por el que supuestamente pasó Juan Manuel de Rosas en 1755. El dron subió y subió hasta que la casita rosa de 2×2,5 en la dichonda se dejó de ver. Alcanzado ese lugar de máxima distancia, Dron procede a correrse de los lugares amados, del recuerdo, la comprensión, la imaginación. Únicamente lo percibe y se comunica con él, su operador.

Ya en Colores descomunales aparece esa distancia con el lenguaje: chamuscadas palabrotas, ruido silenciado, matuteo de ideas mayoristas, letra muerta que carcome, sintaxis masticable, pobres esponjas de lo real, ¿a qué me apunto cuando pongo en contra unas a otras las palabras? Visualmente, los poemas se van adelgazando, incorpora garabatos, modismos, como si le costaran las palabras.

Al comienzo de Dron hay cinco páginas negras. En letras blancas se cuenta que cuando los poemas estuvieron terminados, o eso creyó́, el autor vio una película sobre la construcción de la réplica de la cueva de Chauvet, y que escribir sobre la copia abrió́ una incomodidad. Ciertos hermeneutas creían que entre las letras escritas en tinta negra había otras en tinta blanca indistinguibles. Cifrar, idear combinaciones numéricas, alterar, mover, combinar, borrar, tachar, insertar, plagiar, ejecutar… todas formas que usaron para ir hacia lecturas más y más profundas.

Cuando Dron se corre, lo que hace es ir hacia la copia. Es en la copia, en lo aparentemente nuevo, en lo artificial, en la réplica donde su operador va a leer lo oculto. A veces hay que tener cuidado con el sentido, leo casi al final de Dron, antes de que aparezca el caso del sol, el punto más caliente no está cerca de las llamas.

La imagen final del sol me remite a Alsino de Pedro Prado, el niño herido por el mundo que se vale de esas alas -nacidas de la joroba que le crecieron la primera vez que cayó- para volar hacia el sol; en el caso de Dron, un sol instalado en medio del patio central del Mall, obstaculizando a veces las telecomunicaciones.