Por dos caminos se puede leer a Antonio Gil (1954). Una es leer los jueves su columna en la página de cultura de Las Últimas Noticias, donde se ha mantenido por muchos años incluso enmascarándose como cronista gastronómico usando un seudónimo. Otra es seguir su obra literaria, que empezó con libros de poesía en los años ochenta para después pasar a la narrativa, en la que lleva más de diez publicaciones, según se informa en la nota autoral de Tríptico del secano (Sangría, editorial que ha publicado sus últimos libros) y que lo postula al Premio Nacional de Literatura, que este año corresponde a prosa.
Viajamos a verlo a su departamento en el barrio Bellas Artes de Santiago. Nos abre con su perro. Tiene las mangas arremangadas, sus brazos son un mapa de tatuajes de experiencias y simbolismos. Con ellos saca las latas de Cusqueña del refri.
Su intimidad parece una instalación del imaginario creado alrededor de una imagen de provocador, desparramada en varias entrevistas que conserva la Biblioteca Nacional Digital. En su living, hay cuadros rupturistas de distintos pintores con los que ha trocado su escritura para catálogos. A veces recuerda sus nombres, a veces no.
Hay un libro abierto en el suelo parqué, es de crónicas de Joaquín Edwards Bello sobre Valparaíso, porque sabe que de allí venimos. En distintos lugares hay cajetillas de Lucky Strike vacías. El pasillo tiene un colgador de sombreros, el baño está lleno de batas, porque es uno de sus hábitos. La taza está llena de pelos separados por un chorro de cloro que inunda la percepción.
Toda entrevista es el recorte del diálogo. Que, en este caso, fue llevado por Gil como sus novelas, llenas de historias mitificables y digresión que contenemos para filtrar la literatura. Porque su prosa es especial, sacudida, recargada. Revisita hechos notables de nuestra historia: la época de Balmaceda, Durruti en Chile, Diego de Almagro, son ejemplo de lo recuperado para su ventriloquía.
apuntará avanzada la conversación. Porque partimos sacando el libro número 2 –así lo dice en su lomo– de Ediciones Libros del Ornitorrinco: Los lugares habidos, su primer libro de poesía.
–¿Cómo hicieron mil quinientos ejemplares de su primer libro, en un tiempo complejo?
–Me acuerdo perfectamente como lo hicimos, huevón. Yo era socio de esta editorial de Libros del Ornitorrinco con Sergio Marras, la creamos. Publicamos algo de alguien antes, alguien que no me acuerdo y después este. Yo en ese tiempo vivía con Marcela Serrano…
–A quien está dedicado el libro.
–…tuvimos una hija que ahora tiene cuarenta años, como el libro. El viejo una vez al año nos regalaba una moneda de oro, que en ese tiempo eran más baratas porque hoy están a setecientas lucas. Juntamos una cachá de monedas, y esas monedas las vendí y con la plata pagamos el parto y la publicación. Una sincronía cósmica entre el nacimiento de mi hija Elisa y la publicación de Los lugares habidos. La foto de portada es la casa donde nací, pedí que la pasaran por una máquina infernal y que quedara como una mancha.
–El libro fue presentado por Raúl Zurita.
–Yo participaba el año setenta en un taller literario, el único taller literario al que he ido, porque lo daba Enrique Lihn, que me fascina, y estaban ahí varios, Hernán Castellano Girón…
–Vivió en el litoral central, publicó Llamaradas de Nafta.
–Que tiene un libro precioso que se llama Sonetos del barroco alcohólico. Tenía un aspecto bien especial, parecía un esquimal y era muy cariñoso. Nos escribimos antes de morir por Facebook. Era científico…
…(onomatopeya de abrir cerveza, suya)…
…venía yo del campo todos los días lunes al taller de la Católica, en la casa central. Y ahí venían, porque había algunos que recibían una plata que era poca, como todas las cosas que tienen que ver con la literatura, que era como una especie de ayuda, para que viajaran y para que se comieran algo en el camino, Zurita y Juan Luis, que escribían juntos. Raúl fue siempre muy cordial, las pocas veces que me veía se me acercaba allá en la Quinta región. No me gusta decir Quinta región. Un invento de los milicos esa hueá, y un pésimo invento. Qué chucha tiene que ver San Felipe con las Rocas de Santo Domingo. La regionalización de Chile es de las cosas más imbéciles que se han hecho. La constitución debería eliminar esa hueá…
…(onomatopeya de abrir cerveza, la mía)
…En qué estábamos, en que el primer libro, Horacio Serrano Palma, un connotado columnista de El Mercurio, que escribía unas cosas cortas, preciosas, el hombre más extraordinario y extravagante que yo he conocido. Tenía la mente en otra parte. Iba a misa, pero leía el Bhagavad-gītā, Pa´ cacharme me preguntó de qué Antonio era, si me equivocaba me condenaba. De Padua, le dije..
…A continuación, nos cuenta la historia del santo. Suena el timbre. Es Kika. Se abre otra cerveza. Se acostó a las siete de la mañana, cuenta. «Eso es todos los días. A pura cerveza, a veces salgo a un lugar donde hay gin, eso es una perdición. Ahí voy con el perro, porque me trae de vuelta». La Kika se levanta a mirar y le dice que «encontrará un desastre. Así son las casas donde viven puros hombres. Mucha testosterona». Aparece su hijo, que está con su nieto en la pieza.
…(onomatopeya de abrir cerveza, la de ella)
–¿Y cómo hicieron circular los mil quinientos ejemplares?
–Es muy fácil, igual que ahora. Hay tres o cuatro librerías, los llevas en una mochila y los dejas a consignación. Yo creo que muchos se perdieron, otros se regalaron.
–¿De dónde salió el colofón de El Ornitorrinco? («En un perdido rincón del planeta los ornitorrincos se extinguen. Con seguridad, no hay en toda la Tierra seres que luchen con más empeño en sobrevivir en ella». Para cuando sale Cancha rayada, su segundo libro de poemas, han editado Lumpérica de Diamela Eltit y Dorando la píldora, de Ariel Dorfman).
–Esto yo lo escribí con Sergio Marras, para darle un sentido al ornitorrinco, la idea de la extinción de la poesía que no íbamos a permitir. Estos libros son los que más rápido pasaron la censura en Chile. Los llevé al Diego Portales, los entregué, y pensé, «puta, me van a tramitar», al día siguiente estaban autorizados. No entendieron ná po huevón.
-¿Y qué iban a entender? Si parte homenajeando a Álvaro Peña.
Aunque también pude ser El Chileno de la
Nariz
Riente
Y beber mi propio esperma. Los sabes
Desvelado por otras montañas.
–Una vez me llamó a la oficina. Me dijeron «te llama un huevón muy raro: el chileno de la nariz cantante». Yo había escuchado que existía, que tocaba en una banda punk y cantaba con la nariz, eso dicen. Y hablamos, y me agradeció que lo haya mencionado. Quedé con ganas de conocerlo, pero no se dio. El chileno de la nariz cantante suena a exilio, a exilio triste, huevón. Hablo de mí, ahí.
–En sus novelas hay inserción de citas —como la de El corto verano de la anarquía en Apache y del diario El Ferrocarril en Carne y jacintos— y también documentación. ¿Cómo usted elige qué se inserta y qué es trasfondo?
–Lo que pasa es que la cita de El corto verano de la anarquía es ya una cita periodística, de una historia que tiene dos o tres versiones. No pudieron enterrar a Durruti, tuvieron que suspender el funeral y llevarse de vuelta a la CGT, porque había un barrial y no habían llegado los huevones con las palas, y lo enterraron para callado al día siguiente pero el funeral ya lo habían hecho. Otra cosa que desaparece, que la hacen desaparecer, porque la izquierda es muy mañosa, yo soy de izquierda pero esas cosas que hay que decirlas, a Durruti le gustaba mucho un himno que se llama Angustias, y en el mismo momento que tocaban Angustias una patrulla ejecutaba en Madrid al autor de esta música. Es una marcha fúnebre, no es el Réquiem de Mozart, es una que podría tocar el Orfeón de Carabineros.
…(onomatopeya de abrir cerveza, las nuestras)
–En el caso de la cita de El Ferrocarril, ¿va a la Biblioteca Nacional a buscar esos documentos?
–Yo fui por cumplir con un ritual, a buscar información de los curas jacintos, el expediente, la discusión, puta, [no había] nada. Yo en ese tiempo todavía podía entrar a La Moneda, tenía un carnet, cuando vivíamos en esta democracia media aguachenta, la que nos tocó después de la Dictadura. Parece que pasaba a mirar a las pacas, de caliente era la huevá. De repente me encuentro al Pancho Estévez, que estaba a cargo de una organización que se llamaba de Asuntos Sociales, y nos sentamos por un café o una bebida, veo que tiene lleno de libros porque se había separado y le tiraron todos los libros por la ventana, de a uno. Me pregunta de dónde vengo, y le digo que vengo del archivo del Poder Judicial, que estoy buscando información del primer caso de pedofilia en Chile, de los curas jacintos, porque mi tesis es que la elite chilena es una elite sodomizada, violada por la Iglesia Católica, a la que todavía defienden. Vuelvo a La Moneda, todavía no se me va la onda, pese a que estamos colgando de un hilo. Me dice «yo tengo algo que te podría interesar» y se para automáticamente y saca tres tomos empastados de El Ferrocarril, donde vienen las transcripciones de las cosas que se dijeron en los juicios. Hicieron lo mismo de ahora, pescaron a un cura y lo llevaron para allá y otro para acá. Es un grupo de crimen organizado la Iglesia Católica. Uno puede ser creyente, uno tiene alguna fe más bien estética, pero a esta organización criminal los voy a atacar hasta que desaparezcan. Según mi editor, ese libro fue clave en la destrucción definitiva de la Iglesia Católica en Chile. Es mucho ponerle, pero allá con su fantasía cada quien. Él quiere ser el editor de esa huevá. ¿Vamos a almorzar?
Vinicio Cordeiro
Ese fue el seudónimo que ocupó como cronista gastronómico Gil, sus columnas incluso terminaron en libro. Cruzamos la calle mientras criticaba un restaurant otaku por su uso del pan en los postres y habla fuerte desde fuera encadenando este momento con los de anoche. Todos miran al hombre de los brazos tatuados, anillos y sombrero, hasta que sale la dueña, que nos da un espacio dentro y lo hace prometer portarse bien esta vez. Llega el garzón a anotar las cervezas y la comida que pediremos, estofados de conejo para nosotros y osobuco para él.
Le pedimos que recuerde su etapa universitaria mientras suena un piano tranquilo que no nos dejará en esta etapa de la velada. «Habíamos muy pocos, había arrancado yo creo la mayoría. Ciencias Sociales era una carrera maravillosa en la que estuve ocho años, yo disfruté muchísimo y no tenía la intención de sacar ningún título, ¿para qué, huevón? Tenía, por ejemplo, prospectiva, que era futurología. Una profecía chica era la única prueba al año que era un uno o un siete. O historia de dios. O Geografía urbana I, II, III, IV. O Ecología I, II, III, IV. Tenía muy buenos profesores».
–¿Qué significan tus anillos?
–Este es un memento mori. Este es un anillo de familia, que hay que ser siútico y muy cara de raja para usarlo, este es de plata que hay usarla para protegerse y este es un Valknut, el nudo del guerrero muerto. Es un nudo que une al guerrero que está vivo luchando con el guerrero que ya murió. El guerrero muerto que le está dando la fuerza de su espíritu al guerrero vivo. En algunos países está medio prohibido por la asociación al Nacionalsocialismo, que tú sabes que es una huevá que les encanta cargar la tinta.
Aparece la historia de un hombre que le deja libros nazis. «Me está provocando», concluye.
–Entre la censura que viviste entre los setenta y ochenta y la que vivimos hoy, ¿cuál te parece peor?
–Esta, porque la otra era una censura propia de una dictadura, pero la democracia se suponía que tendría libertad de expresión o de pensamiento. Es una cosa falsa, está lleno de cosas que no se pueden decir. Yo estoy un poquito viejo de deconstruirme, yo creo en el respeto. A mí no me hueveen. Para mí la lucha más importante es la de las mujeres, porque las mujeres comprendieron la relación con la clase obrera. Entre los rayados [de La Revuelta] el más poderoso que le saqué fotos es «Igual pega igual paga». Sobre todo si pensamos que el ochenta o noventa por ciento de los hogares los mantienen las mujeres, huevón. Hay una pauperización de la sociedad producto del no pago justo del salario de la mujer. Y de eso se va a preocupar el gobierno de Gabriel.
–¿Votaste por él?
–Sí. Va a ser un gran gobierno y le van a colocar todo tipo de objeciones. No hay que esperar grandes huevás, si uno sobredemanda se sobrecalienta todo. Espero que suban el salario mínimo. Yo lo pondría de dictador, ná de huevas.
Llega la dueña a saludarlo, ya la hora de almuerzo se esfuma:
–Ayer te portaste mal.
–Ayer me porté como las pelotas, querida amiga.
–Pero como te queremos mucho, no te tomamos en cuenta.
–Pasé cortito anoche porque había un amigo comunista afuera celebrando el triunfo.
–Pues tú sabes que esta es tu casa.
–Yo sé.
–Entonces yo digo que ese señor tiene chipe libre.
–Voy a agarrar papa.
–Es que te queremos mucho. Un día malo lo tiene cualquiera. Tómatelo de cariño eh, porque yo te lo digo de verdad, yo no miento.
–Yo sé.
Anota el postre, milhojas para nostroxs y café para él.
–¿Qué dicen las comidas de nuestros pueblos?
–Dicen de la austeridad, de la falta de remilgo, dicen del frente de guerra que hemos sido siempre. Aquí no hay tiempo para hacer suspiros limeños. Incluso la cazuela ni siquiera tiene nombre, porque cazuela es el recipiente donde se sirve. La comida chilena es cuartelera, es deliciosa, se come para trabajar. Yo encuentro que es la más deliciosa de todas. Pero no hay locales de comida chilena. Vai al Liguria y pides porotos y no tienen gusto a ni una huevá y cobran como si fueran estupendos.
Trae el garzón junto a la jefa los postres, el café, y Gil insiste con sus disculpas con el hombre, que parece un monje shaolin, por su calva y la paciencia:
–Yo sé que me porté maleducado con usted, y yo lo quiero mucho –le dice al shaolin.
–El único que perdona si es que existe, es el que está en el cielo.
–Ya está, que Manolito le perdona todo –interrumpe la jefa.
–Las órdenes de la jefa no sirven en este caso, pero este viejo culiao no tiene corazón.
Vuelvo a preguntar.
–¿Las contratapas las escribes tú o Sangría?
–Sangría, huevón. Y son bien malas. Los de Secano, o Rulo, son campos donde no hay riego, que se riega solamente con la lluvia. Entonces, porque como ellos son rojos extremos (pero en Brooklyn huevón, ya está con unos rayes, él considera que este gobierno de Boric es una huevá reaccionaria, y) ponen ahí: «No es sequía es saqueo», y no pueden saquear el agua porque nunca ha habido más de la que cae del cielo. Yo leo esa huevá y digo conchemimadre, perdón, que es una expresión mariana, no estoy hablando de mi mamá.
Decide intempestivamente volver a Apache y la investigación:
La que yo investigué más fue en la Durruti, porque soy un huevón loco. La serie de las pistolas es la serie de las pistolas. Las patentes de los autos son las patentes de los autos. La descripción del auto del cura que matan, es perfecta.
–¿Cuál es la fascinación con otras épocas? Porque has escrito de Almagro, Mulato de Gil, etc.
–Porque esta no la comprendo. Las otras sí las comprendo. Yo nunca hablo de novelas históricas, son novelas que tienen que ver con el tiempo. Hay un truco que le compré a Borges: el lenguaje contemporáneo no es creíble, nunca se logra. En cambio, si yo escribo una novela ambientada en los años treinta, va a ser verosímil. cuando estoy inventado castellano antiguo, es una simulación, es engaño. Uno está lleno de trucos. El truco del lenguaje, el truco de atacar a huevones que te caen mal.
–En una novela sale Tal Pinto, el único crítico que te ha objetado.
–Es un pobre y triste huevón, el de la novela, no el crítico que es un hombre muy respetable. Es otro Pinto. Yo soy malas pulgas, si alguien me crítica mal me quedo caliente. Espérate un ratito conchetumadre. Tengo cierta certeza de que mis huevás no dirán cosas muy terribles.
–Autorxs como Álvaro Bisama, Patricia Espinosa y Alejandro Zambra escribieron bien de ti. Hoy hay puentes cortados eso sí, entre tu generación y lxs lectorxs. ¿Por qué crees que pasa eso?
–Porque creo que cambian las convenciones narrativas. Y la convención narrativa que ayer funcionaba queda obsoleta por el progreso humano. En enriquecida por otros elementos y otras alternativas como la cita u otras cosas que yo uso, que para otro escritor de otra generación es absurda. Lo que hacen es enriquecer la escena en la cual transcurre. Me encantan las citas porque te retrotraen. La escritura es ritmo, funciono con ritmo cuando escribo. Busco una gramática hipnótica, básicamente repetición, porque la literatura tiene que hipnotizar, busco la bilocación, es decir tú estás aquí leyendo y estás en el lugar donde el texto sugiere; estás en dos lugares. No es fácil, pero es fascinante.
–Tu primera novela recibió un premio.
–El premio me lo dio Piñera. Tuve una pelea. Me equivoqué de editorial, huevón, le di las gracias a la editorial Los Andes en vez de la Andrés Bello. Y fue Piñera y me dijo «no te voy a dar los tres mil dólares, huevón». Y le dije «metételos en la raja». Me los dio.
–Justo apareces en la época de la Nueva Narrativa, hoy muy criticada.
–Empezó a haber una prosa facilista, este niño compró un huevito, este le echó la sal, un plano…si no soy capaz de construir una foto o un texto que tiene más de una significación, no lo hagas, o simularlo, puede que no los tenga, pero insinúa que sí lo hay para que tenga un espesor corpóreo. Tengo problemas con huevones putifrunci como Gonzalo Contreras, tan consciente de sus obras, no me gustan, yo soy más bárbaro. Hay huevones que están presos de la norma, ya existió ya, rompamos el molde, juguemos. Pongo la y donde quiero y corto una línea donde se me para la raja.
Un remate Araucano
Volvemos a su departamento, nos mandamos el bajativo porteño que le trajimos de regalo.
–Usted menciona que Valparaíso es una ciudad literaria, en contraste con Santiago.
–Santiago es lo menos literaria, es que vive mucha gente hueona. No Santiago, el santiaguino, la gente anda preocupada de tonteras. Para que un lugar sea literario la gente tiene que estar interesada y mirar con el corazón.
–¿Cuál fue el primer libro que recuerda, de forma significativa?
–Recuerdo Salgari, Sandokan. Hay uno de Conan Doyle, que se llama El mundo perdido, que hay un tapir, unas formaciones geológicas altísimas que son inexpugnables, tan inexpugnable que hay flora y fauna endógena. Ahí captura un pterodáctilo, la idea me mata, un dragón, para demostrar que hay vida extinta. Y cuando van llegando a Londres se les vuela, se va. Tengo miedo de ver a alguien y que nadie me crea.
–Hace muchos años escribes columnas en LUN. ¿Cómo lo haces?
–Las escribo los lunes. Y lo voy a hacer, y me va a resultar, y les va a gustar a los que lo lean. Esa es la certeza que tengo. Es LUN no más, no es Le Figaro.
–¿Se puede hacer obra en prensa?
–Obra, no sé, no creo. Es papel pa envolver pescado no más. Ahora ¿es un género?, sí. Me han ofrecido varios hacer recopilaciones de crónicas y no me interesa esa huevá. Cumplen una función y se van, no me interesa perpetuarlas.
–Tú escribiste también en La Nación, que ya no existe. Fuera de la polémica con cierta facción judía por una columna, nunca hubo voluntad de volver a imprimirla tras su cierre en Píñera I.
– Hay una mala voluntad, la verdad es que tristemente hay que decirlo, el empresariado, la élite y la oligarquía son una sola institución, cuyo principal propósito y objetivo es mermar los objetivos del pueblo en su beneficio. Es la misma élite, son doscientos.
–Sangría te está postulando al Premio Nacional de Literatura.
–El ejercicio me fascina, aunque creo que ya está arreglado. No creo que me falten méritos. Creo que es un premio que merezco, tampoco es que me vuelva loco. Es un premio chico, no es el Nobel la huevá. No creo mucho en los premios, pero ese es un premio simbólico. ¿Sabís quién lo merece principalmente? Un fenómeno, voy a ser serio, voy a redactar lo que digo: el fenómeno de las editoriales independientes, que han hecho posible la difusión y el conocimiento, en números mayores o menores de lectores, de toda la producción literaria que se ha producido dentro de los últimos veinte años. Sin el concurso de aquellos editores independientes, que han hecho todo tipo de esfuerzo, desde la venta en verde en libros, o sea se han dado todo tipo de mañas, para evitarnos las saldadoras de libros, las grandes editoriales españolas, que vienen a saldar libros a Chile, que vienen a darles instrucciones a los escritores de cómo deben escribir un par de huevás para que un libro se venda. Escriben una novela con un maricón que se va todas las tardes al cerro Santa Lucía y es pituco, no sé si te va a sonar conocido, y anda lagarteando allí, y es buenmozo el huevón. Las editoriales indican qué tienen que escribir, el marketing, pa eso dedícate a fabricar tallarines. La literatura tiene que tener libertad absoluta para fracasar rotundamente e irse a la chucha y escribir un libro como el pico. Tá rica esta huevá [El Auarucano]. El premio se le da a un escritor que ha hecho su recorrido literario, no me gusta carrera porque no es una carrera y es una palabra huevona, y si lo ha hecho en una editorial independiente será un reconocimiento a la importancia que tienen. Por una postura política no tengo interés más que en publicar en editoriales independientes. No es nuevo, es como Carlos George Nascimento.