Balneario

Balneario

José Fliman

Editorial Cuneta

94 páginas

Con la publicación de Balneario, su primer libro, José Fliman se apunta a la constelación de los «escritores tardíos», aquella en la que figuran Penélope Fitzgerald, Edgardo Cozarinsky o José Saramago, entre otras y otros. Balneario es un delgado volumen de ocho relatos, merodeados o de frentón acechados por un «espectro de muerte». Su lectura por momentos asoma hilvanada a la idea heideggeriana de que la existencia humana solo cristaliza su sentido en vista del límite finito establecido por la eventualidad de morir, aquello que el filósofo alemán llamó «ser-para-la-muerte». Sobre el ver y el cristalizar me referiré luego para extender algunas de sus implicancias. Antes de ello es importante destacar que los relatos mejor logrados del libro son aquellos en que el remate no es tan abrupto, aquellos de una extensión un poco mayor, a pesar ―o más allá― de la brevedad del volumen. Hago alusión a cuentos como «La deriva», «Jean Bon Dieu» o el que da título a la publicación. En ellos la narración sumaria intercala distintos planos temporales o espaciales, dándole una respiración y una pulsación acompasada al ritmo de los relatos, instaurando un vínculo más resuelto con sus intensidades, con sus movimientos de expansión y de contracción. Lo que proyecta que el autor pueda llegar a tener un desempeño auspicioso en el medio fondo narrativo, aquellas formas conocidas como novela corta o cuento extendido.

Ahora sí, dicho lo anterior, vuelvo sobre algunas de las posibilidades de sentido del ver y el cristalizar en este libro. Y es que Balneario parece tener un protagonista tácito y, aparentemente, insignificante. En sus ocho narraciones se reitera la presencia circunstancial de cristales, a partir de diferentes formas, ya sean los sujetos que se observan frente al espejo en «Antes que se enfríe», «Jean Bon Dieu», «Demora el cerdo en morir» o «Estambul», los vidrios que se rompen en «Balneario» o «Transplante», o que no llegan a ser quebrados pero sí golpeados como «Chaquetas amarillas». También se podría mencionar la irrupción del vidrio polarizado en «La deriva», el uso de los prismáticos en el relato que sirve de título al conjunto y del que también se extrae la ilustración de la portada o la vista mediante un espejo retrovisor en el anteriormente citado «Demora el cerdo en morir». John Berger ensayó con perspicacia las relaciones entre la visión, las palabras y nuestros modos de habitar el mundo. Nos persuadió que si bien la vista concreta nuestro lugar en el mundo y damos cuenta de ese habitar con palabras, estas nunca llegan a anular del todo el hecho de que estamos rodeados por ese mundo. De esta manera, hay una correlación inestable e incompleta entre el conocimiento, la explicación y lo que vemos. Es esta tensión la que contribuye a instaurar simbólicamente las apariciones de los cristales en los relatos de José Fliman. La irrupción incidental y reiterada de los cristales en Balneario acecha esta relación de la vista con las palabras y los objetos, dándole una soterrada fuerza al «espectro de muerte» que atraviesa el libro. Una presencia tan iterativa como el desenlace en clave de fatalidad, pero con efectos inversos.

Y es aquí que radica una singularidad de la manifestación de esta presencia en los relatos. Algunos filósofos contemporáneos han querido interpretar que el uso del cristal en la modernidad «proyecta una generalización normativa del tedio» (Peter Sloterdijk). El asedio simbólico de los cristales en el tardío debut narrativo de Fliman fisura esta promesa.

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