Beats, rhymes and life…

Para Raymond Williams las formas son, por sobre todo, una relación. Un tipo de vínculo que involucra a modos sociales y proyectos individuales, tensados y destensados, a su vez, a partir de las presiones que proporcionan las experiencias y las prácticas. Por las formas, entonces, circulan las posibilidades formales, perceptivas y de lenguaje en su intento por asir lo viviente. Por ejemplo, ¿cómo se cuenta, piensa o expone sobre un género musical? ¿qué asociaciones se establecen entre las formas de la literatura o la escritura y los géneros de la música? ¿qué tensiones asoman en esa relación? Avizoro lo anterior pensando en un estilo musical en particular, el Hip Hop; en un territorio en específico, Chile; en un circuito cultural en concreto, la edición independiente; y pensando, fundamentalmente, en tres libros: Del mensaje a la acción. Construyendo el Movimiento Hip Hop en Chile (1984-2008) (Editorial Quinto Elemento, 2011) de Pedro Poch Plá, Reyes de la jungla. Historia visual de Panteras Negras (Ocholibros, 2014) de Lalo Meneses y 100 rimas de rap chileno (NNCVST Libros, 2018) de Freddy Olguín. Son tres libros que trabajan cada uno con una forma distinta —y sus respectivos procedimientos— para aproximarse a la experiencia y práctica del hip hop en Chile, desde mediados de los ochenta hasta años recientes. El primero de ellos es una tesis de Licenciatura en Historia reconvertida en libro. El segundo es el relato autobiográfico de uno de los indiscutibles pioneros del género en el país. El tercero es una brevísima antología de rimas, extraídas de canciones que atraviesan un arco histórico considerable en su magnitud: 1988-2015. Si las formas son, por sobre todo, una relación, y más allá de los temas y consensos a nivel de relato que enlazan a los tres libros, vale preguntarse ¿qué sentido arraigado en la experiencia del hip hop subyace a las tres escrituras y sus procedimientos? ¿Se da en ellas algo así?

Pienso que sí y creo que esa experiencia es la de la incisión. En sus momentos más intensos y potentes, el hip hop es una incisión, simbolizada en sus elementos constitutivos: el scratch que rasguña el vinilo, la rima que irrumpe en el beat, el graffiti que es una punción en los muros de la ciudad, los movimientos de los breakers que hienden el piso y también sus propios cuerpos. En sus momentos más intensos y potentes (repito y especifico: aquellos que escapan al hedonismo y al placer consumista que ha caracterizado comercialmente a parte del género) el hip hop es, también, una incisión en la historia neoliberal reciente, con la que se encuentra en tensión desde su origen, a partir de las condiciones con las que batalló en sus gestación; las políticas neoliberales implantadas en New York a fines de los setentas. Por eso resulta significativo que, y en su relato chileno, en el videoclip de la primera canción de rap grabada en el país, «Algo está pasando» de De kiruza en 1988, aparezca en un televisor el rostro de Milton Friedman, a quien los miembros de la banda le dan golpes y le hacen guiños. «Panteras Negras, la espina de la transición está aquí» sería, en este sentido, una de las rimas más representativas, en el país, de la incisión  que caracteriza al género. En ella se encuentra cifrada la hendidura que el grupo abrió en la historia de este país, al convertirse Lalo Meneses, por la canción «Guerra en las calles», en el primer músico demandado por el Consejo de Defensa del Estado.

Pedro Poch Plá plasma esta incisión de varios modos en su libro, el cual no es, como él mismo se esfuerza en explicar, una historia del hip hop en Chile, sino más bien una sistematización de prácticas y saberes de tres momentos en que el hip hop se articuló al «tranco del pueblo», para ocupar una expresión de Gabriel Salazar, profesor guía de tesis y luego prologuista del libro. Es decir, tres momentos en que la dimensión autogestionaria del hip hop se imbricó a los movimientos de emancipación popular, a partir de las experiencias de los colectivos La Coalixión, a fines de los noventa, HipHoplogía (H2L), a inicios de la década del dos mil y Red Hip Hop Activista (RH2A), a fines de la misma década. En su trabajo con la forma histórica me gustaría señalar dos momentos de incisión en el libro de Pedro Poch. El primero tiene que ver con su discusión crítica para desmarcarse de un concepto que, a su juicio, desde la década de los noventa fue adoptado por la academia y los medios para sustraerle posibilidades emancipatorias a la juventud. Tal concepto es el de «tribus urbanas» postulado por Michel Maffesoli y que fue usado en para explicar el surgimiento e interacciones de movimientos culturales como el punk o el mismo hip hop, entre otros. En opinión de Poch, se trata de un concepto exitoso sobre todo por su visibilidad estética pero que permite «una lectura sobre el presente, y no desde él». Este postulado en que el autor se imbrica con su objeto de reflexión a partir de su propia experiencia para dar cuenta de dinámicas que la noción anterior solapa, da paso a un segundo tipo de corte que puede reconocerse en el libro. Y esto ocurre cuando en determinados puntos de la construcción narrativa y argumentativa, Poch interrumpe las convenciones del relato histórico en virtud de una ética y política de la memoria, para rendir homenaje a un activista ya fallecido. Es lo que ocurre cuando en medio del relato sobre la historia del género en el país, abre una incisión para contar la vida de Fernando Fierro, integrante del señero grupo M-16, muerto de cáncer en 2008.

Si esta última incisión de Poch ocurre a nivel de memoria, la incisión que desgarra la forma del relato autobiográfico adoptada por Lalo Meneses en su libro irrumpe al nivel de la experiencia personal, para así tajar la reciente experiencia histórica nacional. En este sentido, el capítulo, a mi juicio, más valioso de su libro es «Listos pa’ la guerra». En él, y a partir de la narración de los vínculos rodriguistas que sostuvo desde fines de los ochenta, Meneses logra interceptar su relato autobiográfico a la deriva política del país, a la desvergonzada «transacción» (como la llamó Armando Uribe) que se dio en la transición desde la dictadura militar a la democracia controlada, en un crítica que abarca a ambos polos del espectro político. «Fue una década llena de promesas que quedaron en nada… Los noventa fueron años sin prioridades… Era algo que todos sabíamos que iba a ser así: la corrupción de la Concertación, el blanqueamiento de sus líderes, la transformación desde la lucha fusil en mano a las negociaciones económicas con Estados Unidos para la ‘modernización del país’», señala LB1 en un tono que hace contrapunto con el exitismo con el que se quiso ambientar a aquella década.

Por último, se puede criticar lo arbitrario e irregular de la selección presentada por Freddy Olguín en 100 rimas de rap chileno, pero su procedimiento posee, en sí mismo, una potencia que toma la figura de una incisión. Y es que la forma fragmentaria y dispersa escogida por Olguín involucra una nueva forma de entrar al archivo con el que trabaja, al suspender el contexto del que son extraídas las rimas y entregarles otro, al suspender también su asociación directa a un beat particular para transferirlas a otro ritmo, el ritmo con el que el lector va avanzando por sus páginas. Esta suspensión abre paso a preguntas que permiten, por ende, revisitar el archivo de las letras de hip hop chileno, ¿qué temas y tópicos se reiteran y cobran fuerza? ¿qué técnicas de rimar se fueron imponiendo o desplazando con el paso del tiempo?, entre tantas otras.

Relato histórico, autobiografía, antología fragmentaria y dispersa. Si pensamos en otras formas proyectables, por ejemplo, el ensayo, ¿qué posibilidades podría tomar esa incisión?

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