«A un lado de la cordillera le sellan el dni de elegir sin pensar y, del otro lado, el carné que certifica la duda tortuosa»
Hace tiempo me pregunto qué lleva a unos a emigrar mientras que otros de la misma familia se quedan en el país donde supuestamente es intolerable vivir. De casualidad, en Kiev, asistí a un servicio religioso con los pocos judíos que permanecieron en el país; un hombre se acercó, sabía algo de inglés, y me habló del momento en el que los demás partieron y él se quedó allí para siempre. Se ve que yo esperaba algo más grandilocuente, y olvidé lo que me contó.
Mi editor me pide por primera vez en nuestra extensa relación laboral, que me aboque a un tema para el próximo número de la revista. Nada menos que Argentina. Le respondo que llevo tres años escribiendo aquí los textos que publica allá.
Silencio.
Desde hace dos días que estoy leyendo Una oportunidad. El último libro de Pablo Katchadjian empieza con la negativa del personaje a elegir entre tres brujas que podrían sacarle el embrujo que pesa sobre él. En la segunda página el personaje ha elegido a una de ellas y lo celebra: «¡Elegí! ¡Elegí! Yo odio elegir. Pero me gusta haber elegido sin pensarlo, es decir, no haber elegido, porque me gusta cuando las cosas se eligen solas, sobre todo si llegué a la instancia de la disyuntiva irresoluble. Que la disyuntiva se disuelva: ¡ah, qué placer! Claro que a veces uno podría también torturarse por haber tardado en elegir y haber así perdido la opción perdida que era la mejor…».
Si leemos como propone Pablo K, hay una oportunidad de que los inmigrantes que viajaron en los barcos eligieran sin pensar y Argentina viniera después. Reconozco el avanzar hacia delante de Aira, motor de Cómo me hice monja: «Yo ya no podía retroceder. Estaba jugada. En cierto modo no quería retroceder. Se me revelaba que mi único camino a esta altura era demostrarle a papá que lo que tenía entre manos era inmundo. Miré el rosa del helado con horror. La comedia asomaba a la realidad. Peor: la comedia se hacía realidad, frente a mí, a través de mí. Sentí vértigo, pero no podía echarme atrás».
Es el salto hacia lo real lo que propone Sandra Contreras en su lectura de Aira.
Elegir sin pensar me recuerda una variante que Steiner escribe en su ensayo La tierra, el texto de nuestro hogar, y es que al revés de otros pueblos, el judío primero escribe la historia y luego la actúa. En Una oportunidad escribir y elegir se dan al unísono. Para que eso ocurra es necesario liberarse del pensar. Quien impone esta condición no es otra que la imaginación. No resulta pensar e inventar al mismo tiempo. El personaje de Una oportunidad se va soltando de los mandatos, las condicionantes, las reglas del arte; incluso del «escribir bien» o que los capítulos queden perfectamente construidos. Finalmente en Cancún descubre que «no había nada raro en mi embrujo, pero yo había pensado tanto en el embrujo que había terminado por formar un egregor del embrujo, y que este egregor me impedía dejar de pensar en el embrujo. Que aunque poder ver el embrujo era una bendición, pensar todo el tiempo en el embrujo, era el reverso de esa bendición, es decir, una maldición, y entonces uno debía buscar la forma de ver el embrujo sin pensarlo. Que la forma más accesible de no pensar tal vez era actuar».
Pero. Siempre hay un Pero. Por muy placer que produzca saltar de una elección a otra sin pensar, en un momento se sube al caballo, a pelo, la tortura. Claro que a veces, desliza Pablo K, como si no quiere la cosa: «uno podría también torturarse por haber tardado en elegir y haber así perdido la opción perdida que era la mejor…».
Zuácate.
Pasas ingenuamente por la cordillera, admiras la nieve, la piedra, y, cuando te bajas del avión, apareces del lado de la tortura. El personaje que saltaba hacia adelante sin pensar, está dudando, hasta torturarse, porque quizás la otra forma –pensar y elegir– podría ser mejor que solo elegir.
La solución viene en el mismo enunciado, cuando plantea el pensar como una instancia retroactiva. Lo que tortura al personaje es el retraso con el que se avino a elegir; se trata del que llega tarde a la elección, cuando queda poco o nada, y las mejores elecciones se las llevaron las y los madrugadores.
Estoy segura de haber leído esto antes. Fue después de Las reglas del arte de Pierre Bourdieu. Haber visto lo que yo hacía con tanto placer y tortura, a través de la lupa inmisericorde del entomólogo; las deformidades producidas por las convenciones del poder, devenido en gráficos y porcentajes, me paralizó. No volví a escribir. Casual o no, me encontré con los libros escritos por Edmond Jabés, Steiner, Emmanuel Lévinas. Los busco en los estantes de más arriba. Entre las hojas de El libro de las preguntas, una docena de post it rosa semi transparentes y cinco amarillos. En el capítulo de La huella del otro, casi todas las palabras subrayadas. Se me hace difícil entender cómo Levinás lee al Otro, sí que su forma de pensar apela a un espacio que no es real, pero verdadero. Escojo una cita al azar para ver si comparten mi sensación: «La obra pensada radicalmente es en efecto un movimiento de lo Mismo que va hacia lo Otro sin regresar jamás a lo Mismo».
Leo que, a diferencia de otros pensadores, Levinás plantea un: «Otro como la palabra francesa autrui, que designa al otro como una figura de otro ser humano y no como una cosa susceptible de ser conocida. El otro no es un igual, sino que es otro infinitamente incomprensible, sencillamente enigma».
Levinás contrapone al mito de Ulises que regresa a Ítaca, la historia de Abraham que abandona para siempre su patria por una tierra aún desconocida y que prohíbe a su siervo conducir nuevamente a su hijo a ese punto de partida. Lo dice la protagonista de Cómo me hice monja: «Yo ya no podía retroceder».
Y aunque volviera, se encontraría con lo infinitamente incomprensible, sencillamente enigma. Al emigrante que elige sin pensar solo le queda inventar. Lo Otro, el incomprensible, me llama y llego tarde, no queda elección, me vuelve a llamar, mi ética me impulsa a seguir y llego tarde nuevamente, y así… cumplo con mi responsabilidad ética de acudir, salvo que con retraso.
Imaginemos los barcos llenos de inmigrantes llegando al puerto de Buenos Aires. Imaginemos que se trata de un número imposible de recibir. Del Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina se comunican con el de Chile y este país acepta recibir a una parte de los inmigrantes proporcional a su tamaño. No hay tiempo que perder. El funcionario de Migración que envían a terreno tiene que dividirlos. Se le ocurre dejar en Argentina a los y las que eligen sin pensar. Y destinar a Chile a los que a veces también se torturan por haber llegado con retraso al llamado.
Siglos más tarde una escritora chilena, que vive en Argentina, angustiada por la acuciante inflación que desvaloriza día a día su salario, postula a un Fondo con un proyecto redactado a última hora para investigar cómo influyó esta división arbitraria del funcionario de Migraciones en terreno, en la literatura de ambos países.
«Cuando pa Chile me voy Cruzando la cordillera, Late el corazón contento, Una chilena me espera, Late el corazón contento, Una chilena me espera. Y cuando vuelvo de Chile, Entre cerros y quebradas, Late el corazón contento Pues me espera una cuyana. Vivan la chicha y el vino, Vivan la cueca y la zamba, Dos puntas tiene el camino. Y en las dos alguien me aguarda, Dos puntas tiene el camino. Y en las dos alguien me aguarda».
A un lado de la cordillera le sellan el dni de elegir sin pensar y, del otro lado, el carné que certifica la duda tortuosa.
La escritora chilena recibe el dinero del Fondo con el que podrá combatir la inflación argentina, y se sumerge en José Donoso, Enrique Lihn, Guadalupe Santa Cruz, Diamela Eltit, Mauricio Wacquez… A pesar de la radicalidad del elegir sin pensar, la propuesta es clara desde el principio y así es llevada hasta el final. No es en el pensamiento por la escritura, donde se juega su radicalidad, sino en la invención sin parar. En la duda tortuosa no hay claridad, menos que menos de principio a fin. La chilena se encuentra con la opacidad, pensar no es claro, menos aún si se tiene la responsabilidad de haber llegado tarde al puerto y hay que quedarse mirando el barco que no se alcanzó a tomar. Ese perdido perdida exige un gran trabajo del pensamiento, no queda tiempo para avanzar, la duda paraliza, el movimiento frenético de los pies inmóviles va horadando el suelo, sacando materiales, sedimentos, horrores, torsiones, y todo esto sin moverse, como estatuas de sal.
La escritora chilena vuelve a la Argentina con el Fondo. Presenta el dni de elegir sin pensar y la aceptan, a pesar de que lleva los dólares escondidos entre la ropa. Ya no sabe si su proyecto es una locura inflada por la inflación; si al migrar a la Argentina se pasa automáticamente de la duda torturante al elegir sin pensar, y por eso puede verlo. O las fronteras existen para que un país elija sin pensar y «también» el otro piense que llegó tarde, y la literatura es el paso de un lado a otro. No sabe si alguna vez llegará a saber, por ahora tiene que preocuparse de cambiar los dólares.