Cian
Jonnathan Opazo
Cuadro de tiza
18 páginas
Hay, en la poesía chilena reciente, dos tipos de libros que permiten, sino afirmar, al menos sospechar dos juicios. El primero es desolador: algunos se reciben de doctores, licenciados o diplomados pero no hacen la pega. No hacer la pega sería, entre otras cosas, escribir poemas respetuosos con la sintaxis, que confían ciegamente en los temas, inflados de estudios étnicos, marginales o de género y que, diametralmente, ostentan una pavorosa desnutrición en lo que respecta a la forma. En frente de ese desierto fome por anticuado y carente de riesgo, algunos animales laboriosos que editan, forman, promocionan o critican se reúnen en el río del que beben, en el que cazan o se alimentan de las hierbas que hacen posible el escaso oxígeno que le queda a la tierra.
Jonnathan Opazo forma parte de esta última fauna: lo leemos haciendo crítica, reseñas, crónicas y poemas. Para estos últimos y en contrapunto a las alimañas desérticas que dependen de biografías hinchadas que acompañen sus libros, Opazo ya nos presentó un anterior Cangrejos en cuya tapa no aparecía su nombre. Acá, en Cian (coherente con el delicado Cuadro de Tiza), los poemas se extienden un poco más mientras conservan la concentración con la que inició su bibliografía.
El ¿motivo? de la extensión puede radicar en ¿el tema? del libro. Los poemas giran alrededor de dos polos complementarios: el color azul y la figura de Humboldt, el padre de la geografía, el «descubridor científico del Nuevo Mundo» (Bolívar dixit). Sin embargo no es un libro temático, ni con pretensiones históricas (el Fondo del Libro felizmente no actuó ejerciendo presión en pos de claridad, alcance, lectoría e importancia), el tema es uno de los materiales que componen un poema, o en el caso del color azul, que estructuran el libro.
Ya en el primero se nota la pega: «Cimas del Chimborazo: / Humboldt mira la curvatura / de la tierra —la suave loma / del horizonte— y piensa que / cabe completa en la / palma de su mano. En sus / palabras —cree— no cabe / sino en la forma de cuarzo […]». La operación que resalta, además de la precisión en el uso lexical, es la función consciente del encabalgamiento. No están en función de la medida, aunque los versos ronden el octosílabo, sino que hacen otra cosa: dividen sujeto de predicado para que operen juntos a la vez que separados, se separan para abarcar más espacio (imagino que este fue procedimiento de los primeros geógrafos). Así, lo que es el predicado del verso A, se vuelve a la vez sujeto del verso B, o un sujeto intermedio: «Humboldt mira la curvatura / de la tierra —la suave loma»: curvatura es predicado de Humboldt pero sujeto de la tierra, que es sujeto de la suave loma, y la operación se replica a lo largo del poema enrareciendo la lectura, volviéndola expansiva.
Con respecto a la estructura, los doce poemas se titulan con un tipo de azul pero no son poemas de azul (qué quedaría del Almuerzo en la hierba de Manet si arriba se leyera cielo, abajo pasto, a los lados árboles, y en el centro personas). Opazo confía la carga semántica del título en el imaginario del lector y él se adentra en el poema. En ese sentido mis favoritos son ´Eléctrico` y ´Cian`, donde azul viene a ser la longitud de onda que interpretamos del choque entre el irrebatible argumento que es la naturaleza y el carácter tenaz de quienes se empeñan en rebatirlo, dominándolo (tal vez el nudo del genial Fitzcarraldo de Herzog). Termino con un fragmento del último: «Cerbatana y veneno: la única forma de capturar / a un mono tití es disparar un dardo a su madre / para que se desplome selva abajo —cometa / peludo que atraviesa la verde espesura—: / la cría en su apego irrenunciable se mantiene adherida / a su regazo. Humboldt, en su apego imperturbable hacia la / ciencia, se mantiene aferrado a su deseo».
Publicado en la edición de septiembre de 2019