Claudio Arrau
Marison García
Hueders
64 páginas
En su construcción del relato sobre la vida del pianista Claudio Arrau (1903—1991), Marisol García se adscribe de modo general a lo que Antonio Marcos Pereira denomina como «forma canónica de la biografía»; un género estabilizado mayormente a partir de aspectos tales como la «elisión narrativa del biógrafo en beneficio del biografiado», la «elección del ocultamiento sistemático del proceso de la biografía» o la asunción «de una voz sin lugar», cuya situación, a juicio de Pereira, es la del «privilegio trascendente». No obstante, a nivel de materiales y métodos se producen ciertas distancias destacable en Arrau con respecto a la forma canónica.
Y es que el libro en tanto objeto presenta materiales heterogéneos, los que van desde piezas de archivo tales como fotografías de diversas etapas de la vida del pianista, la reproducción del boleto de barco en el que viajó, a los ocho años por primera vez a Europa, o ilustraciones cuyos motivos son escenas significativas en el devenir del artista, hasta referencias a fuentes bibliográficas (documentos, revistas y periódicos). Estos diversos materiales, en su función de paratextos, tensionan el «ocultamiento sistemático del proceso de la biografía», al ser exhibidos e intercalados a lo largo del libro. Con respecto a los métodos para organizar lo narrado, tras cada elección elidida se sabe que siempre hay una sublimación, y en el caso concreto de las formas biográficas, por más que estas se ajusten a la poética tradicional del género, se pueden advertir elementos sublimados que dejan entrever las pulsiones del biógrafo, como por ejemplo en las elecciones que organizan el qué contar de una vida, elecciones que funcionan como puntos de irradiación al interior del relato. En el caso de Marisol García, el punto de irradiación dentro de la peripecia vital de Arrau es el psicoanálisis.
La periodista nos cuenta que a los 21 años el pianista comenzó una terapia con Hubert Abrahamson, la que incluyó encuentros de varias veces por semana, e incluso por algunos periodos sesiones diarias, práctica que en total llegó a extenderse por casi medio siglo. García señala que Arrau le atribuía al psicoanálisis haber mejorado su técnica en el piano, ya que creía que la terapia era un modo de desarrollar la intuición de todo artista y por esto, entre otros motivos, hubiera incluido al psicoanálisis como materia obligatoria en el programa de estudios de su escuela ideal para pianistas. A partir de esta vinculación entre el artista y el psicoanálisis García va tramando el relato, desde la figura de los dos padres con que inicia la biografía, hasta los peligros del egocentrismo que atemorizaban al nacido en Chillán, con los que se cierra, simbólicamente, la narración, pasando por su primera gran crisis existencial tras la pérdida de su «segundo padre» y maestro, Martin Krause, y en el que se incluyen también las afecciones relativas a su «novela familiar» (para ocupar un término freudiano) o su «pasión libertaria» que atravesó desde su visión política humanitaria—liberal, la que le hizo mantener una posición enconada ante el nacionalismo y las tiranías, hasta sus exploraciones sexuales (por lo general mantenidas en una zona de silencio dentro de los diversos relatos sobre la vida del pianista).
A propósito de psicoanálisis, Jacques Lacan acuñó el concepto de «palabra fundante» para dar cuenta de ese significante que envuelve al sujeto y lo constituye en su ser. A través del relato urdido por Marisol García advertimos desde el inicio la presencia del significante que ocupó tal lugar en la vida de Arrau: la palabra prodigio, cuyo efecto al ser esgrimida se asemejó al de la metáfora de la bola de nieve; desde el ámbito familiar se extendió a los vecinos, luego al ámbito local, de allí a lo nacional hasta llegar a reverberar internacionalmente. Desde su temprano y deslumbrante encuentro con el piano de casa, el significante prodigio se constituyó en su «palabra fundante» y transformó su vida, hasta el punto de gatillar su crisis existencial antes referida y de combatir, a lo largo de toda su trayectoria, las pulsiones egocéntricas que afectan la personalidad de todo artista. Pero para Lacan, la «palabra fundante» no solo transforma al sujeto, sino que también transforma al otro, a los otros y otras que se relacionan con ese sujeto. El significante prodigio transformó la vida de los Arrau (de su madre Lucrecia León Bravo de Villalba, su hermano Carlos, su hermana Lucrecia) al verse interpelados a dejar Chillán por Santiago y luego Santiago por Berlín, en pos del desarrollo de las potencialidades del niño prodigio.
Volviendo sobre el tema del punto de irradiación, a medida que iba avanzando en la lectura, me resultó inevitable imaginar a Claudio Arrau como un filólogo del piano. Y esto por varios motivos. Entre ellos por compartir condiciones históricas con el apogeo de la filología romanística alemana y algunos de sus representantes fundamentales como Leo Spitzer, Ernst Robert Curtius o Erich Auerbach. También por el dominio de la cultura humanística tardo—burguesa que llegó a poseer Claudio Arrau, el cual llegó a leer en varias lenguas, incluidas griego y latín. Por su dominio de un amplísimo repertorio, haciendo eco por su extensión con el despliegue realizado por Auerbach en Mimesis o por Curtius en Literatura Europea y Edad Media Latina. Y, desde luego, por su técnica de interpretación basada en un ajustamiento cabal al texto, pero que a partir del cual se asumía el poder llegar a reconstruir, o al menos aproximarse, a la época circunscrita en/por la partitura, o en palabras de la propia Marisol García «se trata de la convicción de que la interpretación musical adecuada proviene de una conciencia cultural amplia, pues no puede tocarse una pieza musical importante como es debido sin conocer el contexto en el que esta nace ni los otros lenguajes del arte o el pensamiento con los que se enlaza» (21—22). Seriedad y convicción sobre el texto que lo llevó en ciertas ocasiones, esta vez las palabras son de su alumno mexicano Raúl de la Mora, «a que si había alguna duda en cualquier detalle de las partituras, realizaba viajes a los lugares en donde estaban los manuscritos de las obras para cotejar de puño y letra de los compositores cuál era la realidad sobre las discrepancias con las partituras impresas».
García señala que el crítico alemán Klaus Geitel tildó a Arrau como «El enciclopedista del piano». De hecho, una noción metodológica fundamental para Erich Auerbach fue la de Ansatzpunkt, punto de partida o de irradiación, entendiendo por tal la «elección de un conjunto de fenómenos firmemente circunscrito y fácilmente abarcable», en tanto que «la interpretación de estos fenómenos debe poseer una fuerza de irradiación, de modo que ordenen e interpreten una región más amplia que la del punto de partida». La voluntad de interpretación pianística de Arrau se acerca estrechamente a esta política interpretativa filológica. La voluntad interpretativa de Marisol García, manifestada en sus elecciones o en sus epígrafes sobre la naturaleza de las interpretaciones, también. De allí que la autora proyecte que la biografía del pianista nacido en Chillán corresponde con la de «un hombre ubicado sobre la panorámica de todo un siglo, en sus avances y en sus crisis, y al cual incorporó a la comprensión amplia y exigente que eligió darse en su formación. Un músico frente al tiempo, determinado por su curso y, a la vez, por encima de este».
Publicado en la edición de junio 2019