«Una de las características de la poesía mapuche contemporánea es la fuerte presencia de datos sensoriales en muchos de sus textos, una conciencia múltiple del mundo, en un estado de interacción dinámica con el espacio en el que el ritmo de la voz interior controla el ritmo del poema, sin tratar de adaptarse al espacio, imponiendo su voluntad».
En un rápido e infame listado, algunas de las operaciones de histórica violencia colonial que el estado nación chileno ha perpetrado contra el pueblo mapuche han sido el proceso de despojo territorial y robo de recursos, el aniquilamiento de población, violación de acuerdos políticos firmados, torturas, crímenes y asesinatos tanto en dictadura como en democracia que se han mantenido impunes, prohibición de su lengua y creencias, pobreza estructural producto de la dominación siendo, además, uno de sus efectos la diáspora hacia urbes, relaciones de racialización, discriminación y segregación, ello aparejado a una preservación sistemática de jerarquías raciales, lingüísticas y de saberes. Toda aquella violencia colonial y terrorismo de estado, quizás, pueda verse simbolizada metonímicamente en la «marca Painemal», la yerra para el ganado con la que marcaron a fuego —a la vez que deshumanizaron— el cuerpo de Juan Painemal en 1913, y signado en el concepto de reducción, en todos sus sentidos, tal como hiciera explícito Elicura Chihuailaf, recurriendo al propio uso normado y establecido por la institución que «limpia, fija y da esplendor» a la lengua castellana: privar, despojar de algo, prohibir o estorbar, predominar, negar. A su vez, algunas de las operaciones discursivas que han acompañado y consolidado esta violencia han sido la estereotipación, la negación, el arkhé (en su doble acepción de origen y mandato) establecido en el relato con el que se inventa la tradición y se organizan los patrones de historicidad y sociabilidad chilenos, así como la violencia tanto fundadora de derecho como conservadora del mismo, en los términos planteados por Walter Benjamin en uno de sus importantes ensayos.
Frente a esta violencia que emana de la historia y se impregna en algunos de sus discursos, en la poesía mapuche contemporánea se han plasmado varias respuestas expresivas a estos sacudimientos agresivos que se arrastran por el relato republicano y se continúan encarnando brutalmente en la vida cotidiana. Si la reducción signa la violencia colonial contra el pueblo mapuche, la idea de contrarritmo puede englobar la respuesta poética y política frente aquellos sacudimientos. Puesto que si el ritmo designa la organización del movimiento de una forma a nivel semántico, fonético, prosódico, discursivo, siendo, de este modo, un concepto íntimamente ligado al lenguaje, al espacio y su configuración, el contrarritmo sería eso que desplaza, intersecta, fractura, altera, tensa una organización discursiva constante, infectando «las heridas de la historia» (David Aniñir), simbolizando «el mapa roto de la sangre» (José Huenuan), o el «conjunto de escombros a disposición de la materia» (Daniela Catrileo). Algunos de estos contrarritmos de la poesía política mapuche guardan relación con la lengua, el espacio, los elementos naturales, la ley y los fundamentos metafísicos cristianos del capitalismo.
Juan Huenuan
El mapa roto de la sangre
Cuando la queja madura cada tarde,
de vuelta al catre y a su signo polvoriento,
las piedras de tus ríos se cubren azarosas
en las rutas que escarban tu morada:
Canto que tu mano va sellando,
ya quebrado el acertijo de la infancia.
Solo el viento te siguió como perro,
en esas tardes sin fogón ni caldo tibio,
en su hocico portando el recado de la trilla
y tu sueño en ancas del muelle de paja.
Hecho está el mapa roto de la sangre.
Daniela Catrileo
Esto nos contaron
de esto trataba la fábula del origen
Así quemaron las chozas
y los últimos maizales
Pero la sospecha
nos hizo desenterrar
el orden de lo cotidiano
hasta volver al otro lenguaje
recogiendo savia como lenguas
dispuestas al diluvio salvaje
del mañana
Mauricio Waikilao
HUELGA DE HAMBRE
En mi niñez el hambre era una vocecita
que robaba el pan a mis compañeros
de curso
Un sentimiento que me empujaba a compartir
dos de las cuatro galletitas
que recibía en el colegio
Los perros del fundo compartieron
conmigo su comida: unos pellet
con forma de huesitos
que mi abuela sazonó con grasa y sal,
una exquisitez que me prohibieron
divulgar
Como las sopaipillas de afrecho «fritas»
con agua de pozo
Casi me convencen de que el hambre
era un regalo de Dios que había
que padecer con entusiasmo
para ganarse el cielo
La conciencia me la despertó
el hambre de otros
Recibí una orden del llanto
de esa viejita saliendo del negocio del gringo
con su bolsa vacía
y me enrolé en esta guerrilla
del pensamiento incorregible
para alimentar sus armas con frases toscas
y canciones sin rima
Quise ser cómplice de la historia
armero de la política directa
para tumbar esa hambre que casi me mata
El hambre es un deber a la inversa
El hambre es una desgracia imperdonable
que a esta hora apunto como un fusil
en esta guerra fabricada por la Ley
y redactada por la religión
Una de las características de la poesía mapuche contemporánea es la fuerte presencia de datos sensoriales en muchos de sus textos, una conciencia múltiple del mundo, en un estado de interacción dinámica con el espacio en el que el ritmo de la voz interior controla el ritmo del poema, sin tratar de adaptarse al espacio imponiendo su voluntad. Al nivel de la lengua, un movimiento perceptivo de entrada hacia este mundo en los poemas se encuentra marcado por la experiencia del bilingüismo que se revela en el sonido, la palabra o la sintaxis, tanto como en los silencios y respiración de los textos. En este sentido, uno de los aspectos distintivos de las poéticas de David Aniñir o César Cabello ha sido un golpe de ritmo y de pulsación en la misma poesía mapuche, introduciendo un contrarritmo de mayor vehemencia en sus variaciones de registro, tono, acentos y matices de significado. En torno a estos rasgos, un tópico recurrente ha sido la figuración de una lengua fracturada, enferma o interrumpida, como lo son, por ejemplo, la serie de expresiones sensibles que recorren Río Herido de Daniela Catrileo: «El secreto en la rotura de la lengua», aullidos «como réplicas del signo», «un conjunto de fonemas que se pliegan al silencio», «gesto afónico», «voz como relato del eco» y «lenguaje que se hunde en la piel»; o también el «cuerpo llagado de palabras» en Shumpall de Roxana Miranda Rupailaf, cuerpo y lengua que incluso adquieren una forma chagásica en Ivonne Coñuecar, o el habla tartamuda «por los muertos de mis antepasados» en Paulo Huirimilla. Todas ellas expresiones de una experiencia de sedimentación que entrecruza lengua, cuerpos e historia.
Aquel estado de interacción dinámica con el espacio antes señalado, adquiere en poéticas como las de Chihuailaf, Lienlaf o Huenuan la potencia de la organización horizontal del Wallmapu, la que pasa así a interpelar la verticalidad territorial del estado nación chileno. En otros casos, esta interpelación espacial adquiere la forma de la diasporización y la marginalidad, como en la poesía de Aniñir o Eliana Pulquillanca, o en un registro más universalizante, el Fanon city meu de Jaime Luis Huenún. En otro nivel, esta espacialidad cifrada como elemento Tierra se articula al trabajo poético con los restantes elementos naturales para dar cuenta de una simbolización destructiva y re-creadora; el Fuego en poetas como Lienlaf, Huenún o Mauricio Waikilao; el Agua en obras de Daniela Catrileo o Roxana Miranda Rupailaf; el Viento en Graciela Huinao, Erwin Quintupil o César Millahueique. Este proceso de destrucción mediante los elementos naturales se asienta en un trabajo con la memoria, que puede ser tanto personal como mítica, para así interceptar y transgredir a la historia de la comunidad imaginada, mediante la proliferación no solo de otras comunidades y otras imaginaciones, negadas o reducidas, sino también de ensoñaciones.
Si para Walter Benjamin la ley es violencia fundadora y conservadora de derecho, en la poesía política mapuche contemporánea se encuentran interpelaciones directas a la ley, como en María Teresa Panchillo y su poema «Calibre 2.568», el cual alude al decreto con esa numeración firmado en 1979, una norma promulgada en dictadura para favorecer la subdivisión de tierras colectivas, generando así el sustento legal para establecer la propiedad individual de territorios. También la violencia de la ley es el subtexto de Mauricio Waikilao en los poemas de Bitácora Guerrillera, comunero a quien se le aplicó la Ley Antiterrorista 18.314, aprobada en 1984, por incendio de maquinarias, entre otros cargos. A propósito de la Ley Antiterrorista y los elementos naturales, la performance realizada por Daniela Catrileo y Paula Baeza Pailamilla puede entenderse como un correlato simbólico a esta articulación. Trenzadas en azul y con un lienzo del mismo color con la inscripción «18.314», ambas se desplazaron hasta el Museo Precolombino y los Tribunales de Justicia, con un balde azul también, y lavaron el lienzo hasta difuminar el número. A una resolución similar llega el poema de María Teresa Panchillo antes mencionado. En él, los elementos en los cuales se reconoce la voz poética (entre ellos el fuego y lo femenino), resisten a toda invención e invasión foránea, rompiendo así el espectro de terror y miedo que se instaura en el sujeto como mecanismo de servidumbre voluntaria, y que es reconocido por varios pensadores como un fundamento metafísico cristiano que asumió el capitalismo en su avance global. Miedo o terror que rodea la atmósfera en poemas como «Los gansos dicen adiós» de Graciela Huinao, o «Le sacaron la piel» de Lienlaf. La alteración hacia estos fundamentos también en ocasiones adquiere la forma de la transgresión a sus retóricas, como en «Salmo 1492» de la misma Graciela Huinao, en Las tentaciones de Eva de Miranda Rupailaf, o en «la lavandera que maldice al cielo» de Yeny Díaz Wenten. En este marco, otra forma que adquiere la transgresión a estos fundamentos da paso a una posición feminista, desde la cual, incluso, se rearticulan los contrarritmos anteriores. Publicaciones recientes de Daniela Catrileo, Yeny Díaz Wenten o Ivonne Coñuecar avanzan hacia esta exploración.
Juan José Saer señaló en El concepto de ficción que «Toda poesía es un palimpsesto en el que se superponen y se confunden naturaleza e historia». Ciertas zonas de la poesía mapuche contemporánea le infringen otros grados de intensidad a esa imbricación.