Corrige, no inventes

Lavando platos o ropa, barriendo, aspirando, lavando ropa, criando, no proletarizando otro cuerpo, escucho los debates presidenciales. En los bares, en los negocios y en las ferias aparece este tema. El algoritmo me impone estos contenidos frente a los que busco: literatura para oír leída con voz robótica o natural, charlas de escritores y escritoras que afortunadamente nunca conoceré, programas librescos de canales de México o Argentina.

En la Universidad de Chile, aquella institución paradójica que aspira volverse efectivamente universal en el intercambio de ideas de las que sería el centro, lo que habla en sí mismo del siglo XIX, se dio uno de los pocos debates digeribles para nuestras labores.

Consultados sobre cultura, todos los candidatos (excepto el ausente) y la candidata prometieron repensar la concursabilidad. Hablan de estamentos intermedios territoriales para que entreguen los recursos.

Imaginé, por un momento, yendo a determinados lugares a pedir plata para hacer este suplemento. En muchos casos, las personas con las que hablaría no saben nada sobre cómo se hace cultura, en otros, vienen de otras ciudades, y, por supuesto, está el cáncer nacional del pituto. A continuación, me imaginé dedicándome a hacer otra cosa. Porque esos formularios que se aman o desprecian según resultados, nos han permitido encontrar un intersticio para existir de forma autónoma en las siguientes páginas.

Hemos sido críticos de un sistema mejorable como el de los fondos concursables, pero un sistema así se puede perfeccionar disminuyendo la burocracia estatal y descentralizando jurados. Suena simple.