Cuaderno de otra parte
Santiago Acosta
Libros Del Fuego
46 páginas
Santiago Acosta (nació en San Francisco, EE.UU, en 1983, pero) es venezolano, y Cuaderno de otra parte es un libro donde confluyen tensiones políticas, más o menos identificables para cualquier lector latinoamericano, pero aderezadas por condiciones contemporáneas como las menores distancias globales (resultado de esas bombas de achique espacio—temporal que son internet y los aviones), que lo vuelven un nudo de nervios donde la primera persona del plural no hace pensar en política sino en intimidad, y la primera del singular no hace pensar en confesión sino en estructura.
Qué comienzo.
Pero es que los hablantes de Cuaderno de otra parte son voces que se exponen a una moral del migrante de un país en crisis. Sí, a una moral, los que nos vamos de un país cuando las papas queman, todos los días, al menos una vez, pedimos perdón, queremos algo que nos redima del miedo que supimos sentir y del horizonte tras el cual marchamos. Es en el poema que abre el libro, que justamente se llama «Irse», donde nos lo deja claro: «Bendícenos, Señor, a los que te hemos traicionado. / Sálvanos de la pobreza, sálvanos de la desesperanza. / Sálvanos, Padre, de Barcelona, sálvanos de Madrid, / sálvanos de San Francisco, de Nueva York, sálvanos / de Buenos Aires. La beatitud no es más que un sueño violento, / pero tu salvación es puro misterio, / un gueto abandonado que hemos venido a poblar».
Este diálogo con el sordo absoluto, cuyo sujetos son los que nos fuimos, cuaderno de es el primero de diez poemas de largo aliento (tres, cuatro páginas) de versos largos aunque no uniformes (casi siempre superiores a las 11 sílabas) construidos con un lenguaje muy cercano, cuya operación más visible hacia el lenguaje no tiene que ver tanto con una torsión sintáctica como visual: «Mira qué grande cómo las avenidas / lamen los hocicos de los aeropuertos». Quizás sea porque el migrante no es natural sino eterno residente (muchas veces ilegal), esto lo convierte en el más apto conocedor de las superficies. Los naturales son esencialistas (el mercado de la ciudad no es amarillo sino barato, el barrio puerto no es antiguo sino peligroso) los migrantes en general no atraviesan la cáscara de las ciudades, pero como tienen tiempo y otras varas con qué comparar (una que cargan en sus espaldas, una vara cruz), son los mejores en eso de observar. El fragmento recién citado pertenece al poema «Caracas» y sigue con la comparación entre esencia y superficie: «En San Francisco me cansé de la misma sonrisa idiota / repetida en todos los rostros. Nueva York es un espanto agotador, / un martilleo constante en las costillas. / Ni en Buenos Aires ni en Bogotá ni en Madrid / vi árboles tan saludables. / […] Yo amo el amor asesino de los motorizados, los taxis piratas, / el olor agridulce de los camiones de basura a las 12 de la noche».
Pero ese amor por lo propio de Caracas se reconfigura en versos como otra parte «Solo en recuerdo es tolerable la patria». Y esa reconfiguración no tiene que ver con negar el amor sino con abrirlo, como dice Martín Cerda en alguna parte, la patria es una pregunta, y como dice Montalbetti en otra parte, el humano es el único animal que puede hacer preguntas, y el alcance de ambas sentencias creo que atraviesa todo el libro, lo mantiene fresco en su dificultad de asir una certeza que no desespere. El libro es una fábrica de certezas desesperantes, a las que este reseñador adhiere y, perdonen lo mercantil de la palabra, recomienda: «La saciedad nos separa, el hambre nos une. / La verdad podrá salvarnos pero jamás nos hará libres. / No vivimos de una tierra sino de su deseo, / no queremos un territorio sino su alucinación».
Publicado en la edición de noviembre de 2019