Julieta Marchant, poeta (Urdimbre, 2009; Té de jazmín, 2010; El nacimiento de la hebra, 2015; Habla el oído, 2017; Reclamar el derecho a decirlo todo, 2017; y En el lugar de la mano el ímpetu de un río, 2020) y editora (Cuadro de Tiza y Bisturí 10). Realiza talleres y clubes de lectura.
¿Cómo comenzaste a leer?
Mi primer recuerdo es mi papá leyéndome. Después me salto muchos años hasta los catorce, que empecé a leer poesía de mujeres: Pizarnik, Sylvia Plath, Anne Sexton. Tengo un hueco en la memoria.
¿Alguna lectura de adolescencia que te dé vergüenza?
Un poema de Benedetti: «Si Dios fuera una mujer», me gustaba mucho a los trece.
¿Cómo comenzaste a escribir?
Mi primer poema era sobre unas verduras que conversaban en un huerto. Soy vegetariana, me hace sentido. Estaba muy sola, tenía una relación con mis pares de mucha extrañeza y la literatura fue un repositorio de sentido que no encontraba en el mundo, como dijo Rosabetty Muñoz en una entrevista sobre los lectores jóvenes de poesía. Era una casa, una casa de lenguaje.
Cuando te atrapa la oscuridad, ¿a qué libros vuelves?
Por mi manera de vincularme a la literatura, a textos que son oscuros. Me generan luz por contraposición. No busco un destello luminoso. Oppen vuelve a mí, es al revés la relación. A la poesía de Nadia Prado, a Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas.
Cuando empezaste a escribir, ¿a qué escritor o escritora te querías parecer?
A Pizarnik. Y no estoy tan segura de no querer parecerme aún. Estoy pensándola como lectora en este momento, era muy voraz.
¿Y a qué escritor o escritora te pareces ahora?
A Nadia Prado, supongo.
¿Qué otros trabajos has tenido?
Haciendo encuestas para una AFP. Tuve una pyme de almuerzos, cocinaba.
¿Se puede ganar la vida de la literatura?
Yo pensaba que no, pero ahora es lo que hago. Todo lo que hago está enmarcado en la figura del libro. No sé si de la literatura, quizá es muy específico vivir de la literatura. Siempre me acuerdo de la reseña de Maurice Blanchot: «Su vida está enteramente consagrada a la literatura y al silencio que le es propio». Yo vivo de la literatura y de sus muchos brazos: la edición, los talleres, algunas cosas que me empezaron a pagar por distintos motivos, textos, charlas. Eventualmente se puede vivir de la literatura muy austeramente, que es mejor que vivir ostentosamente de la literatura.
En tu biblioteca, ¿hay algún libro independiente significativo?
Tengo una biblioteca muy grande de libros independientes chilenos y argentinos. Esta parcela de la Guadalupe Santa Cruz (Alquimia) es un libro al que vuelvo constantemente, me golpea en cada lectura.
Imaginemos un Frankenstein editorial independiente chileno. Qué editorial/editor(a) sería perfecto en:
Ojo para descubrir: Andrea Palet en narrativa.
Catálogo: En poesía, Overol y Komorebi. En ensayo Metales Pesados.
Venta: Catalonia.
Traducciones: Ninguna.
Billetera: Imagino que Catalonia.
Contactos: Alquimia.
Circulación: La Mujer Rota.
Diseño: Overol y Jámpster.
Corrección de estilo: Hay editores que no ponen ninguna atención a ese problema, algunos que sí: Tito Manfred y Andrea Palet.
¿Qué se aprende en un taller literario?
Se aprende técnica, pero no a desear. En un buen taller literario –no diría que en todos y de hecho diría que en una minoría–, se aprende a administrar la relación con el lenguaje.
¿Qué significan los clubes de lectura?
Leer un libro en compañía de otro, aunque pensamos que leer implica un espacio solitario. Hay una escena en «El sur», donde el protagonista abre un libro y Borges da a entender que ese gesto tapa la realidad; es común la sensación de que uno abre un libro y que los demás dejarán de hablarte. En un club de lectura hay alguien hablándote al oído.
¿Por qué escribiste En el lugar de la mano el ímpetu de un río?
Estaba en un duelo por una amiga que murió en un accidente. Escribí ese libro para activar el duelo, inconscientemente, pensando que la escritura podía generar un espacio de decantación de algo vital y transformarlo en algo que podía llegar al otro sin abusar de la experiencia.
¿Por qué lo autoeditaste?
Porque desconfío del campo editorial de la poesía en Chile, por un lado, y por otro, tengo la leve intuición de que la desconfianza es mutua.
Gertrude Stein para niños y niñas, ¿es posible?
Yo creo que la idea de ese libro, en Stein, y también en la gente que lo ha traducido alrededor que el mundo –que es redondo–, es correr el horizonte de lo posible. Siento que esta pregunta es inadecuada.