Donde se acaban los caminos parten las lanchas
La visita a Chiloé fue en el contexto del Congreso Pensar lo invisible organizado por la Universidad de Los Lagos, con muchos participantes del sur, otros del resto de Chile y además de invitados internacionales. Para la propia experiencia literaria, oímos la poesía de Valeria Sandi, la risa de Roxana Miranda Rupailaf, fumamos con Rubí Panoso, navegamos en la bibliolancha, vimos las fotos de Leda Rincón e insistimos en traer el Olivino de Vanessa Hermes y Rodrigo León a estas páginas.
En paralelo a mesas de trabajo entre los académicos en su mayoría del sur, quienes escribíamos encaramos talleres en escuelas. Junto a Oscar Barrientos y Rosabetty Muñoz nos tocó visitar la escuela rural Quinchao. Sin locomoción, me llevó en su auto una compañera mapuche que había conocido al librero más especial del puerto: Mario Llancaqueo. Pude hacer un taller de diario a octavo y quinto básico, además de a los profesores. Todos escribieron de su cotidianidad y para la clausura del congreso eligieron sus propios representantes. Copio el de Gianella:
«Un día común y corriente
«Al despertar mi cuerpo cansado, sin ganas de levantarme, pero era hora ide ir a la escuela
«Todo bien. Me vestí, me peiné y cepillé mis dientes y fui a esperar el bus. No tardo en llegar a la escuela. Al entrar nos tomamos la temperatura y a la sala…
«Algunos estudiando y otros jugando al 1. Al tocar el timbre nos fuimos a nuestros puestos y después, sin aviso, llegó un escritor, nos habló de los diarios y otras cosas y de repente dijo ahora les toca a ustedes y eso es lo que estoy haciendo ahora. Quiero decir que fue interesante».
Para mí también lo fue. En medio de aquellas actividades recorrí en el absoluto silencio de la tarde, entre la iglesia y el mirador de las aves. Oí historias de internado y también de cómo funcionaba (mal) la educación en línea pandémica. Recordé que hay lugares donde la idea que se tiene de Chile, en el centro, no existe.