Edad

Edad

Gloria Sepúlveda Villa

Alto Horno

Sin numerar

Edad, de Gloria Sepúlveda Villa, es un libro oriental en varios aspectos: el formato es pequeño, está encuadernado con la técnica japonesa de hilos a la vista, las hojas de guarda cubren dos peces koi que nadan al interior de las portadas y los poemas tienen un sujeto que medita sobre la naturaleza y pone especial énfasis en el movimiento y su ausencia. La sintaxis también suena, y mucho, a traducción de lejano oriente: ora narran micro historias que sugieren parábolas, ora dictan, en tono imperativo, cosas que en principio a cualquier occidental le parecen sencillas pero que encierran una dificultad que radica en la reducción elemental por la que optaron no solo las poéticas, sino también las religiones asiáticas.

Los poemas son breves y recuerdan más a poetas chinos que japoneses, en ese oriente lejano y antiguo que conocemos por libros como Cathay o el Tao Te Ching, los poemas tienden a lo narrativo mientras que en Japón, se sabe, el haiku predomina. No deja de ser curioso un libro asiático en Concepción, me pregunto qué tendrá de japonés o de chino el sur chileno. Al interior de los poemas, el lector se enfrenta a una atmósfera donde el movimiento no se somete al antagonismo velocidad—lentitud, el movimiento es energía y lo importante se juega en la memoria y lo que ella tiene para traernos. En Edad la memoria es trágica pero no aborda sino de manera oblicua eso que la lleva a cumplir el designio «escribirás el libro».

Como dice Novalis citado por Octavio Paz «el poeta no hace, pero hace que se pueda hacer», Octavio Paz sigue: «Pero ¿quién es ese «se» que supone el segundo «hace»? ¿A quién deja «hacer» el poeta? Novalis no nos lo dice claramente. En ocasiones, el que «hace» es el Espíritu, el Pueblo, la Idea o cualquier otro poder con mayúscula. Otras, es el poeta mismo». Ese último caso es indudablemente el caso de Edad, y la mayúscula es propiedad de la memoria desde la cual se extraen poemas como: «La tragedia lo es por la dimensión de su ira / el ojo por ojo de la misma sangre / que cubre el rostro de los niños / entonces, / la fatídica idea de tu ausencia ya fue / en sueño te pierdes en la multitud / un montón de niños me ayudan a buscarte / yo grito tu nombre y nadie me oye / hasta que los niños te encuentran / con carita de ángel me señalan tu cuerpo / la tragedia lo es por la dimensión de su dolor».

Este poema sin título resalta del conjunto porque es de los pocos que logran tensión, la mayoría cae, al menos para un lector occidental (todo lo occidental que pude ser un argentino en Valparaíso) en el riesgo de aquella poesía antigua que mencioné más arriba. Una cosa es la contemplación de un río, de estrellas, una cosa es lograr la quietud entre tanto ruido y exigencia de velocidad, pero otra es la producción artística de esa quietud. A lo que voy es, si Edad fuese un cuadro sería indudablemente un paisaje, como poema todo el tiempo da la sensación de serlo, salvo excepciones como la que acabo de citar.

«El paisaje es una reducción formal del territorio» dice Montalbetti, y agrega que «tiene dos propiedades fundamentales: es formal y visual. El que sea formal implica la exclusión de toda interpretación semántica». Agregaría que si la hay, uno se tiene que esforzar mucho. Otra de las propiedades inconvenientes de los (poemas) paisajes es que el sujeto puede paisajear (mirar un paisaje, contemplarlo) pero no puede formar parte de él, una vez dentro, regresa a su entidad de territorio. Edad es un libro muy bien escrito que no cesa de dejarte fuera.

 

Publicado en la edición de septiembre de 2019

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