El escritor que traspasa la frontera – Rodrigo Ramos Bañados

Desde su debut con Alto Hospicio (Editorial Quimantú) Rodrigo Ramos Bañados ha reflejado la realidad oscura y contemporánea del Norte Grande, desde Antofagasta hasta el sur de Perú y Bolivia. Hoy publica dos nuevos libros, los cuentos de Palo Blanco (Zuramerica Publicaciones) y crónicas de Matute (Editorial Aparte).

 

Habría que preguntarse por qué un buen libro a veces pasa desapercibido. Hace doce años apareció el policial Alto Hospicio, que transfiguraba la saga de crímenes reales contra mujeres, pero no muchos lo leyeron. Afortunadamente el narrador, su modo sórdido de testigo protagonista, y su fijación por temas violentos, no acabaría.

Primero, claro, hay que apartar la moralina de la literatura. Obras como la de Bruno Vidal han educado a los lectores a mirar con los ojos abiertos al horror y narrarlo desde allí. El escritor se ensucia para devolver la realidad, no utilizarla de forma aséptica y juzgarla. Pop (2009, Editorial Cinosargo) fue el primer libro narrativo de la editorial ariqueña creada por Daniel Rojas Pachas, que hoy se empina por el centenar de libros desde México, donde reside ese querido y aglutinante escritor.

Si algo extraño en la edición independiente actual frente a la que surgía hace diez años, es la posibilidad de hallar libros vivos, imperfectos e imperecederos, contra la buena escritura olvidable que campea en la actualidad. Pop, con un nombre nada qué ver con su contenido, era, es, un libro vivo, imperfecto e imperecedero. Ambientado en la frontera y ocupando como personaje a siniestras autoridades peruanas, se pasaba tanto de la frontera territorial como la de de corrección política y genérica. Ni siquiera puedo consultar el libro para citar, como los buenos libros de los que uno habla y habla (lo recuerdo como la mejor novela que leí ese año, pero claro, estoy equivocado ante lo que se espera por una novela) lo presté y lo perdí. El robo de libros es también una crítica literaria. Y la escritura puede ser crítica de la realidad.

Conocí a Rodrigo Ramos Bañados en Arica, fuimos invitados de Daniel en un hotel a toda raja en la premiación de un Roberto Bolaño por una antología de relatos violentos, junto con otros escritores nacidos en los setenta y los ochenta. Tras los trámites, viajamos a Tacna donde Ramos nos llevó a lugares clave. Se notaba que varias veces había pasado la frontera, y nos hizo vivir esa posibilidad de tener nuestra propia Tijuana por un rato. El mundo de su escritura, entonces, se hizo verosímil, también su propia experiencia como escritor y cronista, género que ha cultivado todos estos años. Decirle cronista a alguien implica que pone el cuerpo. Y que convierte en cuerpo de obra paralela su escritura en los diarios o revistas. Hoy, en tiempos evangélicos donde la crónica no puede llevar ficción, la escritura de Ramos Bañados disuelve esos límites. También con la frontera chilena tras la guerra por el salitre, porque devuelve un territorio nortino ampliado. Que responde más al esquema cultural real, económico y simbólico que a la soberanía limítrofe.    

De ahí vino a Valparaíso, donde vivió un par de años, Namazu y Pinochet Boy (ambos en Narrativa punto aparte). Luego Ciudad Berraca (Editorial Alfaguara) y Tropitambo (Editorial Quimantú), la primera compilación de crónicas. Hoy, con dos libros nuevos, era el momento de dialogar La Palabra Quebrada con este prolífico autor nortino. Son los cuentos de Palo blanco y Matute, nueva compilación de crónicas en Arica, siempre Arica. Por la pantalla del zoom le muestro la primera edición de Alto Hospicio. No se impresiona, incólume como las plantas que viven en su living al clima nortino.

¿Quién eras hace diez años? ¿Qué expectativas tenías como escritor?

No tenía muchas expectativas. Venía saliendo de Iquique a Antofagasta con el caso de Alto Hospicio en la cabeza, que a todos como periodistas nos marcó. Y también todo lo que estaba involucrado, si era solo Pérez Soto, qué tenían que ver los pacos. Alto Hospicio era un apéndice de Iquique donde fueron a dejar la gente que no tenía acceso a casas, los que vivían en campamentos, autoconstrucciones, todo eso. Entonces empecé a escribir un blog [escritoresprovincianos.blogspot.com, aún activo], por la necesidad de trabajar el tema, de visibilizar lo que no estaba visibilizado dentro del periodismo, de la literatura, con este nuevo panorama del norte. Ahí picó la cosa. Había réplicas, comentarios y se generó esta historia de este periodista que es entre cómplice y amigo del psicópata. Hasta que en algún momento llama la atención de otras personas, comienzan a preguntar por abajo. Agarré fuerza como escritor ahí, escapando un poco del periodismo y de la crónica, de lo que hacía, de lo que hago. Al final lo pude publicar en Quimantú, mi papá es uno de los que está a la cabeza y ahí surgió el libro.

¿Y Pop?

Es una continuación que parte en el blog. El personaje se va a Perú, a Tacna. Y va mutando. Llega hasta Lima, estaba Montesinos, Fujimori. Hay mucho de migración y el racismo que hay en Chile hacia los peruanos. También está el tema de la droga, el tráfico y los burreros. Las dos novelas están ligadas.

¿Cómo fue el trabajo con Cinosargo?

Rojas Pachas fue un terremoto en el norte. Aparece de la nada con un proyecto editorial, todos los escritores de acá dijimos es una posibilidad de trabajar con alguien que te edite. Él había leído Alto Hospicio en el blog, se interesó con su lote de amigos, porque es como un pequeño Jesús que siempre tiene su lote de seguidores. Uno de los amigos de él diseñó la portada. Rojas lo editó en Tacna, tiene toda esa onda de libro de frontera, muy rápido. Con toda la potencia que tenía Cinosargo en ese tiempo, la página sacaba no sé cuántos artículos a la semana, entonces el libro empezó a agarrar, porque el libro tenía un poco de poesía. Yo tomaba más y consumía drogas en ese tiempo, Pop tiene esa velocidad que da escribir un párrafo largo trastocado, y queda como una voz que no he podido lograr en otros libros. Se lee de Pe a Pa.

¿Cuáles eran tus compañeros literarios entonces?

Patricio Riveros, que falleció el 2003, 2004. Con él empecé a trabajar literatura. Soy de Antofagasta, pero mi primera pega fue en Iquique. Trabajé en el diario El nortino y me alojé en su casa. Estuve viviendo con él como seis meses. Él en ese momento era el escritor de Iquique, tenía publicaciones, había publicado en Planeta un libro de cuentos con el que se ganó el premio del Fondo del Libro. Con él empecé a conversar, me decía escribís mal, la típica. Me pasaba libros de los rusos y del realismo mágico. De acuerdo a sus críticas, le gustaban las crónicas, pero me decía que me faltaba en la narrativa. Incluso yo lo cito en Pinochet Boy. Él se rebeló contra todas las editoriales y empezó a vender sus libros en la feria y en su casa hacía talleres literarios, vivía de la literatura como tal. Le dio una enfermedad gástrica y como no tenía previsión, no fue a la hora que tenía en el consultorio y murió de tifus. Fue triste. Ahora se está valorando harto su obra.

Tú has hecho un sostenido trabajo de rescate de literatura nortina.

Se publica poco en Antofagasta, a diferencia de Arica, que se publica más. Pero hay mucha literatura viva. Hace poco comenzó una editorial que se llama Ediciones Huraña y han rescatado autores antofagastinos. Lo interesante es que circulan acá. Como los narradores Jorge Cifuentes, Francisco Bravo e Iván Ávila. Ávila escribe distopía, acá hay una onda en las ciudades media Blade Runner. Iván vendió todos sus libros, doscientos cincuenta libros en la calle y bares. Son autores que no se conocen fuera de Antofagasta. El tipo está contento con eso, eso le da harta potencia. Es gente interesada en no ser descubierta, sino en la vida literaria. En Arica hay una producción que partió con Daniel, Rolando Martínez o Luis Seguel. Arica quiere expandirse, visibilizarse en Santiago. Acá está la figura omnipresente de Hernán Rivera, que es como el tótem.

¿Por qué decidiste escribir crónicas?

Me gusta la crónica, porque empiezas a ver otras cosas, a contar la historia a través de su gente, la observación, olor, el tema de los sentidos. Es una cosa muy de caminante. Surgió en la universidad misma, no agarraba el periodismo informativo, no era mi asunto. Empecé a escribir con más libertad. No tengo una perso muy entradora, pero siempre ando mirando y escuchando. En las mismas entrevistas me gustaba más observar o sacar detalles de otro tipo, que no tuvieran que ver con la entrevista propiamente tal. Tuve el apoyo de los mismos editores que reconocían mi otra visión de las cosas. Después trabajé con Juan Pablo Meneses en Medios Regionales, unas crónicas más juglaresas, buscando la venta, más simpáticas, más llamativas.

¿Cuáles son tus referentes?

Mi papá estuvo viviendo en Argentina, como estudiaba Periodismo me enviaba revistas Ceedos & Peces, pelé cablé en la U. En Antofagasta hasta me hice conocido por tenerlas, no se podía acceder a ellas. La revista era puntuda. Había cosas que no acostumbraba a ver en el periodismo chileno. También en la universidad leí a Guy Talese, Ryszard Kapuscinski. De los chilenos leí después Eugenio Lira Massi. Me hice de hartas revistas, antes Gatopardo que las Etiqueta Negra, allí había historias de psicópatas colombianos.

En la Cerdos & Peces se borraba ese límite entre verdad y mentira. A veces pasa eso en alguna de tus crónicas de Matute.

Es la posibilidad de contar y eso te lleva a mentir, que es la ficción. La transformai en la realidad que uno busca, que uno quiere.

¿Y qué te parece ver reunidas tus crónicas en Matute o en Tropitambo?

No pensaba publicarlas tan luego. Me imaginaba una crónica grande de algo relacionado con la minería. Es lo que pienso acá en el norte. Cuando estaba en El Mercurio de Antofagasta tenía que reducirme en espacio, tenía que escribir dos mil o tres mil caracteres, y de repente me extendía escribiendo a cinco mil o siete mil caracteres. Sin darles mucha edición las guardaba en el blog. El material hablaba del norte, del ser humano. Surgió la posibilidad de publicar, varia gente me insistió. No falta el que te dice que soy mejor cronista que narrador. Tropitambo es un nombre para una zona entre Antofagasta y Cochabamba por un lado, y por el otro hasta Arequipa. Es como vivimos acá, es más entretenido y conveniente ir a Lima que a Santiago. Tropitambo es un libro grande, de doscientas cincuenta páginas. Y después el Rolando Martínez me pidió sacar este libro de los viajes, de la frontera. Son crónicas de la macrozona, como la llaman.

Me llama la atención esa idea, que ya repetiste, de lectores que dicen que eres mejor cronista. Pareciera que la matriz, el personaje que narra, es el mismo, para ficción y no ficción.

Es la misma matriz, pero hay gente que te dice. No falta, po hueón. La crónica la siento más cercana, porque la vivo más. La escritura de libros es un trabajo que de tanto editarlo lo empezai a odiar. Ciudad Berraca tenía una forma y pasó a otra, y pasó a otra cuando apareció otra mirada de la editora. Quedai chato.

Aparte de los libros que hablamos, tu obra en conjunto hace ver el Norte Grande.

Porque uno siempre busca narrar el paisaje humano de esta zona, vivir siempre acá ha sido mi principal motivación. Es una zona de mucho movimiento, de mucha población flotante por el interés de la minería, hay un cuento muy monetario, muy neoliberal, es un laboratorio. Es compleja la vida del ser humano acá. Es un norte más presente, no un norte tan idealizado porque los anteriores narradores tendieron mucho a idealizar.   Rivera, y luego más atrás, Bahamonde, Sabella, siempre te hablan del hombre nortino como forjador, el macho que viene a construir todo de la nada. En la literatura nortina está ausente la mujer, hasta estos últimos años. Y este norte no me encajaba. Namazu habla de Tocopilla, de un pueblo de gente de seres menores que viven allí. Si vas a Tocopilla te hablan de Alejandro Jodorowsky y Alexis Sánchez. Hay gente que no ha salido de Tocopilla en toda su vida. Son pequeños planetas las ciudades del norte. Una literatura nortina más honesta, que no vende la Guerra del Pacífico, los bandoleros, la salitrera. Lo mío es contar la realidad como es. De repente te ganas enemigos, en Antofagasta hay gente que no me pesca porque no hablo cosas lindas de Antofagasta.

Después de publicar Ciudad Berraca imaginaba que ibas a seguir editando en trasnacionales. ¿Por qué volviste a las independientes?

Mantengo contacto con la editora de Alfaguara, te piden que escribas novela, la novela tiene que tener ciertos estándares. Y quizá ahora no tengo esos estándares. No tengo una cosa que les pueda interesar. Lo que tenía eran los cuentos que quería publicar hace rato, y con la crónica fue coincidencia. En Cineyliteratura estoy publicando cosas del norte. Y le mandé una novela que estoy haciendo al editor y se la pasó a la gente de Zuramerica, se interesaron, pero tengo que trabajarla más, pero tengo estos cuentos que a nadie le gustan. Y ahí empezamos a trabajar mano a mano con los cuentos. Son cuentos bien personales, los procesos en Valpo, cuando me iba en tren a pasar las tardes, la soledad, como editor del diario La Estrella estaba doce horas metido en la pega. Y decidí por cosas familiares renunciar. Y me vine al norte.

¿Cuáles son esos estándares de novela?

La novela en editoriales grandes tiene que ser más vendible, algo que te pueda generar un tipo de venta que le pueda generar retorno a la editorial. Eso es lo principal.

¿No hay temas de extensión, o de desarrollo de tramas?

No están limitadas. A mí me pescaron porque el tema de migración era un tema de moda. A la editora le gustó Pinochet boy, pero no la hubieran editado, es más espesa, en ese proceso de edición habría perdido mucha esencia, la tierra y todo eso.

¿Cómo evalúas esa experiencia en general?

Si alguien me presenta la posibilidad de editar yo edito. Pero en una transnacional tienes lucas, contrato de por medio, no está todo en el aire cuando están en la independiente, que a veces caen en malas prácticas, que no te hacen contrato, no te dicen cuántos libros vendieron. En cambio con la multinacional te dicen cuántos libros vendiste, un informe cada semestre, y te sientes bien como escritor que te den unas lucas, aunque sea el 10%. Me hizo bien. Es la primera vez que recibía buenas lucas por escribir algo, salvo el fondo [del Libro]. Mucho depende del editor, hay grupos y lotes que tienen más accesibilidad con los editores. Es difícil en Antofagasta. En los desayunos con los libreros y tú explicas tu proyecto, con cincuenta personas en un hotel medio top, te hacen un paseo por los medios, te entrevistan de EMOL y La Tercera y hay un periodista que va contigo. Al final a uno le gusta estar regaloneado, cosas que nunca viviste excepto con Daniel, que te llevó a unos hoteles de mala muerte en Tacna.