Kewakafe
Roxana Miranda Rupailaf
Provincianos
50 páginas
«Soy un ser violento, lleno de rugientes tormentas y de otros fenómenos catastróficos. Por ahora, lo único que puedo hacer es comenzar y recomenzar de nuevo porque si quiero escribir tengo que comerme, como si mi cuerpo fuera comida»
-Kathy Acker
Las luces del escenario se apagan, la sombra del silencio recorre el recinto y desde el fondo, los acordes de Ojo de tigre acompañan su caminata hacia el ring. En el centro de la lona, la atención de los focos se centra en Roxana Miranda Rupailaf, suena la campana y ruge: «Hay en mis puños/ la potencia, el hambre/ de mover una montaña/ trizar el cielo con palabras (…)». Es que para la poeta mapuche-huilliche «Escribir es como golpear» y así lo deja ver en su libro más reciente KEWAKAFE (Provincianos editores, 2022), donde hará uso de uno de los artilugios más recurrentes de la poesía, la alegoría, para hablar de la violencia y sus distintas caras.
Kewakafe –el símil en mapuzungun de púgil– es alguien que se dedica de manera profesional a la pelea y es también el modo en que identifica la voz poética a lo largo del texto: «Escribo golpeando/ con guantes, sudando/ por cada movimiento del lenguaje», declara, y como toda buena boxeadora, la kewakafe requiere de cierta preparación: «Fui a buscar la fuerza de las montañas/ Fui a buscarme a mí misma en el sueño/ a bañarme el corazón/ a limpiarme el espíritu en la cascada», versos que esbozan, además, la localización identitaria de la poeta al hacer referencia al liftun –ritual de limpieza con agua– donde se le pide al ngen Ko que aleje los malos espíritus y nos acompañe en un nuevo camino.
¿Contra qué lucha la kewakafe? Aquello que la poeta escoge como contrincante es también la temática hacia la cual golpea/escribe: «La vida no es más que un par de golpes/ contra la pared/ o contra el cuerpo de otro/ que es uno mismo». Se enfrenta entonces a la vida, una existencia cargada de violencia a la que decide responder con la misma moneda. Al más puro estilo de un boxeador estilista, Roxana Miranda Rupailaf prefiere el jab: «Mantener la distancia/ mirar/ moverse./ Darlo todo en distancia./ Trabajar la sorpresa (…)». Escoge el golpe rápido y de mayor alcance, algo que se ve representado en su estilo poético: palabras simples, interpretaciones complejas.
Si bien la violencia atraviesa la obra, lo interesante a nivel poético es el despliegue que logra a través del uso en clave figurativa. Su presencia se mueve a través de diversos referentes: el amante, la familia, el territorio, la memoria. El riesgo que enfrenta es la lectura superficial de versos como los siguientes: «Besarte allí donde otros te golpean/ Los rostros/ la carne de los otros/ Besarte el movimiento/la violencia/ los párpados», los que podrían inclinar el sentido de la obra hacía lo romántico, considerando, además, la presencia de otros textos con la misma carga. No obstante, el uso del referente amante es utilizado como recurso para abordar la dimensión erótica, pues en Roxana Miranda, el deseo es parte de su pluma y de la fuerza de su golpe y ella lo utiliza con pericia para recibir los puñetazos de la violencia patriarcal, clasista y cultural: «Eso de los golpes y la sangre/ lo aprendí defendiendo la vida a puñetazos», escribe, despejando cualquier duda.
A través de KEWAKAFE, la poeta nos propone confrontarnos con nuestras propias formas de entender la violencia, invirtiendo los flujos de sentido y generando contradicción al no ofrecer una única y clara posibilidad de lectura, hecho que no va en desmedro de la calidad literaria, sino todo lo contrario, lo enriquece proponiendo una interpretación al más puro estilo del dilema del gato de Schrödinger. ¿Reivindicación o rechazo de la violencia? Todas las opciones son posibles, y no.