El libro en Valparaíso: la lenta disolución de lo sensible

Una invitación al análisis de la vida material de los libros en nuestro puerto contiene esta inesperada y realista página.

En Valparaíso algunos hechos ocurren con cierta tardanza, por mucho que en los discursos de uso siempre se recurra al lugar común de una ciudad puerto que ha sido la cuna de primeros hitos.

Así, por ejemplo, ocurrió con la Ilustración y la Modernidad en el desarrollo de las librerías porteñas: el camino recorrido desde mediados del siglo XIX en adelante, no dejó de expresar ciertas preocupaciones que, en otros lugares, ya comenzaban a ser medianamente zanjadas.

De hecho, en el texto de Pedro Pablo Figueroa, La librería en Chile: estudio histórico y bibliográfico del canje de obras nacionales establecido y propagado en Europa y América por el editor y librero Don Roberto Miranda: 1884-1894, publicado hacia fines del siglo XIX, es posible advertir los rasgos fundamentales de un discurso que continuará examinándose hasta bien entrado el siglo XX. Un discurso que tiene mucho que ver con una razón hegemónica, una razón de orden, una razón burguesa.

Sin embargo, las tensiones se insinuaban en las prácticas culturales de algunos. En la actividad de Juan María Gutiérrez, por ejemplo, y la Imprenta Europea, en Valparaíso; evidentemente en los escritos y reflexiones de Domingo Faustino Sarmiento; en los afanes de José Domingo Cortés y la Imprenta Albión; o en las preocupaciones de Alexander Trautmann y la Imprenta Germania, si las consideramos frente a los neógrafos agrupados en torno a la Librería La Ilustrazion, ubicada en kalle de Condell 179, en Balparaíso.

Aquí cabe una digresión. Es muy usual en los escritos referidos a la cultura porteña el predominio de una mirada descriptiva, no analítica. Las historias culturales en Valparaíso tienden al esencialismo, entonces uno lee textos sobre el desarrollo de la literatura en la ciudad puerto, y pareciera que nunca hubiese existido una Ley de Defensa Permanente de la Democracia o una propia y particular Guerra Fría que se desplegaba en las páginas de los periódicos locales. Lo cultural en sí mismo. Lo cultural vaciado de lo político, lo económico, lo ideológico. La ilusión de la particularidad de Valparaíso, de su unicidad. Aunque a veces pareciera más bien simple pacatería, mojigatería, cobardía, en definitiva.

A lo anterior se debe agregar una reflexión sobre lo cultural en Valparaíso a partir de una marcada subjetividad, percepciones, intuiciones, o bien la propia experiencia, elevada a categoría de apropiación correcta de lo realmente existente.

En el ámbito de la producción editorial, el asunto es un tanto más sencillo para volverlo material. Comprender las modificaciones que afectaron a la industria editorial, a partir del agotamiento del modelo de producción puede quedar mucho más claro si uno lo piensa desde la perspectiva del reemplazo tecnológico que sufre de manera progresiva el sistema offset por el sistema de impresión de data variable, con todas sus implicaciones sociales, culturales y económicas.

Pues bien, también las librerías han ido transformándose a sí mismas, en particular en nuestro país, el laboratorio del neoliberalismo. Sin embargo, dichos cambios no suelen ser percibidos de inmediato. Más aún, tendemos a no querer percibirlos, porque, apoyados en una extrañísima porfía, insistimos en considerar al objeto libro, así como los actores involucrados en su producción, difusión y distribución, con los mismos anteojos de la Ilustración y la Modernidad, los vemos, entonces, angelados.

Por ello nos enfadamos por el precio de los libros, por el IVA, porque este producto del espíritu no puede estar sujeto a las leyes del mercado. No nos enfadamos tanto porque las librerías estén profundamente concentradas, según una clara lógica socioeconómica que beneficie a quienes poseen un mayor poder adquisitivo. Y algo nos llama la atención el hecho de que, al igual que ocurre con los noticiarios de televisión, cada vez más sean las mismas novedades las que encontramos en las vitrinas y mesas de exhibición.

Y es precisamente por eso que nos declaramos sorprendidos cuando la Policía de Investigaciones detiene al gerente general de una librería quien, además, es socio y, en ese momento, directivo de la Cámara Chilena del Libro. No puede ser. ¿Por qué no? ¿Por las valoraciones sensibles que hacemos del objeto libro? ¿Acaso porque, en su sentido benjamiano, de ese modo se esfuma el aura? ¿De dónde surge la convicción de que todo en el mundo del libro está impregnado de esa aura decimonónica? ¿Acaso todas las editoriales, independientemente de su tamaño, pagan los derechos de autor? ¿Y todas, por poner un caso, realizan el depósito legal de sus obras? O bien, por otro lado, ¿no existe ninguna librería que haya diferido la declaración de sus ventas?, ¿o que haya dejado facturas impagas?, ¿o que no haya devuelto sus consignaciones?

En el mundo del libro el neoliberalismo también se ha expandido como una enredadera. Y es sabido que las enredaderas suelen estrangular a los árboles, por muy antiguos que estos sean.

«Destruir en nuestro corazón la lógica del sistema», apela el poeta José Ángel Cuevas. Y la razón y la emoción lo acompañan. Pero no siempre es fácil, porque, particularmente en este universo cultural, cada uno suele pensar que el verso está dirigido al otro, al del costado, al que está adelante, o al que espera más atrás.

¿Qué hacer? En esto la retahíla de verbos con los cuales se despliegan las alas de los proyectos culturales indican las coordenadas de sentido: fortalecer, descentralizar, profesionalizar, impulsar… Todo bien, mientras no se discuta una pequeña inquietud: ¿democratización cultural o democracia cultural? Este debate, que quedó clausurado en la década de los noventa ha resurgido en este último año, pero con su derivación lógica necesaria: hay que revisar la concursabilidad de los fondos. En ese momento, ante la sola posibilidad de que se altere esa realidad, todas las radicalidades discursivas retroceden, espantadas. (Y esto no deja de ser significativo, porque debatir en torno a la diferencia entre democratización y democracia, es una discusión tanto política como ideológica, precisamente los ámbitos que suelen eludirse, para quedarse en la cálida zona de confort que representa lo cultural propiamente tal).

Ya se reconoce que somos la segunda región que más publica en Chile. Ahora habrá que avanzar en otros deslindes, otras ordenaciones de cifras y otros análisis de las mismas; y estamos trabajando en ello.

Porque el análisis concreto de la situación concreta no siempre se realiza, y los estudios son escasísimos. Por ejemplo, a la investigación que se encuentra desarrollando Carmen Mantilla, se puede agregar la tesis de Francisco Javier Guerra Salinas, «Panorama actual del libro en Chile y la realidad de las librerías en el Gran Valparaíso», realizada el año 2017 o el artículo «Métodos de esquina noroeste y salto de piedra en piedra para una red de pequeños editores de Valparaíso-Chile», de Claudio Gamero Henríquez, del año 2020, el cual, si bien se centra en la distribución del objeto libro, conecta de manera directa con la producción y difusión del mismo.

Se avanza, pero todavía serán territorios ignotos ciertas zonas desplazadas, periféricas. ¿Dónde se consideran los puestos de venta de libros ubicados en ferias y veredas? ¿Cómo se analizan los libros autoeditados que, recordemos, constituyen más del 50% de lo publicado en la región? Pues, aunque no correspondan al barrio literario, son espacios y prácticas culturales que claramente también tienen incidencia en lo que dice relación con el libro y la lectura a nivel regional.

Y aquí otra digresión, porque en el barrio anteriormente citado, pareciera que se comprende que el objeto libro dice relación solamente con literatura, olvidando que es el soporte universal de todo conocimiento, desde la memoria de un club deportivo, hasta el registro de una intervención clínica. Por desgracia, suele ocurrir que esa producción bibliográfica es invisible en el barrio.

¿Alguien ha visto esto desde la propia literatura? Pues sí. Franklin Quevedo, en su cuento «El vendedor de abril» lo describe con toda su descarnada desolación, con la desesperanza proletaria y con la violencia burguesa. Y solo hasta ahí la referencia, porque más que una referencia, busca ser tanto una invitación como una incitación, al igual que estas líneas.

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