Mientras dormías, cantabas
Nayareth Pino Luna
Los libros de la mujer rota
200 páginas
«Es extraño ese momento en que ya todos se han dado los abrazos. Es un momento en el que se decide —así pasivamente— que es mejor bailar. La radio sintoniza la primera cumbia, de esas cumbias melancólicas que se bailan paso a paso de hormiga un paso que siempre es el mismo, un paso que siempre es lento. Los bailes existen para evitar que los cuerpos terminen haciendo otra cosa». En este párrafo se podría condensar el modo en que la novela Mientras dormías, cantabas de Nayareth Pino Luna (Santiago, 1990) desarrolla su trama en estas doscientas páginas con que debuta la autora.
La narración se conduce de la mano de unas cumbias que suenan de fondo en toda la novela, estas no sólo sirven de puente entre un capítulo y otro, sino que acompasan el ritmo de los acontecimientos, y construyen un imaginario musical que nos remite al modo tan particular que tenemos en Chile de bailar, de evitar bailar, de hacer que alguien baile.
La novela ocurre en una sola noche, una noche de año nuevo en donde una familia de un block de una población de Santiago se sienta a esperar que lleguen las doce. La protagonista de este relato es Marta, una joven de veinticuatro años atrapada en una celebración con una familia que también podría ser un grupo de desconocidos. La protagonista nos conduce hacia los nudos de este grupo, hacia los secretos que esconde esta familia y que deben quedar bien atados bajo la mesa para no arruinar el rito.
Marta tiene los mismos veinticuatro años con los que murió Leonor, la muerta que pena durante toda esta celebración a la familia. Conocer la verdad sobre su vínculo con ella, conducirá a la protagonista a hurgar en cajones que guardan secretos de otros, historias no concluidas y que a veces pareciera mejor dejar guardar un poco más de polvo. Mientras que, a través de Leonor, conocemos cómo es la vida de alguien que ha nacido con una enfermedad que le ha obligado a estar siempre del mismo lado de la ventana, sin nada más que algunos libros, sin siquiera la escritura. El encierro de quien está enfermo, la precariedad de una vida que ocurre en los metros cuadrados que entrega el gobierno en las poblaciones para que se haga la vida. La imagen de Leonor mirando el paisaje desde su ventana es un tierral en el que solo se elevan de vez en cuando remolinos de tierra y basura.
Otro foco importante de la novela es la maternidad. La precariedad de quien no puede rechazar que su cuerpo dé un ser que no desea, la nula posibilidad de elección que viene con la pobreza. Pero también la que abandona a sus hijos en medio de la noche. Estas mujeres, que siempre han existido y de las que tan poco hemos escuchado en la literatura, esta forma de no querer ese vínculo tan natural y obligatorio. Me interesa profundamente el que las mujeres que terminan criando en esta novela van a ser las responsables de que la familia sea, pero también, a través de su sola presencia, son las que entregan la posibilidad de que esas otras huyan. Ese nudo subterráneo del que los hombres no pueden participar.
Vuelvo a la idea de que Leonor no pueda acceder a la escritura. Sí tiene libros, lee, pero no puede escribir. Y es a través de este gesto que la novela construye muy sutilmente toda una reflexión sobre lo que es la literatura, una que no resulta forzada, ni pretenciosa, sino que nos obliga a pensar en los mecanismos primarios de esta, para desde ahí llegar al texto completo. Así presenciamos el modo en que Leonor intenta y una y otra vez aprender a escribir: «La mayúscula que parte abajo y se desliza hacia arriba, y vuelve a caer. La caída que se une a un trazo que sube para bajar y vuelve a subir para caer», y a su vez, el modo en que la escritura opera en ella: «Escribir era distinto. Escribir es magia negra, es un ritual que conduce a un lugar al que no sabías que podías llegar, pensó alguna vez. Ese lugar puede ser húmedo o gris; bello o ingente. Este lugar puede ser a o b, no importa, desconoces su fuerza, la materia, la luz y —lo que es más importante— su sonido o su completo silencio. Leonor tenía miedo de ir a ese lugar al que conduce la palabra que es escrita».
Pocas veces toca leer una primera publicación como Mientras dormías, cantabas, una novela con una estructura contundente, y a la vez repleta de emotividad. En una entrevista Nayareth Pino Luna dice haber escrito la novela en papel y en voz alta, esperemos seguir escuchando entonces el ruido del grafito sobre el papel en la voz de esta autora.