Constitución Política de Chile
178 Páginas
Auto edición
Un manuscrito en la calle: en distintas veredas se pueden hallar ediciones baratas del libro que se votará, ya con su versión definitiva, el próximo 4 de septiembre.
Desde mediados de mayo, la puesta en circulación en papel del borrador —no definitivo— de La nueva Constitución ha alterado el paisaje visual y sonoro de nuestras ciudades. Impreso por editoriales anónimas, en formato tradicional y también en formato de bolsillo, vociferado en calles a precios que oscilan entre $3.000 y $5.000, distribuido u obsequiado en bibliotecas o librerías, su circulación ha puesto una vez más en evidencia que las transformaciones sociales resultan indesligables de sacudidas en el aparato sensorial, como ya lo señalaba Walter Benjamin al inicio del tercer apartado de su clásico ensayo La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica: «Dentro de los grandes periodos históricos se modifican, junto con todo el modo de existencia de las colectividades humanas, el modo y manera de su percepción sensorial» (37). A partir de esa travesía pública del borrador no definitivo, de las opiniones y debates que ha movilizado, quisiera detenerme en tres interpelaciones —entre otras tantas posibles— que dicha circulación ha provocado. Una primera interpelación se encuentra relacionada al objeto libro en tanto invención. Una segunda, a su vez, está asociada a una reflexión sobre la lectura y los modelos de lector que el debate colectivo y mediático sobre el borrador ha ocasionado. Y, por último, una tercera aparece vinculada a la circulación social de los discursos y sus efectos materiales.
La proliferación impresa del borrador de la nueva propuesta constitucional ha puesto nuevamente en valor los factores técnicos, materiales y prácticos que han hecho que, desde hace siglos, el libro en cuanto objeto no solo engrose, sino que sea una figura paradigmática de aquella escueta lista de invenciones humanas que, una vez fabricadas, resulta muy difícil poder hacerles mejoras sustantivas. Su capacidad de almacenamiento, de tamaño, de flexibilidad, aunadas a su ligereza, a su perdurabilidad, a sus ventajas en cuanto a impacto visual y posibilidad para ser maniobrado táctilmente, así como su facilidad para ser transportado y, en fin, toda la serie de rasgos que se aglutinan en torno al libro, han vuelto a cobrar realce en la circulación impresa del borrador constitucional, frente a la opción de acceder a él en formato descargable y en un marco en el que desde hace algunas décadas se viene debatiendo sobre la superación de lo impreso por parte de lo digital y, con ello, el supuesto fin del libro. Una manifestación que ha enfatizado que tras la circulación del libro hay, ante todo, una relación social y sensitiva de la que nos resulta muy difícil prescindir.
Pero también, y concomitante a lo anterior, el impacto público de la propuesta elaborada ha promovido una reflexión sobre el acto mismo de la lectura. En este punto se podría arriesgar una tesis tentativa: hay un grado de relación entre el modo de leer y la sociedad a la que se aspira, ya sea tanto la aspiración por construir o por participar en un determinado modelo de sociedad, como la aspiración por evitar tal modelo. Si la lectura es un acto político, históricamente el modelo por excelencia de tal naturaleza lectora ha sido el «leer entre líneas». Este tipo de lectura asume que lo que el texto dice no constituye la totalidad de su mensaje, que hay esbozados tras él ciertas consecuencias que el lector o lectora tienen por responsabilidad descubrir, descifrar. No obstante, una de las características que ha marcado la discusión sobre la propuesta constitucional, sobre todo en sectores políticos conservadores, ha sido llevar el «leer entre líneas» a un nivel de maquinación. El modelo de lectura detrás de esto es la insidia (en su doble sentido etimológico de «engaño para dañar a otro» e «instalarse en un lugar», léase «rechazar para reformar») y algunos de sus rasgos son, por una parte, establecer una relación concreta entre interpretación y amenaza, asumir que ese acto interpretativo descifra el funcionamiento encubierto de la política y, a partir de los dos rasgos anteriores, la capacidad de arrogarse el vaticinio de un escenario futuro, un escenario marcado por la decadencia, crisis o destrucción de lo social. Ha quedado en evidencia que para disparar esta forma de leer no es necesario una lectura exhaustiva del documento, bastan para ello las reiteraciones léxicas de términos claves de los debates políticos de los últimos años y, por sobre todo, de demandas identificadas con el proceso abierto por el estallido social, o inclusive, también puede actuar como disparador, la falta de aquellas reiteraciones léxicas. Este modo insidioso de leer hace proliferar narrativas a través de la serie de tramas de lo social, haciendo circular posiciones que avanzan desde el escepticismo hasta la paranoia o la conspiración.
La contraparte de este modo de leer ha sido la figura lectora que vendedores ambulantes y compradores eventuales han esgrimido al momento de ser consultados por reportajes de prensa o en el diálogo cotidiano, esto es, leer para estar informados, lo que se traduce en un votar habiéndose informado.
Sería muy ingenuo aseverar que en este modo de leer se aleja de operaciones de lectura entre líneas que colindan con maquinaciones, pero sí se descarta de aquel en tanto que toma distancia de la lectura parcializada como subterfugio.
Y precisamente de allí, de la pregunta por los modos de leer y sus efectos, irrumpe la pregunta por la circulación social de los discursos. De la insidia emana un estremecimiento que altera la relación entre información y experiencia, alteración que acecha la circulación estabilizada del sentido en conceptos estratégicos del funcionamiento democrático, tales como consenso, representación, mayoría o legitimidad, con la intención de tratar de modificar las relaciones de fuerza que le son adversas o, a lo menos, incómodas. En este punto, la lógica de funcionamiento es similar a la actividad realizada por las llamadas fake news, debido a que el exceso de información acarrea consigo una consecuencia paradójica, se abre una brecha entre lo informativo y lo verídico. Tras esta brecha abierta el modelo de lectura es el desciframiento, pero en condiciones materiales y políticas en las que inciden los medios masivos, ya sea impresos o televisivos, los cuales han servido —como, en efecto, históricamente algunos de ellos lo han sido— como un espacio para promover una circulación de sentidos que, a partir de la fuerza reiterativa que pueden conseguir, se va instalando en un lugar privilegiado en la disputa por el lugar común. En definitiva, la circulación en papel, a través de las calles y espacios culturales del borrador de propuesta constitucional puede verse como un nudo que deja ver la construcción de la complejidad en la política, como un síntoma de las luchas sociales por el sentido en nuestra actualidad.