En el clímax de la precarización del panorama cultural, quisimos abordar una función inherente a la literatura, sobre la que sin embargo pesan lugares comunes y opacos que contribuyen, más que a su mejora o enriquecimiento, a su desaparición: la crítica.
Un organismo que no es individual sino social, cuyo cuerpo no está constituido por partes sino por funciones. Esas funciones, que además pueden desaparecer dependiendo del contexto —porque el organismo al que me refiero es profundamente contextual— son realizadas por distintos vectores, que sí son individuos, y por ende colaboran con la forma visible que el organismo tiene. Así me imagino a la literatura. Un organismo volátil que exige, entre otras cosas, revisar las funciones que lo componen en la época que a uno le tocó vivir.
Como suplemento abordamos varias de las funciones –escritura, lectura, diseño, edición, traducción y circulación— y ahora es el turno de una de las que más nos interpela: la crítica.
En el país, los diarios decidieron convertir sus suplementos literarios en raquíticas páginas de promoción cultural, «quien quiera pensar críticamente, que lo haga por su cuenta» parece ser el mensaje que encarnan los despidos a críticos/as literarios/as y de otras disciplinas.
Por eso, los invitamos a imaginar una instancia analógica para salir del régimen visual del streaming: un escenario en una librería o un bar, en el que están sentados Nicolás Meneses, escritor y reseñador en sitios webs, Patricia Espinosa, docente y reseñadora en medios impresos, Natalí Aranda Andrades, ensayista, José Ignacio Silva, periodista y crítico en medios impresos y webs, Lorena Amaro, docente, investigadora y crítica literaria, y Felipe Moncada, poeta y ensayista; quienes responderán preguntas similares aportando las pequeñas y significativas variaciones que les dan sus diferentes experiencias como críticas/os. Cabe decir que por su trabajo algunos reciben o han recibido pago y otros no.
Lorena Amaro: Comencé llevada por el deseo de salir del ámbito estrictamente académico y poder intervenir de manera más activa en el campo cultural. Cuando comencé lo hice en una revista que sostuvimos cuatro personas, Carolina Melys, Diego Zúñiga, Claudia Apablaza y yo, durante dos años. Me interesaba abrir un espacio nuevo no solo para escribir yo, sino también para acoger otras escrituras. Por otra parte, necesitaba expresarme en otros formatos, lamentablemente en la universidad se ha ido imponiendo el artículo de investigación. Me gusta escribir brevemente, te obliga a pensar y sintetizar.
Nicolás Meneses: En un principio, el trabajo crítico y lector de varios escritores que admiro. Después, mi intención de aprender a escribir sobre libros, analizar y leer en un nivel más profundo. Necesito escribir de algunas experiencias para entenderlas mejor y eso me pasa todavía, sobre todo con libros de poesía.
José Ignacio Silva (realiza un recorrido que va desde un ramo de crítica literaria dictado por Alejandro Zambra y Francisca Lange en UDP, a su trabajo varios años después en LUN, del que fue desvinculado en noviembre del 2019. Y puntualiza):
Para profundizar en lo que me motivó a hacer reseñas, primero, el entusiasmo de ver tu nombre en letras de molde fue algo que me sedujo. Quizás no es el más humilde de los motivos, pero ese hecho satisfizo mucho, en una época signada por las ganas de hacer algo, no quedarse estancado, aún más en un momento como ese, en que buscaba trabajo. Unido a eso, el escribir reseñas fue —y es— un modo de canalizar el deseo creativo; plasmarlo en el papel, y ver que no quedaba tan mal. Eso, más el ser leído, tomado en cuenta y valorado por otros, alimenta el ánimo y la confianza para seguir. Y si luego uno empieza a ganar dinero por el trabajo que realiza, tanto mejor, pero esto último es una rareza en el periodismo cultural chileno, donde está normalizado e institucionalizado el trabajo gratuito.
A Natalí Aranda y Felipe Moncada, cuya labor más conocida es la de ensayos que culminan en libros: ¿Cómo eligen los libros/autores de los que vas a escribir?
Natalí Aranda: El temblor es un parámetro importante para decidir escribir sobre la poesía de otra persona. El cuerpo tiembla cuando una escritura me conecta con la vida, cuando rompe esa dualidad sujeto-objeto desde donde estructuramos nuestra relación con las cosas y volvemos a ser tocados por el asombro de ser. Me interesa la poesía que me enfrenta al vacío, a la desnudez y a la muerte que significa el quiebre de esa dualidad. Poesía que destruye íconos para volver a lo primario, a la experiencia directa con las cosas, al asombro. Escrituras en las que hay una búsqueda de apertura y libertad y en las que el sentido no es un fundamento último, sino desnudez.
Blanca Varela dice que en el centro de todo está el poema, porque el centro es el lugar de la creación, desde allí se expande lo que llamamos realidad. Elijo escrituras que me trasladen a ese centro, a ese vacío creador que yo relaciono con el lugar de la pregunta.
Porque del asombro nace la pregunta y desde ese preguntar surge la posibilidad de la escritura y del diálogo con otras poéticas.
Felipe Moncada: La mayoría de las veces responde a la solicitud de gente que conozco, con quienes intercambiamos libros y a quienes valoro como escribientes y como personas. De ahí nacen prólogos, presentaciones de libros, epílogos, reseñas, comentarios. Con el tiempo voy vinculando algunos de esos textos en un cuerpo mayor mediante un hilo que los vincule y se transforman en ensayos que intentan desatar algún nudo. Otras veces son libros que se vinculan con mi propia escritura creativa o con temas que me obsesionan por un rato. Otras veces elijo libros que me llevan a un tema que quiero aprender, la escritura del ensayo para mí consiste en elegir rumbos para investigar, una especie de indagación libre sin ruta predeterminada.
Evito eso sí, hablar de libros que no me gustan o que tienen errores notorios, esa crítica que se complace en una retórica de la pateadura me parece una exhibición de mal gusto, prefiero quedarme piola en vez de hacer ese despliegue de matón o matona argumentativa, eso mejor para taller literario, o comentario informal, o trabajo interno editorial, pero usar un medio de comunicación para esa crítica «correctiva» me parece desaprovechar una oportunidad. Como habitante de una economía de subsistencia prefiero «no gastar cartuchos en jotes».
Lorena Amaro: Creo que la crítica debe expresar un juicio, un punto de vista o toma de partido estético/político, además de informar sucintamente a lxs lectorxs de qué se está hablando, cuál es el paisaje en que se instala un texto, cuáles son sus diálogos con el pasado y el presente. Hacer todo eso en, a veces, 500 palabras (tuve la experiencia en revista Otra Parte, de Argentina) puede ser difícil, pero no imposible. Y este ejercicio es el que distingue una reseña informativa (que describe un argumento) de un texto crítico, propiamente. No su extensión.
Patricia Espinosa: En LUN solo critico narrativa chilena. En Palabra Pública me dedico a criticar poesía, ensayo, textos difusos en términos de género literario. Además, tengo más extensión, eso influye en el carácter más ensayístico de mi escritura. Además, selecciono textos a partir de un criterio de contribución literario-cultural. Lo cual implica desvincularse de la valoración explícita que sí me interesa considerar en la crítica para un público más amplio.
¿Cuáles son los parámetros con los que elaboran las reseñas?
Nicolás Meneses: Depende. En poesía es muy diverso porque ahí cada libro tiene su propia personalidad. Trato de ingresar a pura intuición, luego en una relectura identifico patrones, a veces abrir una interpretación me basta con un poemario. Me acostumbré, para mal, a una extensión corta; pero para bien, porque la gente lee poco y nada de reseñas, entonces trato de en pocos párrafos proponer algo que enganche. No soy de darles clases de taller a los autores ni pensar en si el libro pudo ser mejor o si esto se hubiera hecho de otra forma para romper con lo clásico. Eso es terreno especulativo, hay libros que son modestos y otros más ambiciosos. Creo que uno debe quedarse con lo que el texto propone, con lo que es, no con lo que podría haber sido. Hay libros, como los de Carlos Cociña, que me han obligado a meter mi cara a las lecturas, porque su poesía te mete a la cancha, no te deja de espectador. Pero la mayoría de las veces no es necesario.
José Ignacio Silva: Al considerar un libro lo primero que hago es tomar en cuenta la actualidad y también la veracidad. Esto porque los libros que comenté en prensa eran casi todos novedades, considerando que el soporte de las reseñas eran medios periodísticos, donde sigue rigiendo eso que se llama «hora de cierre» […] Luego, otros parámetros tienen que ver con la factura del libro, tanto contenido como soporte. Su lenguaje, su escritura, pero también su diagramación, sus opciones visuales, cosa que también le corresponde a las editoriales, que son otro factor que se tiene que tomar en cuenta a la hora de hablar de un libro.
En lo que se refiere al contenido, hay otros parámetros más específicos. Por ejemplo, no es lo mismo comentar una novela que un libro de crónica o uno periodístico, donde la exactitud de los datos es indispensable. De todas formas, entre los factores que tomo en cuenta, que estén, de nuevo, bien escritos, y que se mantenga una estructura mínima en el armado del libro, eso suena a muy poco que pedir a un libro, pero sorprendentemente no siempre se cumple, lo que es más sorprendente cuando a la gente se le pide plata, y no poca, por los libros. Ante eso, lo mínimo es que se obtenga un producto aceptable. Otra cosa: que el libro genere emoción, que mueva algo, que despierte algo, que haya capacidad de rozar fibras. Cuando eso no pasa, se está frente a un texto aburridísimo, sea del género que sea. Asimismo, en el ámbito de la no ficción (pero en otros también) no hay que perder de vista lo que el autor o autora pueda decir en cosas que nos atañen como sociedad. Políticas, en cristiano. Un ejemplo exagerado: un autor/a que diga que la pobreza de un país es producto de la flojera de los pobres. Otro ejemplo exagerado: que la dictadura de Pinochet fue buena porque movió la economía de Chile, qué importa lo que pasó aparte. Cosas así no se pueden dejar pasar, ante estas notas discordantes hay que hacerse cargo de alguna manera, entre los otros parámetros, que uno toma en cuenta.
En la ficción (aunque también en la no ficción), que haya personajes y tramas construidos al menos correctamente. Una pluma fluida, que dé gusto leerla, que no le ponga problemas al lector con textos ilegibles, enrevesados o que no lleven a ninguna parte. No a la cursilería, lo siútico, la moralina, la monserga, el texto críptico con pretensiones políticas o sociológicas de poca monta.
Felipe Moncada: Tengo un problema con la palabra crítica, en lo literario, siempre me ha caído muy mal la soberbia intelectual o el despliegue arbitrario y/o exagerado de referentes como sinónimo de autoridad intelectual, en mis tiempos de estudiante eso era sinónimo de privilegio en el acceso a los libros, ahora con internet eso se ha emparejado, ya no pasa tanto por la plata que tenga tu familia, menos mal. Pienso que la erudición, cuando no responde a un interés genuino por el conocimiento, trata de instalar la diferencia como jerarquía, no sé, son impresiones que sin embargo determinan una manera de ver, entonces encuentro que es lícito echar mano a todo lo que esté al alcance para comentar una obra, sobre todo si no va dirigida a un lector especialista: la actualidad social, poéticas afines, la descripción de las cualidades, de los recursos estilísticos, incluso la anécdota o el dato biográfico, la especulación, los arrebatos poéticos, todo lo que aporte a facilitar la comunicación. También trato de salir de la comodidad de la formación en un área determinada. Yo tengo formación universitaria en ciencias, podría vincular todo lo que leo con ideas de la física pero lo hallaría tramposo. Hubo un tiempo de crítica marxista, o sicoanalítica, o feminista, o poscolonial, etc., a modo de pensamiento precocido, que entrega la mitad de la pega hecha, en ese panorama prefiero la autonomía aunque se cometan errores de corrección política. En poesía todos somos autodidactas —dice un amigo— y siendo un escritor y lector de formación autodidacta creo en la deriva y en las conexiones libres que uno hace con otros textos, y con la realidad, entonces escribir sobre un libro para mí significa hacer atajos hacia otras lecturas, y un modo de seguir aprendiendo. Creo que importa más la pertinencia de una interpretación que su despliegue culterano, siguiendo con la analogía digestiva, es la dialéctica entre la comida rápida ingerida de pie, versus una cazuela comida con reposo, si al final importa que la lectura «entre en provecho», que ocurra la sinapsis, el relámpago diría Rojas, no la cantidad ni la velocidad de lecturas, de lo contrario la acidez y los reflujos se terminan imponiendo.
Patricia Espinosa: La crítica es el análisis o lectura de un texto a partir de un lugar, de una subjetividad, toda crítica se encuentra localizada y es, en este sentido, parcial. Además, la crítica debe asumir la valoración estético-política del texto. En términos de publicaciones académicas, la crítica al seleccionar un libro implícitamente lo está valorando, incluyendo en el canon. No existe crítica académica sobre mala literatura, habiendo tanta, lo que me parece inaceptable. Hay todo un territorio por descubrir allí. En cuanto a la crítica publicada en medios masivos, la valoración para mí debe ser explícita. Son textos críticos breves, donde no hay lugar para la ambigüedad, especialmente en una época donde el gran reseñador (ojo, no críticos) es el mercado, la endogamia del campo cultural, la falta de tiempo para el lector/lectora que no pertenece a la elite. Por lo mismo, me parece fundamental que la crítica en el espacio público contenga un juicio valorativo sobre el texto. Es necesario aclarar, por milésima vez, que para mí la crítica es una lectura, una interpretación, tan válida como la de otros sujetos/sujetas. Resulta extraño que para los autorxs, una «mala crítica», sea considerada una agresión personal. Me dedico a leer textos no biografías. A fin de cuentas, producir crítica es exponer una voz situada, una ideología del texto en interacción con el contexto, hace mucho que pasó eso de la literatura autónoma.
Escribir sobre otras escrituras es entrar en un diálogo no solo con el mundo personal de quien escribe, sino también con algo colectivo, impersonal, anónimo. Creo que el poema, cuando contacta con un nivel profundo de la realidad, ya no pertenece a alguien, quien escribe es, como dice Blanchot, el lugar vacío donde se anuncia la afirmación impersonal. Algo ocurre cuando se escribe sobre otras poéticas, se entra, hasta cierto punto, en eso impersonal y se descansa un poco de este pequeño y sufrido «yo». Creo que tras ese impulso se encuentra un anhelo de realidad, de ser tocado por la vida en todo lo que ella es. Un deseo de profunda comprensión. Hay una búsqueda de índole espiritual que impulsa este diálogo con otras poéticas. Por ejemplo, Ximena Rivera es una poeta que nos lleva a contactar con lo sagrado, con ese terreno de lo impersonal y de lo abierto. Tema que me tiene bastante obsesionada y que me impulsa a escribir sobre ella o sobre otras autoras y autores que están en esa sintonía. La veo como una maestra que guía el viaje hacia las profundidades, hacia el misterio.
Nicolás Meneses: Mis criterios de selección son básicos y no excluyentes: la mayoría son libros de poesía. A veces, muy pocas, escribo de narrativa y otros tipos de libros. La mayoría porque me he sentido comprometido cuando me pasan un libro por prensa. Las pocas, porque los libros de verdad me gustan y nadie ha escrito de ellos, por ejemplo, El compadre de Droguett. Pero en general no me gusta escribir de narrativa, lo encuentro tedioso. Releo para escribir, y releer novelas y cuentos me hizo percatarme de lo limitado de las propuestas narrativas actuales: se agotan a la primera lectura. No escribo de libros que no me gustan porque pienso que es perder el tiempo. Al menos para mí, un libro debe motivarme, ese es el requisito básico. Y la peor crítica que te pueden hacer es no hablar de tu propuesta, es mil veces peor a que te comenten lo malo que es un libro.
Patricia Espinosa: Realizo búsquedas constantes y ansiosas por redes sociales, voy a librerías grandes y pequeñas, a ferias de editoriales independientes. Intento moverme lo más posible en busca de textos sometidos a una visibilización reducida. Desde que surgió la pandemia, comparto con mi editor la búsqueda de libros. Seleccionamos todo lo que se publica en el año, no tengo ni tenemos un criterio de exclusión.
José Ignacio Silva: Depende del medio y del tipo de editor con quien me relacione. En casi todos los lugares en que colaboré con reseñas, tanto físicos como electrónicos, en general reseñaba libros que me llamaban la atención con amplia libertad, basado en la intuición, eran libros de autores que no conozco. […] Esa libertad me permitía, en más de una ocasión, satisfacer el gusto. En el caso de LUN pasaba algo distinto, había una criba. Una vez que había elegido algún libro para reseñar, tenía que someterlo a mi editor para tener su visto bueno para proceder. Algunas veces el libro que elegía o sugería no se adecuaba mucho a la realidad del medio, a sus lectores. Libros muy sesudos, crípticos o literatosos. También había libros que llamaban la atención y eran, en el papel, buenos candidatos para ser comentados, pero que, luego de un análisis, eran meros voladores de luces a los que no se les podía sacar mucha punta. Otras veces era mi editor quien me sugería títulos de los que yo no tenía conocimiento o sobre temáticas que no consideré, y que habían llegado directamente a la redacción del diario […] se daba un pimponeo, un tira y afloja para determinar los libros a reseñar y armar el calendario de comentarios.
Te podría escribir un ensayo sobre esta pregunta, pero en líneas gruesas es un modo de ejecutar la crítica que se desvía del paradigma masculino, que no obedece al ideario totalizante de la crítica falogocentrista. Orientada a develar articulaciones limitadas en el texto, lo que da como resultado una visión localizada, parcial y generizada. Cuando digo generizada, me refiero a una escritura que tiene género y no sexo. Una crítica literaria feminista entrará en tensión con los fundamentos atribuidos al género literario, como una zona más de dominio patriarcal, además del concepto de autoría e, incluso, posición y difusión de las obras literarias en el campo cultural. A la crítica literaria feminista, le interesa configurar los modos de subjetivación de la sujeta, su posible toma de conciencia feminista y sus modulaciones respecto a ocupar un lugar asignado: sometida, patriarcalizada, en proceso de emancipación. Es importante agregar que la crítica literaria feminista, deconstruye las genericidades masculinas, femeninas, disidentes, mediante la identificación de las homogeneidades e interrupciones a tales homogeneidades elaboradas por el pensamiento esencialista o patriarcal.
Las reseñas y críticas son textos, son escrituras. Mucha literatura cruza también los umbrales de los géneros, estableciendo conexiones provocativas con otras formas de expresión (artes visuales y del cuerpo, cine, foto, etc.). La política emerge de esos intersticios, está en esas sinapsis textuales. Y lo que se escribe integra un circuito con lo que se lee. Es por esto que pienso que un campo cultural empobrecido (con poca crítica, poco debate, pocos argumentos) genera una literatura empobrecida, es algo que afecta a toda una comunidad. Desde luego que el trabajo crítico —que no busca ser autoritario ni establecer lecturas únicas, aunque muchxs suelen interpretarlo así— debiera producir cuestionamientos y reordenamientos, también nuevas propuestas literarias.