El Pejerrey
Gabriel Zanetti
Editorial Aparte
69 páginas
Disfruto mucho de las sorpresas y los aciertos que traen algunos textos cuyo hábitat natural es la prensa. Lo interesante de este contexto de aparición son las limitaciones que tienen las y los autores. Por la amplitud de lectoría, por la cantidad de intereses que a diferencia de una editorial convergen en un medio, deben apelar siempre a la hibridez para sacar adelante un texto, al menos cuando la escritura es profesional y no por amor al arte, es decir, cuando el texto debe ser entregado y no es entregado porque el autor quiso escribir de tal o cuál libro de tal o cuál amigo, profesor o editor. Por eso, más que un género, la crónica es un animal multifacético, con patas puestas en el ensayo, la opinión, la historia, el cuento, etc.
Las reunidas en El Pejerrey, Gabriel Zanetti las articula en torno al tema de la pesca. En términos formales, el tipo de crónica avanza conforme el autor avanza en la época abordada. Así, al principio elige la memoria, con la figura de su abuelo como protagonista oblicuo y espectral (como son los abuelos), y que tiene lugar en la infancia. Más adelante aborda temas de contingencia y sociedad, y al final tiene muchos elementos de una narrativa ficcional sin nunca evadir la condición esencial de este animal al que se adscriben los textos: la realidad.
Lo que me gusta de los cronistas es la puntería que tienen para elegir, entre miles de elementos, aquel detalle que inmediatamente se vuelve cualidad de la persona o el lugar que protagoniza su texto. Quizá la crónica «Impresiones de Ñuñoa», y la que da nombre al libro, sean las más logradas. La primera por permitirle al tema elevarse de algo más que el costumbrismo narrado con tono costumbrista y sintaxis carente de sorpresa, la segunda, por tener esos detallitos asombrosos: «Esta carnada se vende a $3.000 el ciento, viene en un potecito de plástico con aserrín […] Nunca vienen cien, quién va a contar gusanos». Esa afirmación es a la que me refiero como el detalle indudable que hace pensar que el cronista no solo estuvo, sino que logró captar la esencia del objeto de su texto.
Sin embargo durante la mayor parte del libro, Zanetti se la juega por los juicios a grandes rasgos. Los detalles son siempre nominales y jamás aportan a que su lector participe de la experiencia que lo llevó a volverla texto.
Por ejemplo, la crónica con la que arranca el libro nos introduce al mundo de la pesca. Ahí dice que compró los elementos básicos y el resto lo aprendió en internet. Enseguida dice «eso no es saber pescar». Que su abuelo fue pescador. Aunque en el texto se intuye que es pescador deportivo. Más adelante, se refiere a que hay pescadores «de verdad, aquellos que se ganan la vida con esto». Relativizar la verdad es una operación interesante si el autor participa de esa relativización, si su escepticismo lo tuviera a él también como objeto, como sucede en el caso de Roberto Merino. Y el trabajo con la memoria es interesante cuando estos elementos son investigados a fondo y con rigor, como sucede con El sur, de Daniel Villalobos, donde además el hilo conductor avanza sin cesiones ni baches, mucho menos incoherencias. Pero no. El hilo que conecta las crónicas de El Pejerrey entre ellas, y a estas con la realidad, no deja de cortarse.