No-lugar
Natalí Aranda Andrades
Komorebi Ediciones
50 páginas
Un epígrafe es como un pórtico erigiendo galerías y columnas alrededor del texto que precede, una especie de umbral que al atravesarlo impregna nuestra lectura y Natalí Aranda nos conduce por ese tranco con una cita de Roberto Juarroz: «La poesía actúa por ausencia»; palabras que, como enormes corrientes de aire turbulento, forman un vórtice arrojándonos directamente a los primeros versos que abren No-lugar (Komorebi Ediciones, 2021): «Es oscuro el camino,/ los símbolos, la angustia./ Todo es hambre después del relámpago». Esta conjunción entre Juarroz y Aranda, precede el trance que experimentaremos al acompañar a la voz poética por un viaje interior que, más que respuestas, busca esbozar cuestionamientos y posicionarse frente a la creación poética.
No-lugar es el segundo poemario de Natalí Aranda (Santiago, 1987), poeta, profesora y magister en Filosofía por la Universidad de Valparaíso; una autora que no teme desplegar sus inquietudes filosóficas en esta nueva entrega, poniéndolas al servicio de la palabra poética para cuestionar las nociones de tiempo y espacio en el quehacer escritural, ideas que en el libro se esbozan a modo de nebulosa con la intención consciente de no esclarecer. De ahí entonces que debamos prestar especial atención al título, que corresponde a un concepto acuñado por el antropólogo Marc Augé y que refiere a un espacio intercambiable donde el ser humano permanece anónimo. La pregunta es apremiante: ¿Postula Aranda que la poesía es un no-lugar?: «En el lugar de la ausencia aparece el sentido», enuncia la hablante murmurando acaso un indicio. La respuesta, sin embargo, se construye en la elipsis que trabaja Aranda a lo largo del texto, donde se entiende a la palabra como una cicatriz, una marca: «…que emerge/ y se expande/ cuando una sombra/ quita la forma y el sentido», pero quizás lo que verdaderamente busca la hablante es la ausencia de autoría, ese anonimato al que refiere: «De noche/ el vuelo de un pájaro,/ el círculo que no cierra,/ el no-lugar que me excede,/ me siento tenue, ¿es eso lo que busco?».
La desaparición del autor será entonces una preocupación primordial para la hablante, solo así podrá construirse el sentido puro y absoluto, pero en la búsqueda del anonimato, el espacio creativo de la hablante suele ser habitado por luces de su primera percepción del mundo: árbol, niña, vereda, cielo, bolsa, pájaro. Referentes identitarios de los que desea separarse: «…imágenes de una distancia/ que esperan, en silencio,/ desaparecer». Esta pulsión creativa la conduce a la muerte, ya sea por la necesidad de anonimato o por la actividad misma –escribir, parafraseando a Lihn, es trabajar con la muerte–: «Muero en el río,/ pierdo nombre y memoria,/ solo queda el reflejo asustado y tembloroso/ de quien no ha sido creado a imagen y semejanza». Para la hablante la poesía en su estado más puro surge después de la lectura, es efecto y percepción: «El poema es lo que queda/ al desaparecer la palabra».
En No lugar, Natalí Aranda nos invita a un ritual, donde a través de mantras y limpiezas con humo, buscará lograr su propia ausencia como autora.
Intenta con este sacrificio que la poesía vuelva a habitar más allá del tiempo y el espacio; pues la poesía, como ella la entiende, es conmoción y ocurre solo en el vacío, mucho más allá de la creación misma de la palabra, una idea que despliega con genialidad en estos versos finales: «Frente al fuego/ la ausencia/ de quien pregunta sobre la muerte/ a un recién nacido».