Durante estos meses que hemos estado en el encierro con nuestros fantasmas o familias, la máquina productiva de las editoriales se ha detenido parcialmente. La angustia carcome el capital de la cultura, quizá menos importante y productivo que otros, pero parte de la especulación que llena siempre las librerías más allá de las ventas que efectivamente se hagan. Ese es el engaño del mercado, tener siempre las vidrieras y estanterías rebosantes de productos nuevos.
Hoy las librerías no se ven llenas, o más bien, no se ven, en Valparaíso. Quizá cómo lucen detrás de las cortinas bajas. Imagino cajas en distintos lugares del suelo. Varias hacen entregas a domicilio. Hay un par de libros usados, que no están mitificadas y utilizan poco las redes. Una está cerrada y la otra bloquea el ingreso con un muestrario. Vi a lo lejos la muralla del final que me formó como lector de literatura chilena, a una distancia que jamás había sentido, pero que no aleja a los lectores de sagas que intercambian por mil pesos el número siguiente fuera del paradero de colectivos que van a los cerros del barrio Almendral. En otra vendían mascarillas de equipos de fútbol en sus vitrinas.
Siguen circulando libros nuevos, sí, hechos por los que tienen el coraje de seguir publicando en papel, o que vienen financiados de antes y se debían hacer de todos modos. Como nosotros, en estos números que sin duda llegarán a una cantidad reducida de kioscos. Quizá, dependiendo donde vivas, ni siquiera puedas salir de tu casa por él.
Estamos en una hendidura del tiempo, donde no hay tantos libros nuevos para llenar nuestras páginas y cabezas. Menos hay plata para comprarlos, aunque en las redes sociales se ven libros en la balanza y lectores/consumidores que los atacan. Quizá el mundo se divida entre quiénes se fueron a quiebra y los que lograron surfear el desastre hasta el momento, en este momento largo. Nadie sensato proyecta algo a esta altura.
En estos días caminé por ferias y calles convertidas en ferias, revisando qué libros escupía la realidad de nuestro barrio para comer. Porque hoy es para salvarse, no para especular. Vi los libros escolares o los clásicos, también mucho pirata. Alguno como queriendo un poco parecerse al original, a los lejos, porque el papel interior es muy distinto, otros generando su propio formato: una ilustración del autor en la portada con el título de color en páginas blancas, sin diferenciar materialmente el interior de la cubierta.
El derecho a circular está solucionado en las veredas. A nadie con un par de lucas se le niega un Bolaño, ni el chacal de su agente llega a estas aceras. No lo haría tampoco en estas fechas, con toda la gente que pasa fumando y con la mascarilla en la pera en esta ciudad de inmortales.
La pandemia ha desatado la circulación de PDF en la vida virtual que llevamos, que tiene su propia polémica por los reclamos de los derechos de autor. Discusiones algo aburridas para quienes reciclamos excedentes. Porque la cacería y el olor nos transportan al largo camino y la sincronía que nos llevó a activar el fabuloso invento que es el libro. No podemos comparar eso a una deriva virtual, a pasar las imágenes de una galería online.
Cuando dudamos si plegarnos a la tendencia digitalizadora, nos preguntamos cuál era la dirección de sentido que nos había dirigido antes, la esencia del suplemento que hemos llevado a cabo desde 2018. Somos materia, todo lo hacemos pensando en el papel. En papel hemos leído diarios y libros viejos, en papel hemos hechos nuestros propios libros. El papel nos emociona, aunque no salve vidas y la única utilidad que tenga contra el hambre sea ser vendido por kilo para envolver.
No sabemos quién leería una entrevista de diez mil quinientos caracteres en un celular. Si tienes esto en la mano hay una oportunidad de hacerlo, sea nuevo o reciclado este ejemplar. Hay cosas realizadas para estar impresas. También nos corresponde un rol, como a todas las personas que hacen libros. Antes de la instalación del capitalismo el papel ya circulaba y hoy el mensaje es la muerte del impreso. Es un mensaje del poder. Se ha estudiado cómo pasquines socavaron la autoridad para fomentar la Revolución francesa y los medios que nacieron y desaparecieron informando de nuestra dictadura. Hay que mantener vivo el impreso, más si cada vez desaparecen o se abrevian más plazas para la recepción de libros en los conglomerados de la prensa. Sea lo que sea que suceda, un capitalismo ejecutando un control biopolítico o la reconstrucción de nuestra sociedad, el papel estará allí. No nos sumamos a las tendencias ni a la paranoia. La humanidad muchas veces llegó a su final y antes el libro.
Nos formamos en el borde de los dos tiempos o posibilidades, de lo físico y lo virtual. Por acá, hemos sacado libros de los basureros y hemos reciclado de bibliotecas públicas y privadas. Pero no somos tan egocéntricos para homologar nuestra experiencia a la de los demás. También, mientras internet se difundió a comienzos de siglo, bajábamos e imprimíamos libros de blogs que hoy no existen. Uno sabía entonces haber llegado a una veta secreta, de autores de otros lados en general, o de libros que uno no podía pagar. Alguien hoy debe estar haciendo eso, leyendo más que acumulando, imprimiendo quizás.
Uno de los archivos que circulaba entonces era Sándwiches de realidad, de Allen Ginsberg. De ahí transformo el título. Porque entremedio de la caminata de libros lo que veía eran los mismos cafeteros de siempre, la cultura de sobrevivencia alimentaria de quienes migraron a la ciudad en el siglo XIX. También los vendedores de colaciones en plumavit, sopaipillas, empanadas freídas al momento. No pueden ser sándwiches de realidad, porque hay jugo que cae por nuestras mejillas. Estamos en calles sucias, con la ropa sucia, con el alma sucia, con la letra y gramática sucia, escribiendo esto.
Quizá la literatura independiente sea una literatura limpia, donde toda escritura está higienizada y eso se adhiera en la prosa y la poesía. Poco se ve en las calles. Las ediciones chilenas que se ven son las clásicas de Nascimento, de Zig-Zag, de Ercilla. Más recientes de Lom, de Cuarto Propio. También las ediciones de hoy del Gato Gamboa, de la revista Hoy. Recuerdo en ellas los primeros cuentos de Pablo Azócar. De esta época solo vi Libros del Cardo y RiL en las colecciones que vendían literatura de Valparaíso, siempre un comercio efectivo, o las ediciones locales de Altazor o Inubicalistas, presencias incidentales. Muestran las fronteras: acá se ven las ediciones independientes de esta ciudad.
Hoy las ediciones artesanales son escrituras urgentes para evitar ser clausuradas. Son los letreros “Por favor entrar con mascarillas”, “si hay tres personas espere afuera”, ediciones únicas y manuscritas en cartón. Otras en ventanas: “colaciones”, “pan amasado”. Casi escucho la pregunta para dentro del local: ¿quién tiene la mejor letra? Tras el 18/10 se hicieron libros con los rayados, ¿alguien conservará estas formas de comunicar el miedo al otro, al enfermo? ¿Las formas de sobrevivir a la catástrofe?
No lo creo. Cuánta diferencia tiene la vida a la vida literaria. Los libros que llegan por servicios de encomienda o correo frente al libro usado que tomas desde el suelo, que llevan marcas, dedicatorias, polvo, ácaros de otras casas, otras vidas y posibilidades lectoras. Best seller y literatura chilena a cien pesos, a veces. Aun así es mejor esta vida de gatos escondidos en cajas plataneras que la picadora de papel por donde pasan las novedades fallidas.
La calle está marcada con la distancia que deberíamos guardar entre nosotros.
Nuestro cuerpo separado es el texto de la época.
Nuestro cuerpo separado del libro.
El silencio es no poder escribir de los fantasmas que llenan Valparaíso cuando cae la oscuridad. Siempre estuvieron allí, reciclando colchones, durmiendo en las avenidas. Eran menos perceptibles por estar en medios de otros movimientos.
Ya no más.
No son personajes de ningún libro independiente.
No se podrá escribir igual mientras el hambre está allá afuera.
Sospechamos que muchos nunca escribieron siquiera. El duende vive con quien vive no más. Sacude el sueño, interrumpe las labores y a la familia. Suspende y sublima la realidad.
Por su lado pasan militares armados, que se enfrascan con ellos o contra los pendejos que toman en la oscuridad de las plazas. Que una hora antes del toque de queda los comienzan echar a todos.
Las construcciones detenidas avanzan. El texto del salvoconducto dice progreso y reparación en horarios invisibles.
A las cinco de la mañana se escuchan los gritos de los que se quejan, los que fueron capturados y ya caminan libres otra vez. Porque alguien debe caminar de noche, romper la soledad de la ciudad. Porque alguien que no sabe cómo comenzó sabe que a las veintidós no puede terminar. Porque alguien se arroja el misterio al costo que sea. Eso es literatura.
Cada noche es la última.
Cada libro es el último.
Cada golpe al teclado es el último.
Siempre fue así.
Porque si es literatura bajo la pandemia, tarde o temprano será literatura a secas.