Entrevista a Yuri Soria-Galvarro

Conoce las superficies y el fondo de los estrechos del sur, conoce el mar abierto. Como dice Wallace Stevens, lo real es solamente la base, pero es la base. Yuri Soria-Galvarro es un narrador que apuesta ahora por una literatura de las grandes extensiones. Y acierta.

Nació en Bolivia en 1968, a los siete años migró con su familia a Chile. Creció en Puerto Montt, donde vive actualmente. Es biólogo marino y buzo. Pero nació como escritor cuando publicó La frontera (El Kultrún, 2001). Ha sumado dos volúmenes de cuentos más: Mar Interior (El Kultrún, 2006, reeditado en Bolivia y en México) y Cuentos del Pacífico Sur, (Das Kapital, 2015, reeditado en Bolivia, México y España). Fue finalista del concurso de la revista Paula y participó de varias antologías de cuentos en distintos países. En 2010 obtuvo el Premio Fernando Santiván de Valdivia en poesía.

Hay una escena de 2666, en el final de «La parte de Archimboldi», donde narra la conversación con un farmacéutico. El tipo lee a Trakl, a Kafka, a Melville, pero al ser consultado por sus favoritos de estos autores, menciona cuentos. Bolaño dice algo así como que el cuento es un lugar donde el maestro ejecuta su oficio con precisión, en cambio, en la novela, se embarca en un proyecto a ciegas, donde no sabe qué va a pasar. Una cosa de vida o muerte, dice un narrador que después de escribir y no terminar esa novela, se muere.

El paso de Yuri Soria-Galvarro a la novela hace pensar en eso. En El perseguidor de la luz (ganadora de los Juegos Literarios Gabriela Mistral 2017.Simplemente editores, 2020) atraviesa grandes extensiones sin demorarse en nimiedades, pero tampoco apurándose: llama a las cosas por su nombre, y las cosas responden. No como una novela del siglo XX, sino desde la asimilación de esas novelas, de las que el lector queda preso, sin más remedio que avanzar hasta el final (de un tirón de ser posible), y que al finalizar las páginas, se queda con la sensación de que van a perdurar en su propia anatomía.

Cuéntame tu formación como escritor

Eso es todo un género, ¿no? La biografía del escritor que dice: yo leía Hemingway a los cinco años. Nunca estuvo en mis planes escribir. Mi viejo sí era un buen lector, leía mucho, así que me inculcó la lectura. Leía mucho, latinoamericanos, muchos norteamericanos, pero me hizo click cuando leí a Francisco Coloane, y dije wow, esto es como Jack London pero del sur, y habla de lo que yo veo; tiene una serie de cuentos en Cabuco, en las islas del archipiélago, lugares que yo navegaba permanentemente. Entonces vi esa posibilidad del cuento ahí. Entonces salió uno, después algunos más y no paré.

¿Qué edad tenías?

Eso fue el año 2000, tenía treinta, hasta ese momento no había escrito nada, yo estudié biología marina. Venía de otra área.

¿Entonces cómo llegás a publicar tu primer libro si no estás tan relacionado con el ambiente literario?

Es que ese año también enfermó mi padre. Y falleció al año siguiente, 2001, cuando publiqué mi primer libro. Hubo algo de eso ahí. Claro que, como te digo, había empezado, y estaba buscando cuál era la forma de formarme como escritor, y alguno me decía sí, está interesante, pero me apresuré a publicar. Faltaba oficio, pero digamos que era un libro para él. Hoy quizá lo modificaría un poco, pero tiene algo de inciático, ahí nací, digamos. Pero me daba cuenta que me faltaba oficio, esa mezcla de lecturas más intensas, tiempo y quizá un poco de taller.

¿Y cuál es tu experiencia en taller?

Poco después de esa publicación, conocí a Poli Délano en una feria del libro. Me invitó a participar en su taller que dictaba en Santiago, así que me las arreglé: un amigo me mandaba los textos, y cuando me tocaba la sesión presencial, viajaba. Después también tomé un taller con Pablo Azócar. Con ambos después me hice muy amigo. Ahí partí, en un camino que no tiene retorno.

Eres buzo también.

Siempre he tenido obsesiones más que aficiones. Practico buceo profesional y deportivo, hago fotografía de naturaleza, soy biólogo de profesión. Pero cuando llegué a la literatura entendí que es la obsesión definitiva, porque es algo que uno no va a dominar completamente nunca. Entonces ahora cuando escucho que alguien quiere ser escritor pienso, bueno, ponte diez años a leer de manera intensa, más allá que uno la haga por placer, yo también lo hago por placer, pero uno como escritor se transforma la mayoría del tiempo en un lector obsesivo. Y ahí, después de eso creo que se puede uno echar a andar para ir aprendiendo.

¿Qué impulsó ese paso del cuento a la novela?

Y, salieron cuentos antes, incluso me gané un premio con un libro de poemas que nunca publiqué porque me interesa más la narrativa. Yo soy un lector de novelas y quería escribir novelas, había intentado varias veces pero terminaban siendo cuentos, o siendo descartadas, hasta que llegué a esta novela [El perseguidor de la luz, Simplemente editores, 2020] donde dije ya, voy a crear un personaje de algo que yo conozca así se hace un poco más fácil, entonces voy a ser un fotógrafo de naturaleza. Y bueno, le empecé a cargar cosas, el fotógrafo pasó por su niñez, su juventud en dictadura, su adultez.

El perseguidor de la luz cuenta la historia de Osvaldo, un fotógrafo de naturaleza, en tres momentos de su vida que se entrelazan durante la novela: juventud primera hasta su adolescencia en la transición, viaje por el mundo escapando de la traición durante su adultez, y un regreso a Chile de más grande. La construcción del relato es impecable. Paradójicamente, aunque el protagonista es fotógrafo, no apela a elementos del cine con los que muchos narradores contemporáneos se relajan de su oficio más bien ciego. Los tránsitos de la novela no son montajes de paisajes sino físicos, sensitivos, aunque es una novela de grandes desplazamientos (sucede en tres continentes, atraviesa un océano). Es como si un detective salvaje se hubiese quedado a bancar la dictadura.

¿Cuánto tiempo trabajaste en ella?

Cuatro años, aunque el último año la estuve corrigiendo un poco menos hasta la edición en México. Incluso luego de la edición ahí, le pegué una lija fina para la edición chilena.

¿La estructura de tres tiempos distintos se te ocurrió antes o apareció como solución?

No, es que es un poco una vida, pero si lo escribía de manera lineal iba a ser aburrida, tediosa. Pero objetivamente no tuvo muchos cambios. Hoy día yo creo que tengo más herramientas técnicas como para definir la estructura antes, pero en ese momento fue a prueba y error. La tuve que reescribir varias veces. Primero en línea, después con ese Racconto. Incluso en un momento la reescribí dos veces para cambiar el tiempo verbal a la novela, hasta llegar al que tiene. Y es un trabajo, porque no es sólo cambiarle el tiempo de los verbos, sino que revisar algunas palabras que agarran más resonancia y hay que cambiar otras. Pero creo que era necesario, porque después uno puede mirar más teóricamente algo a lo que tuvo un acercamiento más intuitivo y artesanal.

¿Y esa nitidez de las imágenes tiene que ver con tu experiencia en el sur?

O sea, sí, van apareciendo esas imágenes que le dan carne a la novela, porque si bien no es una novela autobiográfica, succionó varios capítulos que son parte de mi biografía, lo que le van dando verosimilitud, aunque hay otras que son completa invención. Si bien ahora está de moda la novela autobiográfica, como si el sólo hecho de hablar de ti mismo tuviera un valor, pero no era la idea. Yo quise construir un personaje, y ese personaje después agarró fuerza, al punto tal que empezó a chuparse cosas de mi vida, y también se reveló.

¿En qué sentido?

En que yo soy muy estructurado, veo cosas antes de escribirlas, pero el personaje, por ejemplo, no quiso ir a Nueva York. En vez de en Barcelona, iba a vivir en Nueva York, pero no quiso, probé y no pude escribirlo, y cuando cambié a Barcelona la novela avanzó.

Antes mencionaste a los norteamericanos, ¿cuál es tu relación con esa literatura?

Mira, hay un evento en Argentina, que organiza Mempo Giardinelli en Resistencia, Chaco, ahí dicté un taller sobre autores norteamericanos del siglo XX. La idea surgió porque una vez me encontré con Poli Délano, y me contó que daría un ramo en la universidad, que se llamaría «¿Por qué la literatura norteamericana fue la mejor del siglo XX?». Entonces después se muere Poli y hago un taller de narradores gringos que me interesan mucho con ese nombre. Donde me pregunto y me respondo por qué hay tanto escritores tan buenos que salen de ahí.

¿Cómo sería eso?

Es que, más allá del chiste de la mejor literatura, que considero que no se puede afirmar nada así, pienso en la noción de ser imperio, que implica absorber incluso a voces críticas del imperio, pero también con la guerra, por algo sobrevivieron tantos romanos o griegos y no muchos egipcios bacanes de la antigüedad. También otras cosas importantes. Tenían opciones de publicar y cobrar por eso. Publicar cuentos y que les pagaran y poder vivir para escribir lo que realmente querían escribir. Después estas escuelas de escritura creativa donde los profes eran escritores, fueron los primeros en hacer eso, entonces muchos de los escritores buenos no necesariamente eran alumnos, pero sí profes, lo que les daba una estabilidad laboral que no implicaba un alejamiento del oficio. Como consecuencia de eso generaban un gran ecosistema crítico, con los alumnos, o colegas de esas escuelas. Después estaba la prensa. Está esa anécdota de Hemingway, que cuenta que en la redacción del periódico donde empezó a trabajar pusieron un cartel que decía: frases cortas y claras, no se haga el artista. Y eso forjó el estilo del tipo.

¿Lees literatura contemporánea chilena?

Mira, yo leo mucho libro digital. Eso me mantiene al tanto. Hace varios años que leo en digital como una forma de trampearle a esto que tiene la librería de llegar y que no tenga el autor que uno está buscando. En ese sentido me llegan también libros de escritores amigos, o recomendaciones de amigos.

Te leí decir que la literatura es una forma de la amistad, ¿con qué escritores conversas habitualmente?

Estoy vinculado con narradores de Santiago y el sur. Del sur no somos tantos narradores, hay muchos y muy buenos poetas, pero narradores no tantos, entonces soy muy amigo de Óscar Barrientos, allá también está Pavel Oyarzún, narradores que son fundamentales. Después soy amigo de Cristian Geisse, de Vicuña. Y también tengo contacto con varias generaciones de escritores, por una institución en la que participo en Santiago que se llama Letras en línea. Y ahí está Diego Muñoz, Ramón Díaz Eterovic que es de Punta Arenas pero vive en Santiago. Ellos son bien amigos. También Alejandra Costamagna. Y fui muy amigo de Luis Sepúlveda. Él se vino a vivir al sur en los veranos un poco por nuestra amistad. Nos conocimos por un amigo escritor uruguayo, Mario Delgado Aparaín, después me invitó a un encuentro en España, y cuando vino al sur se enamoró, esa vez alojó en casa como dos meses y ya el siguiente verano se alquiló departamento y ahí fueron cuatro o cinco años seguidos que venía a pasar todo el verano acá a Pelluco, era parte de mi familia, cuando uno tiene hijos como un tipo como Luis, tan sencillo, al que le iba muy bien en Europa pero ese éxito nunca lo alcanzó, era tremendamente sencillo.

¿Cuál es tu relación con el medio literario boliviano?

Yo he publicado dos libros en la editorial Nuevo Milenio, que es del hermano del novelista Edmundo Paz Soldán. He vuelto a Bolivia toda vez que puedo, voy cada dos o tres años, y conozco el trabajo de muchos escritores. De hecho, aunque vivo aquí desde los siete años yo mantengo mi nacionalidad, aunque mi literatura tenga imaginario chileno sigo siendo un residente.

Danos unas recomendaciones.

Hay de varias generaciones. Está Ramón Rocha Monroy, Gonzalo Lema por una generación más cercana a la mía. Después hay una buena cantidad de cabros jóvenes, Willmer Urrelo, Rodrigo Urquiola también, alguien joven y muy jugado que como muchos cabros de allá que trabajan en situaciones muy adversas, pero no se quejan.

Has ganado varios concursos literarios. ¿Hay algún consejo, alguna lógica sobre ellos, que quieras compartir?

Los concursos a veces sirven para avanzar, porque normalmente no ganas nada, pero al menos terminas un trabajo para presentarlo al concurso. Siempre me alegro sinceramente cuando algún colega gana un premio literario. Cuando me pasa a mí, lo que por suerte es muy raro, después de la sorpresa, me aborda una especie de vergüenza, como si el jurado se hubiera equivocado. Con el tiempo he aprendido que los concursos ayudan a continuar en esto, a veces dan opciones de publicar o dinero, y te afirman en el oficio, porque los escritores siempre flotamos en la inseguridad, y es bueno que así sea, cuando pasa lo contrario, el trabajo es muy malo, o ya estás gagá y alguien debería guardarte.