ESCENAS DE ESCRITURA – VVAA – PÓLVORA EDITORIAL – 372 PÁGINAS

Sobre la autora

Editado por Cristóbal Olivares Molina, Escenas de escritura indaga entre los vínculos entre literatura y filosofía con un índice internacional de lujo: Jacques Derrida, Samir Haddad, Martin Hägglund, Héctor Hernández Montecinos, Gayle Salomon, Sergio Rojas, Silvia Schwarzböck, Rubén Carmine Fasolino, Marc Crépon, Avital Ronell y Diamela Eltit. Del texto de esta última, Premio Nacional de Literatura y autora de una prolífica obra en una prosa inquietante, recortamos el siguiente fragmento.

De «Escritura, trama y deseo»

Desde mi primera novela y hasta hoy sigo pensando la escritura literaria, su fuerza, su pánico. Cómo convertir el lenguaje en escritura y la escritura en imagen y la imagen en una sede de proliferación de sentidos. Porque, en una de sus partes, la escritura apunta a trabajar recorridos no lineales en el interior de un espacio aparentemente plano y buscar en esa planicie el espesor y las múltiples superficies que se pueden generar. Resulta intrincado ingresar en la apariencia una letra oportuna signada por su uso y deslizarla hacia un territorio menos previsible. Trabajarla, pensarla, equivocarse, rehacer. Hablo de esa palabra específica que se levanta en el texto o del texto para protagonizar el acierto o la falla. Después de todo parece increíble que la escritura de una palabra pueda detener el tiempo hasta proyectarse en una amplia pantalla en tres dimensiones en el centro de la actividad cerebral. Dejar la palabra o eliminar la palabra. Muchas veces, una sola. O el corte que propicia un signo, o la ausencia de corte para promover la velocidad y el exceso.

Desde mi perspectiva, el primer trabajo es con la letra, conseguir una escritura, que opera de manera manual y tecnológica, simultáneamente, desprenderla del lugar común, desasirla del aparato de escritura censado y consensuado por las pedagogías de la letra. Lo que quiero señalar es que más allá de cualquier argumento he pensado la letra misma como trama. Una especie de malla material que en el trapecio de la escritura permite la libertad riesgosa de la contorsión o aligera la caída. Una letra que pacta con la gramática o la altera cuando el texto lo dictamina. Una escritura que recurre a las hablas populares y sus acentos. Siempre he pensado que esas hablas populares percibidas como incorrección: tenís, haiga, vaigamos son una creación de la comunidad, una expresión cultural. Pienso que cada una de esas palabras portan una belleza y una plenitud comunitaria. Pienso también que habitan en nosotros, los que tenemos una formación más sistemática. Que esas expresiones están alojadas en la parte de atrás de nuestro léxico porque las entendemos perfectamente y, en ese sentido, también nos pertenecen.

Sé que mi posición pudiera ajustarse a una manía, a un constante ajuste de cuentas con la escritura. Entiendo con una cierta relativa claridad que se trata de un desvelo sutil y que puede pasar desapercibido frente a un texto ya finiquitado. Sin embargo, es allí donde en mi ya larga práctica con la escritura ha radicado en gran medida mi energía literaria. También allí, en esa zona, se establece la grieta entre el deseo de la escritura y la escritura misma. Un hiato, un vacío en el que se advierte el fracaso fundado en la imposibilidad. Pero esa imposibilidad es la que mantiene el deseo que impulsa una vez más a un nuevo intento.

Esa brecha parece generar un eterno presente, siempre aleatorio, un tiempo otro que se introduce en la materialización de la letra para permitir un detallismo, la centralidad de lo minúsculo como articulación de la totalidad. Un hueco detenido en la amplitud de un tiempo que se convierte en espacio. Sería fácil pensar en un tipo de orfebrería, no estoy segura, porque entrar en la letra porta un ingreso en la historia de la letra y a sus sentidos, es un encuentro que aspira a sacarla de su sopor y friccionarla con cercanías no consideradas por las lógicas dominantes. Un impulso que desea llevar a la letra a un momento pleno de perfección. Sin que esa perfección tenga bordes o definiciones. Se trata de una abstracción, de una especie de hambre indeterminada, transalimenticia. Una forma de persecución blanca, circular. Quizás dramática. Porque en esa brecha entre el deseo letra y la letra material transcurre y se escurre el tiempo de una forma sorprendente y necesaria. La perfección, lo sé, no llegará. Es un horizonte, un signo abierto a la distancia. El límite.

No he terminado de pensar la escritura, su ritmo, su pausa, su fatiga. Seguramente nunca lo haré. De la misma manera que he pensado el cuerpo como una zona ambigua, escurridiza, inasible, pienso la escritura como un cuerpo que, en la locura de su dispersión, se conforma a pedazos y por pedazos. Trazos, desbordes, bordes irregulares y hasta imperfectos. En fin. He pasado tantos años escribiendo que ya sé como es de esquiva la escritura.  

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