Teresa Calderón
Puerto de escape
76 páginas
Tuvieron que pasar trece años para que Teresa Calderón (Causas perdidas, 1984; Género femenino, 1989; Imágenes rotas, 1995; Aplausos para la memoria, 1998; y El poeta y otras maravillas, 2003; Elefante, Ril editores 2008) volviera a escribir, y lo hace en Eslabones, elegido el mejor libro de poesía del 2020 por el Círculo de Críticos de Arte de Chile, libro de momentos muy disímiles, me voy a detener en cada uno.
La primera parte está compuesta por quince poemas equivalentes a las quince estaciones del Vía Crucis, y antecedidos por el famoso llamado bíblico: «Eli, Eli, lama sabachtani», tan importante en la poesía de su generación. Es este sin duda este el momento más alto del poemario, por tradicional que pueda parecer la estructura tomada. Calderón construye el imaginario de la muerte a través de ensoñaciones, de catarsis sensoriales: «Atraviesa la tráquea/ el tejido firme y suave./ Llega con certeza al cerebro/ donde ningún antepasado/ la esperaba». Y remite a la pandemia, y el modo en que nos acecha: «A la muerte no la vemos./ ronda que te ronda/ huele y se aproxima», clava su retrato/ al centro de la sombra/ y dibuja con oficio/ perfectas banderas negras/ en las puertas de todas las casas». En medio de un «tráiler de la muerte» hace caminar al padre muerto y le advierte que de venir a visitar a la hija «tendrías que hacerlo con una máscara de asfixia». Y concluye: «Teníamos/ un/ futuro/ por/ delante/ Yo sólo veo huesos/ y/ carne/ que/ se/ pudre», poema que corresponde al texto «Decimocuarta estación: Me ponen en el sepulcro», uno de los más breves del libro y que en once versos, brevísimos y densos, nos conminan a mirar la naturaleza de la muerte sin asepsia.
La segunda parte del texto es una serie de epitafios de famosos: «ya decía yo que ese médico no valía mucho» de la tumba de Miguel Mihura o «No sé qué hago aquí» de Fernando Lleras de la Fuente, son algunos de los seleccionados por la autora para, entre humor y catástrofe, dar cuerpo a este segundo momento que acompaña de tres poemas: de Vicente Huidobro «Canto IV»; de Sergei Esenin, el famoso poema que escribe con su propia sangre antes de morir: «Hasta pronto, amigo mío»; y el célebre «A todos» de Vladimir Maiakovski. Así la poeta configura una suerte de antología de poemas famosos que tienen como nudo temático también la muerte.
El tercer momento tiene por nombre «Ritos» y en él se describen algunas costumbres fúnebres judías y mapuche en «La Shoá» y en «Eslabones Mapudungun», sumados a la visita de una mujer que se ve a sí misma como a una niña al visitar las momias de un museo en el norte de Chile, o a una mujer que baila para un hombre frente a un pelotón: «El Estado me dijo que no podía bailarte así/ mi amor pero mi cuerpo me hace hacer cosas que el Estado/ prohíbe». A demás de tres fragmentos tomados del ensayo «El striptease en rituales funerarios chinos como máscara ante la muerte» que aparecen titulados como «Beijín striptease», y que son el poema III y la primera parte del texto V de este momento del libro.
Como el poemario se construye a partir de la «temática de la muerte» me voy a referir «temáticamente» a la mujer que se construye en este libro. Una mujer que proclama: «descalza bailo danzo para ti/ a pesar de morir sigo el ritual/ y me saco la vestidura verde y mi delgado cuerpo/ se ofrece a tus ojos y a los ojos de los fusileros» o «No me importa/ mi cuerpo me dice danzad desnuda/ ESE SERÁ MI BAILE FINAL/ muslos desparramados y la gruta del tigre blanco/ abierta y roja y húmeda solo para ti». Me pregunto por el lugar del sujeto político, la imagen de la mujer que se somete al deseo como primer constructo que la articula, a la mujer que se dibuja así misma como una niña, a la madre que es para siempre «Lila Laura la bella» y el padre en cambio ocupando el espacio del conocimiento, «Alfonso el sabio», y que se confunde a su vez (porque en esa confusión ella en su estado infantil es el elemento que se repite) con el esposo.
Tematizar la muerte parece ser obligatorio en este momento, cómo no, y es evidentemente que este libro hace eco de esa urgencia, pero también es un desafío intentar construir sobre tanto hilo ya cortado; no sé si Teresa Calderón lo logra en los primeros buenos poemas de este libro, estoy segura de que no lo hace en relación con la imagen de la mujer supeditada al deseo y al poder masculino que se lee a lo largo de este su último poemario.