Eunice Odio: Una puerta donde doblegarse

Este es el bosque.

Eunice Odio

La Pollera ediciones

134 páginas

La antología de Eunice Odio nos muestra un mundo complejo en veinticinco poemas.

Complejo resulta reseñar una antología, además de tal brevedad –son sólo veinticinco poemas–. Las opciones son remitirse a esta como compilado o la relación de cada sección dentro de su ubicación original, por así decir. Tercera opción: validar la antología como un libro otro, un libro nuevo, que se crea a partir de una selección que en este caso prescinde de la decisión de la poeta, pero busca justamente hacerla relucir en el poemario: el espectro preciso que haga sentido.

Y en ese salto de fe de pensar el libro como una muestra, que abarca mas no agota a la poeta, pienso entonces en Eunice Odio (1919-1974) y en la selección que realiza Vicente Undurraga en la antología Este es el bosque (La Pollera, 2021). Pienso, particularmente, en el concepto que él destaca como parte de la poética de Odio: desinencia. Y me lleva inevitablemente a pensar en Alan Pauls cuando en una conversación con Cesar Aira reflexiona en torno a la idea de la declinación, refiriendo a una postergación de la definición cerrada. O a Gonzalo Rojas cuando escribe en su poema a Vallejo: «Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: –Todavía.», palabra cargada en la obra del poeta peruano de una instancia que aún no perece. En el prólogo de esta antología acierta el editor en señalar: «Y la poesía de Eunice es justamente un canto a las formas y al vuelo cambiante que las cosas, las vidas y los pensamientos van tomando (…)». Esto, en relación con la desinencia como aquella parte de una palabra que permite ser modificada sin perder el sentido original, una raíz que se mantiene y se transforma.

Con esto mediante, la poeta se ubica en la trinchera donde el lenguaje es la posibilidad de que las cosas sucedan todavía, pero que también sucedan de otra forma e incluso que no sucedan del todo. Agrego entonces al verso que el editor destaca («desinencia de mariposa»): «Todos estamos sucediendo siempre/ no es verdad que estás lejos». El uso del gerundio no es casual, y es que el tiempo en esta antología es un continuo.

El lenguaje permite a la poeta el manejo del tiempo a voluntad, abrir el absoluto irremediable a los posibles. Las cosas no perecen si están recién sucediendo: «Mauricio acaba de amanecer/ acaba de crecer lo que crecen las rosas», «Acaba de reír al oír el corazón de los grillos». El lenguaje permite retroceder y no hay apuro en ello, permite también la pausa: «Esperemos./ Esperemos el nacimiento de un río». Me detengo entonces en los versos «Porque no es lo posible lo seguro/ sino lo que inseguro se doblega,/ lo que hay que abrir y sojuzgar por dentro, y es como polvo en cantidad de sombra.». Porque tal manejo de la temporalidad no implica seguridad, al contrario: es la incertidumbre, el arrojo. Es el vacío lo que permite el trabajo con el lenguaje. Lo posible es aquello que tiene factibilidad de suceder, mas no la certeza de que ocurra. Hay en estos versos vulnerabilidad, hay que dejarse doblegar para verse, pero esta sustancia que se halla es también inasible, polvo en cantidad de sombra. Insiste la poeta en intentarlo: «Arqueándome ligeramente/ sobre mi corazón de piedra en flor/ para verlo».

Los poemas dan cuenta a su vez de cierto desmembramiento de la hablante, una sobre-conciencia de sí que lleva a la individualización de las partes de su cuerpo. No es un uso metonímico, ya que no busca reemplazarse o abarcarse en la parte a destacar, si no darle valor por sí sola, como si su conciencia pudiera trasladarse dentro de sí y, por ello, también alejarse. En el poema «Declinaciones del monólogo» la hablante se descubre a sí misma sola dentro de sí, sola entre sí misma: “Estoy sola, / muy sola// entre mi cintura y mi vestido,/ sola entre mi voz entera». Y en esta singularización habita ese espacio tan propio de forma ajena, lo que lleva a volver a pensar en la idea del tiempo como un continuo que permite detenerse, ralentizar la experiencia. Ralentizarla tanto que dentro de sí misma algo está sucediendo: «Bajo,/ desciendo mucho más,/ ¿quién me encontrará? // Me calzo mis arterias/ (qué gran prisa tengo)». Se debe compartimentar para poder habitarse, lo que resuena al volver al título Declinaciones del monólogo, y este desmembramiento que yo misma intento realizar de la poética de la autora que subyace en esta antología. La declinación hecha cuerpo, subdividir el monólogo interno porque no es ya un monólogo sino una sinfonía: «Huésped eres ahora de un vocablo/ que apaga y desordena la forma de tu cuerpo».

Este vocablo que desordena, que posibilita, permite revelarse al orden lógico del acontecer. Virgilio Rodríguez señala en su obra reunida que «la poesía es lo real de otra manera» y creo que vivir la realidad de otra manera a través del lenguaje es un posible acercamiento a esta poética deseante. Y para ello son variadas las decisiones formales de la autora, dando cuenta de una escritura que, si bien he destacado hasta ahora en términos de sentido, hace un uso preciso de la forma. Los encabalgamientos y los cortes versales reflejan esa desinencia que permite la transformación, la metamorfosis que Undurraga destaca. Poemas completos donde los versos no se tocan, como aquel que le da el nombre a la antología Este es el bosque.

Mesura e intensidad se intercalan, llegando a los últimos poemas de matiz elegiaco, donde el tiempo nuevamente se pervierte en su intrínseca relación con el espacio: «No es cierto que estás lejos/ porque te estoy mirando aquí, alrededor del viento». En este último poema a Rosamel del Valle se exacerban los recursos, llegando a una especie de puesta en escena del poema, personajes que acusan una intertextualidad mítica, de este tiempo mítico que la poeta ha traído a su realidad de otra manera.

En la poesía de Eunice Odio, y en la antología en cuestión, no está presente un territorio en particular ni un contexto, es más bien, una poesía desarraigada: el lugar es el lenguaje, no otro. Incluso en los poemas dedicados a la infancia y a la ciudad, tal infancia y ciudad podrían ser cualquiera. El imaginario no está situado, sucede dentro: «El corazón a pie/ con el vacío». Cabe recalcar que sí expresa una relación material con la realidad en la referencia que hace a otros poetas coetáneos, es entonces su territorio la poesía, no otro. En el contexto político cultural del periodo, esta aparente despolitización costó cara. Por eso esta antología es también una reivindicación: pone en circulación, rescata.

Si bien es una poesía compleja, cifrada, no llega a ser hermética. Obliga a detenerse en la posibilidad de lo que se ha dicho imposible. El ser/estar que la poeta añora, porque permite desdibujarse, des-limitarse a partir del lenguaje, permite lo real de otra manera. Undurraga dice «iluminadora», y lo secundo. La antología resulta ser una entrada a la obra, pero una entrada con puerta empedrada, en el sentido que la poeta dice «mi corazón de piedra en flor». Permite ver esa corriente subyacente, esa pulsión vital que la poeta defiende, que se revela ante la quietud de la muerte. El que quiera ingresar deberá doblegarse y sentir la inseguridad de lo posible, desear a destajo un todavía, un sucediendo, una declinación, una desinencia.