Experimentales

Vuelven la intuición herramienta y arma contra las convenciones, se entregan a procedimientos y son conducidos hacia obras que ensanchan el concepto de escritura.

 

A partir del invento griego de las consonantes, una conciencia inaudita se desató hacia el interior de lo que eran bloques de sentido continuos, sonoros, en apariencia sin fisuras. La exploración desde y hacia el lenguaje no se detuvo. Este último sentido, el hacia adentro, es el que me interesa.

Las mil y una noches podría ser el ejemplo medieval por excelencia de meta-literatura, La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne (una autobiografía delirante y recursiva de 9 tomos) el ejemplo victoriano. A pesar de que es el fondo el que triunfa y opaca a las formas gracias a las que sobrevive, la toma de conciencia de la literatura sobre sí misma y los medios con los cuales se realiza preocupó en cada época a sus vectores. Y no me refiero simplemente a estilos.

En el siglo veinte abundan los movimientos cuyo norte era saber cuál era el límite del límite. Para ello ocuparon diversos procedimientos sofisticados, pero también excéntricos. De los comienzos resaltan Stein y sus repeticiones experimentales que producen diferencias, Pound y su collage de historia universal en verso, Vallejo y la puesta en duda de las palabra idioma, lengua, sintaxis; o Roussel con su método científico de producción de relatos. De mediados los Beat, sobre todo en sus narradores y los L=E=N=G=U=A=G=E poets, que dan la sensación de haberlo inventado todo; unos años después los OuLIPO, esos matemáticos semánticos. En el medio, como puente, Borges. Y en simultáneo a los franceses los autores del boom. Rayuela por ejemplo, y su propuesta de lectura no-lineal.

La literatura experimental es, más que un género, una forma de agrupar a aquellos autores que, dentro de una disciplina, se obsesionan con los límites. Un enchufe cuyos extremos están conectados con los límites por una parte y con las condiciones materiales de la época por otra. Las consonantes, el nacimiento de la prensa, el mundo cada vez más conectado, las drogas, la mecánica cuántica, las revoluciones. Y desde hace 20 años, nuestra relación con procesadores de textos veloces, conectados a una fuente inagotable de información donde podemos mencionar la escritura no-creativa de Keneth Goldsmith.

Decía que no es un género porque el género es una categoría de convenciones estables. Las y los autores experimentales son más bien leñadores que se internan en bosques tupidos y abren a hachazos caminos que serán nuevas formas de encararlos.

En los últimos años Chile dio muestras de este tipo de experimentos que se meten a oxigenar la disciplina en la que intervienen. Zurita escribe en el cielo, y vuelve presencia el dolor postdictatorial en esas dimensiones que elige el poeta en cada uno de sus versos. Elvira Hernández fija en un objeto la presión que sintió toda una generación que debió ser de una década y tuvo que ser de otra, y su Bandera de Chile se convirtió en el palazo vallejiano (Abalo dixit) mejor pegado a las generaciones posteriores. Más acá, el que resalta de los noventa es Metales Pesados, de Yanko Gonzales, que a lo David Foster Wallace en La broma infinita hace de las notas al pie, un universo paralelo donde convergen (como mínimo) dos libros en uno. Y la gran experimentadora de los dosmil, Cynthia Rimsky, con sus viajes bifurcaciones, donde mezcla herramientas de la crónica y la novela para darle formas literarias sólidas a sus experiencias vitales.

Pero porque no se ha dejado de producir esta literatura de límites, nos encargaremos del presente desde la perspectiva no tanto sintáctica como procedimental de tres obras: 11, de Carlos Soto Román, Viñamarinos, de Catalina Porzio y La filial, de Matías Celedón.

Este última es una novela «escrita y realizada con un sello Trodat 4253, con tipos móviles de 3mm y 4mm, en dos tablillas de seis líneas con un máximo de 90 caracteres por impresión» impresa en un cuaderno llamado Copiador, que forma parte de una serie de cinco objetos, donde se narra la historia de un funcionario que trata de dejar constancia de una serie de hechos que suceden en su lugar de trabajo. Para eso se vale de la tecnología burocrática por excelencia del timbre. En estricto rigor, el cariz opaco de la narración hace que, como en poesía, se cuente poco mientras pasa mucho.

¿En qué contexto surge la idea de trabajar con este timbre?

 

El contexto es la máquina, encontré la máquina y dije aquí hay un posible mecanismo que contiene un texto en el sentido que era una imprenta. El texto surge cuando ya conocía la máquina en términos formales y métricos, condicionado por la cantidad de caracteres y líneas. Había un cierto tiempo y ritmo asociado al mecanismo del timbre, que es el ruido de fondo de todas las instituciones burocráticas del estado moderno. Un ruido profundamente familiar, parecido a un pulso.

 

¿La palabra familiar es porque tiene que ver con tu trabajo o situaciones de vida?

 

Yo viví en Argentina y me tocó ir a regularizar la residencia. Esa instancia del aparato burocrático y el trámite, la dilación permanente para mantenernos ocupados. Por lo tanto estaba entre los artículos de oficina y la papelería fiscal de un estado con una burocracia enorme, y enfrentado a esa estética, mientras trabajaba esta posibilidad de proyecto, se me contagiaba, me resultaba familiar.

 

¿Entonces primero te aparece la tecnología y después la aplicación? ¿no lo pensaste como libro?

 

No inicialmente. La verdad me gustó la máquina. Y después esa misma rutina, la estructura horaria, el proceder mecánico empezó a ser parte del proyecto. Y si bien la narración es bastante delirante o pesadillesca, se concreta en un material que da cuenta de la escritura, del trabajo, es una ficción real por así decirlo. Eso a mí me interesa como tema literario. Tratar de tensar la verdad de la ficción. Jugar en esos límites. También me gusta la idea de que circule un objeto clandestino. Porque el libro es la digitalización de una de las maquetas, entonces en algún punto el libro en sí mismo está referido. Es un libro que en el fondo lo he visto solo yo.

 

Entonces recapitulo, porque creía entender pero me di cuenta que no entendí nada. ¿Vos te armaste una estación de trabajo y los cinco objetos que se refieren en la nota final no son proto libros sino parte de tu estación de trabajo?

 

Claro, son cuatro resmas de hojas marginadas, que son hojas con márgenes delineados muy puntuales, de escribano, unos tacos y unos rollos de papel, el fichero. Las cosas que este funcionario, que es el narrador, tenía a mano, el autor está implícito en el hecho de que el libro esté timbrado y no impreso. Entonces si esto ocurrió o no ocurrió, esto no es más que evidencia.

 

¿Es una especie de libro performance? Vos te ponías en el lugar del funcionario literalmente.

 

Al final era un mes y medio de timbrar. Armar la tablilla, imprimir en los distintos elementos, las pruebas. Lo bonito era que, finalmente, era una metáfora muy literal del oficio mismo de la escritura. Su esencia. No el contorno, de las horas hombres encerrado mirando una palabra al detalle, letra por letra con una pinza, mirarlas con lupa, timbrando y viendo cómo se veía. Después de todo ese trabajo pasaba, en algún punto, a formar parte de la narración.

 

¿Qué leías mientras tanto? Uno por extensión piensa en poesía, pero al ser una novela, la tensión se sostiene con algo distinto que la tecnología del verso, por llamarlo de alguna manera.

 

No recuerdo qué leía. Sí recuerdo haber estado viendo mucho cine. Bajando mucha película, atento a la estética del subtítulo pirata; siento que en algún punto traduce en las mismas formalidades, si bien el texto de La filial está hecho con la imagen del timbre y eso tiene un universo muy especifico, hay algo en pasar las hojas, como que ese timbre también puede estar siendo grafiteado por ejemplo, circulando de forma clandestina, que cualquiera podría haberlo hecho, hay algo de eso en los subtítulos. Digo esto porque en el proceso de buscar referentes uno descarga muchas películas y tiene que descargar muchos subtítulos y hace pensar en ese espacio, que es bien interesante y que se ha democratizado, y creo que le aporta al idioma y al cómo escuchamos los otros idiomas. Ahí confluyen oralidad y página.

 

Un objeto del rumor

 

Un libro de perfiles de personajes extraordinarios de la ciudad jardín, construido por múltiples voces, donde aparece desde los mega millonarios Vergara hasta el Charles Bronson chileno, pasando por Teresa Wilms Montt y Juan Luis Martínez. Con una fluidez asombrosa, Viñamarinos es un híbrido entre investigación histórica y copuchenteo de pueblo, entre el collage de voces y la postal. Los personajes se dividen en tres unidades que la autora señala en el subtítulo (y que más de un matinal regional tomó como insulto directo): Aburridos, Excéntricos y Decadentes. También son los estadios por los que la ciudad pasó: de los potreros donde no pasaba nada, al veraneo chic de los inicios del festival de la canción, hasta el actual estado del balneario en el que, entre otras cosas, se encuentra la Felipe Camiroaga, una de las tomas más grandes de Chile.

 

¿Cómo surgió la idea?

 

Quería hacer un libro sobre Viña y tenía unas crónicas que me parecían agudas, pero había sobre todo fragmentos que me gustaban. Entonces acumulé citas. Ahí me di cuenta que aparecían reiterativamente estos personajes y opté por eso, estructurar en tres épocas que corresponden al subtítulo; centrarme en esos personajes y el rumor, que es fundamental. Eso fue una decisión importante. Porque al comienzo tenía a los personajes hablando de sí mismos pero en algún momento lo saqué para que quedaran solo las voces del rumor.

 

Es interesante que, finalmente, uno empieza a pensar en tu propia concepción de Viña, en qué querés contar y efectivamente contás usando las voces de otros.

 

Sí, hay una intensión, toda la selección es súper arbitraria. Elegir a un autor o un fragmento en lugar de otro es elegir qué tipo de personaje quiero presentar. Aunque todas estas voces que te van susurrando te lleven a construirlo. Porque toda esta investigación fue bien fuerte.

 

¿Cuánto duró?

 

Aproximadamente dos años, con algunos períodos bien intensos de pasearme por todas las salas de la biblioteca nacional, ir temprano a Santiago, y también conversando con otras personas que te van sugiriendo textos. Siempre a alguien le salta. «Oye, la otra vez leí de María Luisa Bombal en tal cosa» Y ahí uno va y busca. Siempre son informaciones imprecisas, pero no importaba mientras que me dijeran más o menos el medio o la época, yo iba y me internaba. Algo de ratón de biblioteca.

Y después el trabajo de edición que también fue arduo. Porque yo trabajo con una manera muy material de editar. Colecciono fragmentos en el computador, pero después imprimo y los voy pegando a modo de collage. Probando a ver cómo se relacionan entre ellos. Eso me permite tener todos los textos a la vez, el computador te pone límites. En cambio en la mesa o en la pared puedo ver todos los fragmentos. Debe ser que como diseñadora pienso así las cosas.

 

¿Cómo llegás del diseño a este libro?

 

Hice un magister en edición en la UDP, la tesis era plantear un libro o una revista, yo elegí hacer un libro. En medio se produjo un libro de Adolfo Couve, que editamos con Macarena García y salió en Alquimia, en el que apliqué este procedimiento del collage de voz donde se produjo un Couve por sí mismo. También recopilé todas las entrevistas y empecé a recortar fragmentos. Hay algo de sabueso, de investigación, de dar con las pistas que me encanta.

 

¿Y las fotos que aparecen en el libro tienen que ver con esta tendencia a la investigación?

 

Las fotos fueron una investigación paralela, el criterio que apliqué era que en ellas se vieran lo contrario de lo que pasaba en los textos. Los textos son de mucha gente, tiene esto de chisme. Y en las fotos casi no aparece gente, es un Viña desolado. Son fotos de los lugares más conocidos o recurridos por los textos, pero vacíos.

 

¿Cómo fue esto de retrasar tu voz en función de que hablen otros, que hablan bien o mal, de la ciudad, siempre con juicios tajantes? Por ejemplo Bisama o Lemebel hablan muy mal de Viña.

 

Tal vez por cobardía (se ríe) esto de hacerlo con la voz de otro. Pero es que también tienen humor, eso fue muy importante, hablan mal pero con comicidad. O a mí me resulta cómico y tal vez para otro es una ofensa tremenda. De hecho cuando salió el libro, gente que ni lo leyó prendió por el subtítulo y me empezó a criticar, que quién me creía, que porqué ponía ese subtítulo. Pero al final es hasta un piropo. Porque son las vidas más entretenidas. Las vida de los aburridos, de los excéntricos, de los decadentes son las vidas que valen la pena contar.

 

¿Cuánto hay de tu niñez o experiencia filtrado en esta gran foto de Viña?

 

Tiene hartas contradicciones, como le pasa a uno con lo cercano. Porque estoy muy vinculada con la ciudad, no me movido de aquí. Pero siempre en lo cercano está esta tensión de algo que uno quiere mucho y que por otro lado no soporta. De no querer reconocer que uno tiene herencia de eso.

 

¿Y ahora seguís en este tipo de escritura?

 

Sí, es que este tipo de escritura con el collage es la que más me acomoda. Pero estoy en un tipo de proyecto distinto. Porque en Viñamarinos, la decisión de hacerlo a muchas voces tuvo que ver con que la idea de rumor articuló el libro. Pero lo que estoy haciendo ahora, como no es lo mismo, me tiene dándole vueltas a la operación. Son menciones y formas de comunicarse en situaciones de opresión y represión. Más que lo que se aplica sobre el sujeto, es cómo responde. Es la invención de la respuesta ante esa circunstancia.

 

 

11, Poesía visual

 

Si a los 60′ se le entra con filosofía por ser este su objeto, a los 70′ hay que entrarle por la estética, porque su objeto es el terror (un género cinematográfico), propone más o menos Schwarzbock. Un juicio adorniano que completo con el mismo Adorno: «Al repetir el arte el hechizo de la realidad, lo sublima convirtiéndolo en imagen y, por su tendencia, se libera de él». Esta estrategia del espejo es la que usa Carlos Soto Román para abordar el evento del 11 de septiembre y sus implicancias, en un libro de poesía profundamente visual, concreto, que sigue ese dictum de la preocupación por la expresión plástica, basada principalmente en la línea y la superficie, y en menor medida el color. Hablamos de esto con él:

 

¿De dónde provienen los materiales de 11?

 

Dentro de las principales fuentes está la Constitución Política de la República, el informe Rettig, el informe Valech, algunos diarios y revistas de la época como Revista Apsi o Análisis. Por ese tiempo estaban pasando una serie que se llamaba Los Archivos del Cardenal, y la Escuela de Periodismo de la UDP junto a ZIPER, hicieron un sitio web que se llama Los Casos de los Archivos del Cardenal, donde están explicados los casos tratados en la serie. También del archivo digital del Centro de Estudios Miguel Henríquez. Me basé mucho en archivos que encontré en la biblioteca digital del Museo de la Memoria. Hay algunos audios que fui sacando de documentales o noticieros de la época. Notas en vivo de las que saqué audios que me interesaban que pasé a texto y los trabajé. Todo está disponible en internet. De hecho lo tengo como en una especie de matriz que no alcancé a terminar, pero la idea es, más adelante, en alguna reedición, poder colocar al final un codificador donde se mencione de dónde sale el documento de cada página. Estimé que eso no tenía sentido en una primera edición porque la idea era apelar a los retazos de la memoria, y ver qué se iba gatillando con los textos.

 

¿Cómo fue la composición del libro?

 

Me fui fijando en procedimientos que usaran esto de escribir usando estrategia, eso fue iluminando el camino hacia la idea de escribir acerca del 11 de septiembre desde una perspectiva un poco inusual y radical. De ahí a recopilar el material. Y a partir de ahí fue el material el que me guió, el que me dio la estrategia. Entonces lo fui viendo caso a caso, se generó un cierto de ejercicio de infidelidad, y con esto me refiero a que no fui riguroso con un tipo de procedimiento o con un set de procedimiento, sino que los iba cambiando de acuerdo al material fuente.

En cuanto a la disposición del texto, en algún momento se decide seguir un orden cronológico. El libro tiene dos grandes paréntesis que son los desaparecidos. Toda la narración está articulada por la desaparición de los cuerpos, que está evidenciado por los espacios en blanco, por la falta de texto que se fue generando a lo largo de la composición del libro.

 

¿Podés contarme sobre el paso de la idea hacia el resultado?

 

No recuerdo muy bien pero tengo la sensación de que esto se resolvió muy rápido; hago una pequeña encuesta y le pregunto a amigos y colegas cuál era para ellos el libro más representativo del 11, una pregunta espinuda que sin embargo me fue dando algunas referencias de cómo había sido retratada esta tragedia. Pienso que vivir los 40 años del golpe fuera del país hizo que la idea se gatillara de manera más rápida. Creo que resolví el libro casi dentro del mismo año.

 

¿Por qué 11 es una autoedición?

 

Un poco por accidente y otro poco por necesidad. Sucede que tenía editorial pero debía adecuar el libro al diseño de su colección de poesía. Entonces re-formateamos de acuerdo a las nuevas condiciones estéticas, el tamaño de caja, el tipo de fuente, etc. Haciendo este ejercicio me doy cuenta que el libro cambia, y decido sacar el proyecto de la editorial. Quedo un poco a la deriva hasta que se me ocurre contactar a Joaquín Contreras, que es diseñador y tipógrafo del Estudio Navaja. Le conté que tenía ganas de autoeditarlo con ayuda de su ojo clínico y él me dice que le hace mucho sentido que un libro de tales características salga de manera independiente. De ahí en adelante, más allá de posteriores ofrecimientos, lo que prevaleció fue un convencimiento pleno de que el único camino posible para el libro era una autoedición.

 

En ese sentido, ¿podés decirme qué lugar ocupa la calidad material del libro, el aspecto del diseño?

 

Es crucial el trabajo de Joaco Contreras. Él es el que va puliendo ciertos aspectos estéticos. Porque si bien el paso del Word a la maqueta no se afectó como con las otras condiciones que finalmente rechacé, hay detalles que con su trabajo se potenciaron. Aspectos muy precisos, la fuente que elige, la diagramación en términos de espacio de algunos textos; hay dibujos que para recuperar nitidez Joaco rehízo completos. Un trabajo muy delicado. Después la decisiones de portada. Cuando fuimos a imprenta a seleccionar materiales sabíamos que necesitaba algo que le diera presencia y nos encontramos con este papel maravilloso que Joaco supo acompañar con un diseño muy sobrio pero decidor. Creo que lo importante es trabajar el libro como un objeto único más allá de ser un objeto en serie. Que se le de importancia al aspecto visual del trabajo. Que yo consideré al momento de su composición y que en diseño se le da el lugar que corresponde.

M

Eric Schierloh

Eterna Cadencia

159 pág.

Empiezo con una anécdota que me marcó y me parece pertinente, sobre todo porque reseñas tendrá muchas y muy merecidas, pero M, como todos, pero especialmente los buenos libros, exige otras lecturas.

Después de leer sus poemas en el subterráneo de la librería porteña Concreto Azul, se abrieron las preguntas para Eric Schierloh. Habla un poco de su forma de dirigir Barba de Abejas, los números que imprime, cómo vende o distribuye, defiende las tiradas de 50 ejemplares. El poeta copiapino Vicente Rivera pregunta por los riesgos de editar esas cantidades, el riesgo de la fetichización del libro y de su advenimiento en objeto de lujo. Atinadamente cita el caso de La nueva novela, libro al cual la mayoría de los mortales no podemos acceder [el precio ronda los 80.000 pesos y sus ediciones están relacionadas con gente de artes visuales, es decir, con una aproximación a los objetos diferente que la literaria]. El argumento es sólido, la obra de Martínez es poco conocida en el continente a pesar de sus obvios méritos formales y no es un delirio pensar en la escases de ejemplares como la principal causa de esta falta. Schierloh responde que está bien, que cada libro tiene sus lectores, y que la obra de Juan Luis [elige mencionarlo por el nombre, y esto no es menor] llegará a quienes deba llegar. Que es una ilusión capitalista eso de que la presencia te asegura lectores. Schierloh es concreto. Edita lo que puede porque trabaja solo, hace clases y vende libros para mantener a su familia. Punto. No pretende ser millonario. Sabe el riesgo que habita en la edición de masas y trabaja con traducciones o autores que entiendan y acompañen su ética. Minutos antes Rafael Cuevas habló de la escritura de Schierloh como una comunión. Y ahora nos metemos a M, que además de ser una gran novela, tiene el mérito de hacer pensar en estas cosas.

El cineasta e historiador Jay Leyda es autor de un documental escrito sobre Melville [tiene otro fascinante sobre Emily Dickinson]. Schierloh toma ese registro como punto de partida para armar su propia biografía-novela-documental de M. Y cuando digo propia no hablo de un montaje distinto, una versión al castellano, sino literalmente propia y me extenderé en este punto. La mayor apuesta de su editorial es la traducción, a este respecto el autor, en la anécdota con el que abro el texto, responde sobre a una pregunta acerca de las decisiones que toma con respecto a este ejercicio en el plano terminológico [el objeto de burla de la pregunta eran los españolismos] «yo traduzco para mis amigos, en City Bell, que es donde vivo, ojalá que a partir de eso haya traducciones de los mismos autores en el norte, el sur, traducciones de Valparaíso, de Santiago».

Todo es situado, lo sabemos, pero acá se juega una dimensión interesante y que otorga sentido a mi insistencia sobre usar el nombre de pila para referirse a Martinez. En una nota al pié del final, Eric escribe: Prácticamente todos los datos están tomados del Log, aunque no todos los datos fueron tomados. Todo cuanto parezca e incluso sea un dato fáctico es de seguro una traducción, aunque una fiable traducción libre despojada en lo posible de ciertas coordenadas rígidas (nombres, fechas, lugares, &c). Después de todo, en este lugar nadie puede negar cosas como que el 2 de agosto de 1866, el día después de su cumpleaños número 47, M se tumbó en el pasto junto a su hermano Tom para contemplar un cielo cubierto de nubes que se cernían agoreras sobre las aguas del lago Saratoga».

¿Qué importa si eso pasó o no pasó? Esa libertad fiable a la que hace mención se refiere a esta relación de amistad con muertos o absolutos desconocidos que vos y yo, apasionado lector, tenemos con las y los autores que nos patearon la cabeza. Esto es literatura y en literatura, importa lo que aún con rigor, solidez y precisión formal, nos conmueve.

M es impublicable. Si un libro de segunda o tercera mano baja su precio por tener rayas y marcas, un libro compuesto de rayas, marcas, extractos y comentarios laterales tendrá un valor distinto al que en general se le asigna dentro de la lógica del mercado. El chiste que hace Osvaldo Lamborghini en La causa justa adquiere un cariz radical en M: «No leía jamás, pero sus subrayados eran perfectos». Impublicable en el sentido en que lo fue Lamborghini, tan literario en un mercado al que cada vez le importa menos la literatura, donde los narradores si no narran guerras, conflictos, desigualdades, si no son «el reflejo crítico de la horrenda injusticia» no son merecedores del nobel (otorgado por la academia de un país que, dicho sea de paso, fabrica las armas con las que se amasijan en esos conflictos). Con este panorama afectando los modos de producción, hay obras que solo son posibles si son autistas, si vienen de un escritor-editor-traductor, como lo fue De Rokha o el mismo Martínez; es decir, con una conexión con la realidad tan profunda que excede o trasciende la relación superficial, inmediata, con ella. Así es M.