¿Exportación o cáscara? Internacionalización

Junto con la creación y la industria, la internacionalización del libro ha sido uno de los mayores objetivos de los últimos años para el organismo estatal que financia a la literatura. Repasamos los fundamentos de ese modelo de cara a una ¿nueva? etapa.

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Parto desgranando una palabra: emprendedor. Sabemos que es el sujeto por excelencia del neoliberalismo. Es quien fue obligado a reaccionar casi exclusivamente a estímulos económicos, a aceptar la borradura de límites entre vida y trabajo, y por ende a trabajar más allá de los límites de sus capacidades físicas y mentales.

Pero no desgrano una palabra solo por poeta, sino porque la lectura me enseña que una palabrita puede pintar de lleno el modelo que algunos avalamos sin chistar.

Hubo una revuelta de magnitudes épicas, salió electo un gobierno cercano en muchos sentidos a productores y productoras que, a diferencia de gestiones anteriores, realmente pertenecen al medio literario independiente, pero ciertos aspectos se mantienen inalterables.

No hubo, no hay y nada indica que habrá debates respecto de, por ejemplo, cómo se llevará a cabo la regionalización en los Fondos de Cultura.

A este redactor le suena a que sólo diversificará la concentración existente. Que le dará más y mejores sueldos a los gestores culturales de cada zona. Y que las y los escritores seguirán viendo cómo el neoliberalismo los hizo pasar de artistas a emprendedores, precarizando cada uno de sus procesos y vulnerando cada uno de los derechos asociados a la palabra trabajador.

Tampoco se abrió un debate sobre las becas de creación u otros sistemas de financiamiento aparentemente nobles, que sin un seguimiento que vele por la calidad de los proyectos (y de paso, de nuestra literatura) ha sido viciado por el aprendizaje de los diferentes actores que ya «le agarraron la mano» a la postulación.

Leo que Santiago será la ciudad invitada a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FILBA). Eso me hace notar que entre los temas tratados, la internacionalización es una deuda.

Visión Oficial

M: ¿Hay una estrategia para lograr competitividad con los libros que participan en ferias?

Gerardo: Cuando piensas en internacionalización ves que presencia y exportación forman parte de problemas distintos. Participar en una feria internacional no es un punto de venta de la misma forma que lo es participar en una feria nacional. Y esto tiene que ver con los costos de envíos, impuestos de aduanas, etc. Entonces cuando nosotros hacemos envíos, buscamos que estén al mejor precio posible para que esos libros puedan ser leídos. Y los editores tienen que considerarlo así, ya que si envían un libro muy caro, más el envío, impuestos, quedará muy alto y es poco probable que la gente los compre. Pero también pasa, nos pasa en Argentina, que mucha gente va primero al stand de Chile, porque aunque esté un poco más caro, solamente ahí encuentran alguno de esos libros. Lo que nosotros hacemos es subvencionar el envío porque nos interesa que ese stand sea más bien de promoción.

Por otra parte, está el tema de la exportación, el envío y a circulación de libros de Chile. Esa es una discusión que mantenemos con editores del país, para ver cuál es la mejor forma de lograrlo. Ha sido difícil concretar envíos para que haya un flujo constante, y ese problema es transversal a América Latina.

Ahí, lo que más estamos viendo ahora son los modelos de impresión bajo demanda. Ya que, si bien las especificidades de varios libros son relevantes, en la mayoría de los casos la gente compra los libros por su contenido, si genera interés, y ahí el comportamiento de la gente que compra libros es seguir pagándolos.

Aíslo otra palabra representativa para pensar maneras diferentes de entender el panorama: marca.

En el punto 28 de la política del libro y la lectura 2015-2020, se define como uno de los objetivos «Impulsar la creación de una marca sectorial de la industria editorial». En cambio, en 1971, el recientemente asumido gobierno de la Unidad Popular se planteó la necesidad de «facilitar el acceso al libro y la lectura mediante políticas de producción y distribución que abarataban los costos de edición y venta», y lo resolvió comprando las acciones de la editorial Zig-Zag para crear la editorial estatal Quimantú. No pensar en afuera, fortalecer adentro.

Le pregunto a Gerardo sobre ese objetivo.

 

Gerardo: La política del libro 2015-2020 tenía ese norte, el que no pudo ser cumplido por las características del propio sector. Ese objetivo de marca se realiza en colaboración con ProChile, el organismo encargado de ofrecer bienes y servicios de Chile al mundo. Esta exportación requiere de una parte de aporte de privados. El cine lo hace, por ejemplo. Pero no lo logramos en el sector del libro. El trabajo ha sido el de organizar al sector editorial para lograr un acuerdo sobre cómo hacerlo.

Uno de los objetivos es incluso coordinar con diarios digitales para acordar de qué manera comunicar y destacar el contenido de los libros chilenos, incluir a esos sectores privados en la estrategia. Ya que las grandes editoriales trasnacionales tienen sus propios canales de exportación, promoción y distribución. Nuestro objetivo es promocionar que las editoriales chilenas puedan lograrlo.

La constitución del 80′ metiendo la cola

Aunque muy amables, las respuestas de Gerardo me siguen sonando liberales. Veo, como lector, una relación directa entre la noción individualista de entender una industria y un texto que detesto particularmente.

Los nombres propios venciendo las soluciones colectivas, son el éxito rotundo de la constitución del 80′ en relación con el libro, que mete la cola en la forma de entender la industria del libro (y cualquier otra industria) desde la tercera afirmación del primer artículo: «El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos» (el subrayado es mío).

No puedo afirmar que todo está mal en el modelo tal y como está, pero es un modelo entre otros y me pregunto si los cambios reclamados en las calles durante octubre del 2019 están a tiempo de alcanzar este objeto que nos importa como ningún otro objeto en la vida. O si, gatopardianamente, tuvimos que cambiar todo pura y exclusivamente para que nada cambie.

Una ganancia estratégica, no comercial.

«Estuve en Liber, en Barcelona, aunque eso fue trabajando para otra editorial, cuando vivía en España. En la FIL Bogotá participé ya viviendo en Chile, como editora de una editorial propia», me dice Arantxa Martínez, editora de la porteña editorial Kindberg, quien además cuenta con experiencia trabajando en editoriales trasnacionales españolas (país del que viene).

Le escribí a ella porque quise saber qué le aporta la participación en una feria a la persona que va. Pero también qué aporte implica para alguien del medio chileno esa participación.

Arantxa: En términos personales fue un gran aporte. Conocí muchísimas editoriales, y en las rondas de negociación, muchos editores. Eso amplía tu red y se vincula con la segunda parte de tu pregunta, lo de la relevancia para el medio literario de Chile. En mi caso, por ejemplo, que publico autores de otros países, me permite conocer nuevos catálogos, saber qué se está escribiendo y, si algo me interesa, poder publicarlo aquí, o yo mostrar a los autores chilenos a esos editores.

M: ¿Vender libros afuera no es algo a lo que se aspire en general? ¿O eso depende del tamaño de la editorial?

Arantxa: La participación es más estratégica que comercial. Enviar libros afuera es muy complejo: aduanas, impuestos, ajustar los valores. Las editoriales que yo conozco que tienen libros en Argentina suelen imprimir allí, aunque también es complicado. Tienes que tener un mínimo de infraestructura para que los libros allí te resulten.

Autores como máscaras de los negocios

La mirada de los autores en este suplemento siempre fue protagónica. Por eso quise conversar con un escritor que vivió durante varios años en las tierras donde se desarrolla la feria del libro más grande del continente. Emilio Gordillo es escritor e investigador, ganador del Premio Mejores Obras con Croma en 2011, el mismo año que editó para la UNAM una antología que presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).

Emilio: Mi experiencia en la FIL fue de invitado a presentar la antología de prosa chilena que edité para la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Fui invitado por ellos, no por el Estado chileno ni por un gobierno específico. No tuve esa oportunidad. Compartí mesa aquella vez con Cynthia Rimsky y Leonardo Sanhueza. De ese día me quedo con una observación de Rimsky sobre cómo le llamó la atención una sala, que se llamaba la «Sala de negociaciones», Cynthia se dio cuenta que era eso lo que movía la FIL. Es un lugar donde los agentes y las editoriales hacen sus negocios de compra, venta e intercambios de derechos. Y más que hablar con autores o autoras, hablan entre ellos. Uno se lo imagina desde la literatura, pero la verdad es que en ese tipo de ámbitos se mueven todo tipo de textos.

M: ¿Cómo es un día en esa feria?

Emilio: Me acuerdo que abría a las nueve de la mañana, pero la apertura al público era varias horas después. Entonces a mí me quedó la impresión de que se hacía este espectáculo muy egótico para los escritores, darle una especie de legitimidad ante el público, aunque pasaban cosas bien curiosas. Uno se daba cuenta de que eran muchas, muchísimas conferencias y siempre había gente, incluso en las presentaciones de los libros más desconocidos. Pero resulta que mandaban niños de las escuelas a llenar los espacios. Entonces a veces había gente que no tenía mucha idea de por qué estaba ahí, y los diálogos que se generaban a veces en las mesas eran bien ridículos. Como de no-diálogo, preguntas que no tenían nada que ver con las mesas, cosas así.

M: Nunca había escuchado esos detalles.

Emilio: A mí la FIL me dio la impresión de que lo que realmente sucede es el intercambio de derechos, que es básicamente el 80 % del valor de un libro, y por eso a los autores debería corresponderle más que el 10%. A los autores que participan les inflan el ego, mientras que otros agentes hacen negocios. Va mucha diversidad, desde autores más mainstream a los menos conocidos, que circulan ahí y se produce cierta sinergia. Pero sobre todo creo que es más beneficioso para las editoriales y agentes. Recuerdo un editor chileno que conocí ahí, feliz porque había logrado la venta de los derechos de una novela gráfica de Juan Emar a la municipalidad de Oaxaca por 50.000 ejemplares. Me decía que con eso mantenía tres años a su editorial.

M: ¿Qué cosas aporta para un autor la participación en un lugar así?

Emilio: No tuve la oportunidad de participar como autor y no creo que algún libro mío haya participado. Además estoy bien alejado de esa noción de intercambiar trabajo por alimento al ego. Ando más pegado con escrituras colectivas y formas no extractivas de relato. Ahora, mi impresión es que los autores son más una carnada glamurosa de este gran encuentro de negocios.

Quizá lateralmente sí es valioso, porque también es cierto que es un lugar para que editoriales pequeñas puedan conectar con otras editoriales pequeñas de otros lugares, y coincidir en gustos o búsquedas que difícilmente hubiesen ocurrido sin esta instancia. Entonces ahí hay algún beneficio, que tu trabajo se pueda conocer en otros lugares a los que no hubieses llegado, pero sigue dependiendo de los editores.

No hay que olvidarse que la mayoría de los textos que ahí se negocian, y en grandes volúmenes, no son textos literarios, son técnicos, científicos, de cosas muy específicas. Mi suegra va de invitada a la FIL, no por escritora sino por ser abogada experta en derechos de autor.

Final

Como casi todo en estos dos períodos (4 años, 40 números, 420 páginas, 2.5 millones de caracteres tipeados por nuestras compañeras y compañeros y leídos por ti) el objetivo de estas páginas no es hacer una crítica en tanto análisis de las cosas como están para fijarlas, sino señalar que la política es de quienes la hacen. Básicamente personas que arrastran, en el peor de los casos, sus intereses, y, en el mejor, sus ideas.

El gran punto es que pueden estar en lo correcto o estar equivocadas, y que la obligación que tenemos, si es que nuestro objetivo es formar parte de un entorno mejor, es cuanto menos pensarlo, para ver si, en una de esas, existe la posibilidad de otra forma de vida.

Pensar públicamente ha sido nuestro privilegio y nuestra mayor presión. Pensar con otros y otras, pensar contra otros y contra otras, pensar muchas veces contra nosotros mismos.

En alguna de sus aristas la internacionalización del libro no contempla una mejora de las condiciones de base, es decir de sus autores y autoras, de sus editores y editoras, de sus lectores y lectoras, probablemente porque en su diseño e implementación haya más funcionarios que actores con conocimiento y experiencia real (de muestra el botón de lo que le sucede a Gladys González).

Tal internacionalización se sustenta en la idea de participar, a como de lugar, del baile con la música que toca otro. Y al menos yo quiero escuchar una vez música tocada por las y los raros que decidieron entregarle su vida a algo tan fortuito y riguroso como un cuento, un ensayo, una novela, un poema.