Gabriela Mistral, un nombre

A partir de la presencia de la poeta en nuestro diario vivir, la compiladora de La palabra elemental (Editorial Letrarte, La Serena) desarrolla el siguiente ensayo que la confronta con el Estado, y desemboca en lo que importa: libros y acceso a una obra dispuesta aún a sorprendernos en su profundidad.

El nombre de Gabriela Mistral goza de una fama extendida en nuestro país, ello naturalmente se debe a que la poeta es el primero de los dos Premio Nobel que tiene la poesía chilena, y la única mujer de la lengua de castilla en recibirlo hasta hoy. También, a que cada día una nueva escuela, biblioteca, centro de artes, museo, plaza, calle, organizaciones, productos y marcas varias, elijan llamarse como ella. Una razón, aún más poderosa es la huella que dejó la maestra en la memoria colectiva y en el imaginario del país, durante sus más de dieciocho años de peregrinaje docente y literario a lo largo del territorio. Es decir, en el pueblo campesino y rural que la veneraba; en los obreros de los arrabales de las ciudades que la reconocían como una de los suyos y que se agolpaban para verla pasar, agitando pañuelos blancos, en las contadas veces en que retornó desde su errancia por el mundo a la patria de su infancia.

En la despedida a la maestra nobel el 19 y 20 de enero de 1957, en que fue velada en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, transitaron cientos de miles de sus seguidores, que en su mayoría nunca antes habían pisado la Casa de Bello, para verla con el vestido negro de terciopelo que antes solo usó para la entrega del Premio Nobel y emocionarse ante su rostro sereno. El cortejo que acompañó su traslado al Cementerio General, no conoce parangón en nuestra historia. Nunca se multiplicaron tanto las flores de las pérgolas de la ciudad mapochina como en aquella ocasión. Aun cuando muchos de sus deudos de a pie, apenas conocieran un verso suyo.

Luego de aquel apoteósico adiós, la fama de su nombre quedó circunscrita a su pueblo de Montegrande, en el precordillerano Valle del Elqui, una vez que en marzo de 1960, la Sociedad de Escritores de Chile, en sencilla ceremonia da cumplimiento a su última voluntad, ser enterrada en el amado pueblo de su niñez.

Volverá a emerger el nombre de la poeta chilena, cuando la Dictadura Militar se apropió de su imagen como símbolo de la cultura nacional. En esta operación, veremos a nuestra Gabriela Mistral más santificada que nunca, uniformando actos escolares, bautizando la primera universidad privada del país, renombrando a la Editorial Quimantú, y con su hermoso perfil de cordillera en rictus amargo inaugurando el rosado billete de cinco mil pesos, que hasta hoy se conoce como «una gabriela». Hay que decir, que su carencia de militancia política y, más que nada, la ausencia de su lectura, hizo que poco o nada se cuestionara esta apropiación de la poeta e intelectual chilena, cuya última intervención pública fue un mensaje por los Derechos Humanos y que poco antes de morir suscribió: «Ni el escritor, ni el artista, ni el sabio ni el estudiante pueden cumplir su misión en ensanchar las fronteras del espíritu si sobre ella pesa la amenaza de las Fuerzas Armadas del Estado gendarme que pretende dirigirlos».

En tanto, los agentes civiles de la dictadura, modificaban la ley de propiedad intelectual para utilizar su obra sin el permiso de su heredera y albacea universal, la intelectual neoyorkina Doris Dana. Inseparable de nuestra poeta, desde 1948, Dana, en respuesta al tratamiento que el Chile oficial y gran parte de su intelectualidad había tenido con la excepcional artista, dispuso en su testamento que todos los archivos de Gabriela Mistral que estaban en su poder, fueran entregados a la Biblioteca del Congreso de Washington. Decisión de la que no desistiría, aun cuando fallece a fines 2006, dieciséis años después del retorno del país a la democracia.

En 2002, Doris Dana señalaba: «Me da escalofrío que la gente de Chile, un pueblo que tuvo a una persona comparable a Sócrates, a Platón, una cabeza, un alma tan magnífica, tan espiritual de una estatura maravillosa, solo hable de si fue gay, anduvo con este o este otro hombre o si aparece desnuda en una película sobre su vida. Esa gente no está mirando lo que realmente era Gabriela. A mí no me hacen reír. Son tan tontos. Han perdido todo el legado de una gran figura».

Luego de la muerte de Doris Dana, el gobierno chileno logra convencer a su sobrina y heredera Doris Atkinson, de contravenir la voluntad de su tía. Una invitación a Atkinson a conocer Chile resulta decisiva en este propósito. «Me ayudó a tomar esta decisión ver cuánto los chilenos quieren a Gabriela y cuánto aprecian su obra» decía Doris en 2007, cuando 105 cajas con libros, poemas, manuscritos, cartas, fotografías y otros recuerdos y objetos personales de la poeta chilena, partían desde su casa en Masachussets hacia la embajada de Chile en Washington. Doris Atkinson solicitó expresamente que el valioso material donado al Estado chileno fuese generosamente compartido, que se realizaran itinerancias, acciones educativas y culturales, para que el legado de «la querida Gabriela llegara al pueblo que tanto la amaba».

Nuevamente volverá a la fama el nombre de Gabriela Mistral, los edificios públicos tendrán retratos suyos, ahora con boina y sonrisa y se extraerán citas de su obra para dar énfasis poéticos a algún discurso. La maestra del valle del Elqui, dejará de ser la madre severa del oscurantismo nacional, su imagen mirará de frente en los nuevos billetes de plástico y su nombre se recordará con alguna fanfarria en el país de las efemérides y de los ciento cuarenta y cuatro caracteres.

Bajo distintos signos, hemos sido testigos de cómo la potencia del nombre e imagen de Gabriela Mistral ha sido objeto de usurpaciones livianas y oportunistas, que con enorme publicidad y mínima lectura han garabateado su pensamiento y distorsionado su espíritu.

Promoción que no tiene hoy, como debería ser a los cuatro vientos, un gesto notable que se ha realizado en favor de saldar esa «deuda», que más bien se debería llamar culpa, del Estado chileno con Gabriela Mistral. Esto es la edición de su obra reunida, ocho tomos que la Biblioteca Nacional de Chile, terminará de poner en circulación este año, disponibles para descargar ya están cinco. Con ello, el acceso a lectura directa, universal y gratuita de Gabriela Mistral, luego de más de medio siglo de ser patrimonio de todo el pueblo chileno, se convertirá, por fin, en un derecho.

 

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