GUADALUPE SANTA CRUZ (1952-2015): encender las palabras

Las calles que transitamos y las páginas que escribimos en Santiago pertenecen a una ciudad desmembrada. Por ello, tal vez, nuestros cuerpos y nuestras plumas viven este obsesivo afán de levantarle mapas, estos repetidos intentos de ofrecerle itinerarios (de hacerse puente de carne), de componerle atajos con la argamasa de las palabras (de hacerse texto con ella). 

En La ciudad archipiélago. 

Una mujer viaja en un auto por los bordes del mapa de la IV Región chilena, atraviesa caminos de tierra, extiende con su movimiento el territorio de lo conocido, el de los hitos urbanos. En esos lugares nunca ha habido una escritora antes, nadie los ha escrito alguna vez, sí, quizá, apareció alguien en alguna volada antropológica, el producto ideal para un fondo del arte gubernamental. Son pueblos, comunidades, casi; vive un puñado de personas en cada localidad. Andacollo, Pichasca, Los Choros. Las personas hablan con la desconocida, quizá es primera vez que les preguntan algo, que registran sus nombres. Quebrada (Francisco Zegers, 2007), es lo que construye con ese viaje Guadalupe Santa Cruz, una impresionante mezcla de testimonio convertido en literatura, estampa de viaje y grabados capaces de configurar una nueva textura, una nueva huella de su viaje. En la desaparición del tránsito encuentra otra cosa, otra pérdida, como en Carrizal Bajo; pero sobre todo, construye un escenario eterno e indómito, nuestro propio Far West invisible para los que persiguen vaqueros por descampados gringos en sus sueños:  

En todos los valles hay un hijo que recuerda al padre que fuera hijo del poder y la vergüenza. A la vista de los valles transversales que traen agua frondosa y van a dar al mar, a los confluentes, a algún lago que borra las pistas del trecho recorrido, los padres, cuando aún se hallan vivos, se desperezan. Se despiertan de la siesta, de la enfermedad o del olvido y les dicen a sus herederos y herederas que ellos no recibieron nada, así como ellos, sus descendientes, no recibirán nada. Ni siquiera el nombre, el pago del nombre. 

Los descendientes de los descendientes, que no han recibido nada, lo saben. 

Lo sabemos. Como también sabemos que la literatura es un oficio tan prolijo como el grabado. También, que nadie reconoce a nadie en este descampado, y si esta lectura se me hubiera revelado antes, podría llenar esta página de elementos personales. No importa; la literatura no tiene tiempo, siempre está esperando. Las fotos de internet enmarañan el pelo de la autora, como los pensamientos o los tránsitos en el mapa de su cabeza. O las lenguas inglesa y francesa que cruzaron su formación y su trabajo de traductora.   

Mapas, tiempos, cabeza, lenguaje. La pulsión por los mapas ya había sido sintetizada en Cita capital (Cuarto Propio, 1992), su segunda novela. Si hoy leemos proyectos como el de Sergio Chejfec con la boca abierta, volver al acervo de esta autora podría abrirnos los ojos a otras búsquedas chilenas, como lo es también la de Gustavo Boldrini (Longotoma; a él le dedica Quebrada). Ella esta vez elige un territorio per se antagónico, Santiago, capital que ya no pertenece al relato hecho por José Donoso o a los autores marginales. No podía pertenecer a ellos, sino solo a sí misma y a su extrañamiento, como obra sumamente moderna en el contexto de la narrativa nacional. Es un elemento que constituye la escritura desde sus comienzos, si atendemos la siguiente cita del crítico Rodrigo Pinto al debut (Salir, 1989): «La autora desdeña aquellos recursos que constituyen la armadura tradicional de una novela o más bien los sumerge bajo un tejido verbal que se articula desde la subjetividad del narrador» (Apsi, 1989). Hay varios puntos más que desarrolla Pinto que adscribe este lector, el perfil biográfico del autor exiliado, el lenguaje poético. Pero hay algo más, una transferencia, una empatía, algo en que la lengua es una herramienta; refundar la habitabilidad de la ciudad. Santa Cruz, encuentra palabras para convertirla en un territorio nuevo. 

Y cualquier refundación implica también un caos. Santa Cruz  deconstruye el mapa y la novela para convertirla en un verdadero puzzle de la experiencia capitalina. La copia que conseguí en la biblioteca pública cercana, está totalmente deshecha; de poder sacudir sus páginas, jamás podría volver a armar el libro sin ayuda de su numeración.  

Desde una visión aérea, la forma ovalada del Hipódromo constituye un quiebre en la morfología de Santiago, una superficie respiratoria, como piscina para el ojo. 

Se espejea hacia el sur, casi simétricamente, con aquella del Club Hípico. 

En una, los caballos corren sobre la tierra, en la otra lo hacen sobre el pasto. Las carreras se llevan a cabo en el Club Hípico siguiendo el sentido de las agujas de un reloj, en el Hipódromo lo hacen en el sentido inverso, contra el tiempo

Piscina, ojo. Toma elementos disímiles que en su fricción constituyen una literatura que hace poesía más allá de ser prosa o ensayo. Ella lo explica mejor en una entrevista:

Así como cuando hago grabados, considero a las palabras como materiales con los que trabajar. Y hay palabras brillantes, impermeables, porosas y sensuales. Me interesa esta posibilidad de invitar a las personas a poner atención en las palabras cotidianas. Me gusta poner las palabras en choque y crear un lenguaje innovador. Una palabra puede encender una persona o puede apagarla. 

Vuelvo por tercera vez a enumerar, esta vez editoriales que la publicaron: Cuarto Propio, Lom, Francisco Zegers, Sangría, Alquimia, Cuadro de Tiza. Todos proyectos independientes, varios de ellos con una política de género clara. La solapa de la contraportada de Cita Capital enumera muchas escritoras y sus obras. Allá está Guadalupe Santa Cruz. No es un lugar tan lejano como parece. Después de caminar por todas las librerías de mi ciudad, rebotar y pensarla como una desconocida, fui a la biblioteca y algo cayó de forma insondable en el mapa de mi propio barrio.   

Decisiones como las de Sangría —digitalizar parte importante del libro— permite accesibilidad al material de la compilación de ensayos Lo que vibra por las superficies (2013), a la que robamos una reflexión que brilla también para sí misma: 

O la bella velocidad de algunas obras escritas a destiempo en tiempos pasados, que nos alcanzan recién o de nuevo hoy: las de María Carolina Geel, las de Marta Brunet (como tantas otras obras de escritoras), las de Juan Emar 

Una amiga me dijo una vez que con las escritoras que se juntaba pensaban que los hombres dejaban pasar a una para dejar a las demás detrás de la puerta. Cuando imagino esa puerta es de esas pesadas, que se cierran con vehemencia y tienen fierros arriba. Quizá no sea dejarlas pasar, sino a entrar allí, o dejar de pensar en el autor como figura unívoca. Eltit nunca estuvo sola. Santa Cruz no estuvo sola. Zondek no estuvo sola. Leamos.  

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