¿Dónde se expone el arte y los oficios que no coinciden, por definición, con las lógicas de bienales o galerías? Una visita a la feria impresionante, la feria de arte impreso que tuvo lugar el último fin de semana de septiembre y el primero de octubre, deja la sensación de una respuesta.
Repaso en mi mente, a falta de fotos en la prensa oficial, la composición del largo mesón ubicado en el centro del Persa Víctor Manuel: libretas, fanzines, cómics de humor, de amor, de películas de culto; libros de artistas sin título de portada, ni sello editorial, ni nombre de autor, objetos corcheteados, cocidos y pegados que entregan la sensación indudable de hecho a mano, ese detallito que los dota de realidad y atenta contra la borradura de identidad de las grandes imprentas. En este mesón están reunidos buena parte de los y las artistas del arte impreso más reconocidos/as del país. Es paradójico, me digo, que un grupo tan diverso de personas que hicieron de la reproductibilidad técnica su espacio, les devuelvan a las obras el aura que supuestamente habían perdido con la serialización. Tal vez aquello solo se perdió para quienes están dispuestos a obviar los detalles que las componen. Porque no hay elemento de las publicaciones que cada participante de esta feria no haya pensado.
fotos: Rachel Harrison Artist
El formato es pandémico. No hay, como en las ferias pre-covid, un puesto por exponente, sino que hay algunos objetos seleccionados de los casi sesenta expositores en un único mesón. Si te interesa algo, caminas unos metros hacia la caja, le indicas el nombre del objeto a la persona del staff, te lo cobra (con débito, para reducir el contacto) y de las pilas de paquetes que tienen en sus espaldas saca lo que compraste. El único puesto que difiere del mesón común y el puesto de adquisición, pertenece a San Borja Towers.
Se trata de un aro de básquetbol, donde se pueden hacer unos tiros a cambio de una cooperación voluntaria, que se usará para comprar pelotas y redes para la activación de la cancha de básquet en la plaza del barrio. Es una plaza con historia, me cuenta un tipógrafo que integra el grupo de vecinos/as, ahí ocurrió el crimen de odio a Daniel Zamudio. Por eso la relevancia de una ocupación del espacio colectiva y despojada de violencia.
La dimensión gráfica del asunto excede el formato del fanzine que armaron para la ocasión. El logo, inspirado en el de la NBA, está en afiches y telas que enmarcan el puesto, pero también en el tablero que, durante la primera jornada de la feria, se convertirá en guardería de padres y madres que van con sus hijes. La gráfica acá es una atmósfera, los asistentes pueden, después de meses de distancia social, tocar otra vez aquello que admiran.
fotos: Rachel Harrison Artist
La camisa roja de Pablo Suazo, el poeta que dirige la Editorial Plo, termina en un delantal negro que comienza en su cintura. «Oiga, caballero, tráigame un café», bromean los amigos que pasan frente a este impresor empedernido con atuendo de garzón, cuyas obras van desde los almanaques que combinan versos con caricaturas de Warner Bros, a los afiches serigrafiados que se popularizaron durante el estallido, en esa oportunidad bajo el nombre colectivo Pésimo Servicio.
Eso hace cuando me acerco a él, serigrafiar en medio de la intensa multitud un poema que compuso especialmente para la feria, hecho con logotipos de máquinas impresoras y su característica utilización de la dimensión oral del habla: «Aquí los brother/ tamos pa la riso/ con xeron pesos/ rompiendo canon/ ¿kiocera?/ no sabemos/ epson sí/ manden/ tinta & tinto/ pa darle cara/ a los hp del 133/ x 100 pre».
Con su habitual forma (a saltos y a brincos) me cuenta que Pablo Castro, uno de los organizadores, le pidió el afiche para la feria de este año, pero entre la pandemia y la crianza de su segundo hijo, se le hizo imposible. «Compuse este poema y lo imprimo como quien hace sopaipillas», me dice. «Quizá al criar hacemos arte como quien hace sopaipillas», le digo, y me cuenta que Castro hace unos días hizo unas sopaipillas increíbles, en ocasión de una lectura de poemas de Pepe Cuevas, que sucedió ahí mismo, calentando motores para lo que sería la feria.
fotos: Rachel Harrison Artist
Alguien le ofrece agua a Suazo. Es Pablo Castro. Hacía unos minutos Rodrigo Dueñas, cofundador y codirector junto con Castro de la feria, respondió mi solicitud de entrevistarlo mandándome a hablar con él: «Pablo es el indicado».
Y lo es. A la convención de partir una entrevista con una pregunta general como «¿hace cuánto hacen la feria?», con la intención de romper el hielo, me responde con una definición que indica compromiso y seriedad:
P: Impresionante empezó en el 2016, la primera versión la montamos en el Museo de Arte Contemporáneo del Parque Forestal. Pero una cosa súper importante de contar es que impresionante es una feria que está orientada a la publicación independiente y al arte impreso. Es justo mencionar que proviene de una tradición de distintas pequeñas ferias, independientes e incluso marginales, que había en distintas partes de Chile, y se montaban en espacios también independientes, como centros culturales o casas okupa. Ese espíritu es el que recogió impresionante y lo instaló de una manera más formal. Porque también el equipo de la feria lo componemos personas que hace varios años que estamos en la gestión cultural y en el mundo del arte impreso, y contábamos con vínculos que nos podían apoyar para parar el evento.
M: Algo de nuclear esas experiencias.
P: Sí, darle un espacio más consolidado. Es importante destacar que el evento no tiene fines de lucro. Los expositores no pagan por su espacio, ellos se hacen cargo de la venta de sus publicaciones, lo que venden es para ellos, no recargamos precio sobre las publicaciones tampoco, como dije, se podría decir que nosotros ponemos la casa, la casa y los equipos para que ellos hagan la fiesta.
M: ¿Cuánto tiempo les toma organizar la feria?
P: Desde marzo empezamos a trabajar. Hay exposiciones como esta (estamos parados junto a un muro de madera de cinco metros de ancho por tres de alto del que salen cientos de pequeños tubos negros donde cuelgan cuadernillos que produjeron los expositores de la feria) que llevan harto tiempo pensarlas.
De hecho, pensamos la feria con una ciudad muy encerrada, por eso ideamos estas medidas de mesa única, de pago con tarjeta, y ahora la ciudad está más abierta, pero ya la teníamos planeada.
M: Después de estos cinco años, ¿qué ideas sacaste en limpio?
P: Lo que más me gusta a mí es que la escena de la publicación independiente y el arte impreso está instalada, funciona sola. Que nosotros ponemos esta organización bien armada y son los expositores quienes arman la feria. Cada uno de ellos trae sus cosas, pero también su público, su producción. Incluso, años anteriores quisimos ser como las ferias normales, contratar una agencia de medios, que metan la información en medios de comunicación masivos para que lo sepan más personas pero nos dimos cuenta que no lo necesitábamos, porque solamente con que corra la voz de parte de los expositores es suficiente. Yo lo pienso en tres niveles. La organización, los expositores y la audiencia. Con esos tres niveles la feria se arma sola.
Una de las publicaciones que desde mi perspectiva condensan lo que pasa en la feria es Publicar, de Fernanda Aránguiz, artista visual y publicadora. Al costado del muro donde se exponen los pliegos que componen el libro conversé con ella.
M: ¿Qué es Publicar?
F: Es un proyecto de investigación, así partió. Su inicio se remonta al 2018, con la lectura de Publishing as Artistic Practice, de la académica alemana Anette Gilbert, donde analiza el fenómeno de la publicación contemporánea, que ya dejó muy atrás los debates sobre libro de artista, libro obra, libro objeto y todas esas clasificaciones, y se enfoca más en la publicación como resultado de una práctica. Ella vincula esta práctica sobre todo a lo artístico. Me pareció que su análisis coincidía con lo que pasa en Chile. Así que empecé a investigar la escena a nivel local en el arte, pero también en cruces interdisciplinarios. De ahí surge un poco mi tesis de investigación: publicar es una práctica que puede tener distintos apellidos.
La bibliografía que ocupé, por la pandemia, se redujo a lo que tenía en mi casa y lo que recopilé en internet, pero sobre todo a las conversaciones que mantuve con ocho publicadores y agentes de distintos ámbitos a la publicación.
M: Partiste con una similitud entre lo que ubicaba la teórica alemana y lo que pasaba acá. Una vez realizada la investigación, ¿qué diferencias te saltaron a la vista?
F: Acá, tanto en el arte contemporáneo como en otras disciplinas, está la particularidad de la escasez de recursos, la precariedad, que se transforma en una particularidad de este tipo de producciones. Yo creo que en Latinoamérica lo hemos logrado productivizar.
Y lo otro que rescato en el libro es un concepto del crítico del arte español Javier Maderuelo sobre los libros radicales. Él vincula lo radical por las temáticas que se tocan. Por ejemplo, los fanzines y ese tipo de publicaciones más punk, con temas sociopolíticos, y que se remontan a los setenta, cuando el arte correo fue muy importante acá y en toda Latinoamérica como para denunciar lo que pasaba. Pero también son radicales por los materiales que se utilizan para componer este tipo de libros.
M: Bueno, vos tuviste el límite de la pandemia, que te redujo el acceso a bibliografía e hizo que el libro terminara compuesto por hartas voces.
F: Ese concepto de co-autoría es súper importante en el ámbito de estas publicaciones. Y es muy bonito que este soporte tan diverso permita que en él existan distintas voces y visiones de diferentes disciplinas.
M: ¿Qué diferencia, entonces, a una escritor o escritora de un/a publicador/a?
F: El autor de publicaciones hace cosas. Hace publicaciones. Entonces se preocupa por todo lo que la compone. Impresión, colores, dimensiones, el peso, la tipografía, la forma en que va a ser distribuida. Todo eso piensa el publicador o la publicadora.
Buscar un término más vinculado con el hacer, que con un tipo de persona, es una de las conclusiones que aparecieron con la investigación. El libro de artista es un término que pone énfasis en este ser, especial, demasiado presente. En cambio un publicador, es alguien que publica más allá de dónde lo esté haciendo. Es algo bastante más contemporáneo que el otro esencialismo.
En mi última vuelta por el mesón ubico los sobrios libros de Humo, una editorial basada en Valparaíso, dirigida por Gabriela Muñoz, con una colección de libros híbridos compuestos por artistas visuales de la región.
M: ¿Qué te impulsó a iniciar Humo?
G: Tiene que ver con la frustración de no ejercer mi carrera. Estudié Castellano, salí y no me gustó la pedagogía. Dentro de este no-ejercicio empecé a indagar, a buscar una línea, constantes de mi carrera que me hicieron sentido o que haya disfrutado. Y noté que eran las publicaciones, la visualidad en las publicaciones especialmente. Hice un magíster en Buenos Aires donde, entre otras cosas, revisábamos alternativas al libro que a su vez lo ensanchaban. Un tiempo después de volver partí con Camas, un libro compuesto entre ilustraciones de Renato Órdenes y textos míos. Y supe que sería una colección. Ahí sí se me armó. Tal vez el catálogo apareció más claro que el inicio de la editorial misma.
M: ¿Me contás sobre esa colección?
G: Conozco muchos artistas visuales que admiro, amigas y amigos, entonces seleccioné a algunos de ellos para armar esta colección de libros de artista. Lo que hago es invitarlos a que respondan con un libro una pregunta base: ¿cuál fue tu primera experiencia o emoción estética? Es decir un recuerdo que haya dado pie a estructurar el pensamiento de una manera otra. Y tiene que ver con cómo entiendo el arte. No tan relacionado a los objetos que producen artistas sino con una manera activa de estructurar pensamiento. Además es una pregunta que cualquier persona puede responder. Eso permite algo más democratizante en el arte, que es muy elitista. Sobre todo en esta idea de que el público está obligado a entender la volada del artista, a descifrar qué quiso decir. Para mí es mucho más relevante que cualquier persona pueda asistir al momento en que el artista observó algo de su entorno y que eso que observó, determinó una mirada. Aportar la idea de que el arte no tiene que ver con la genialidad sino que, ni más ni menos, modifica una manera de pensar, abre caminos.
M: ¿El formato de los libros dialoga con esa idea de arte?
G: Claro, como lo más relevante es la experiencia, pongo el título en bajo relieve, y no aparece el nombre del artista en ningún lado, salvo en el colofón. Para reforzar esta idea de que sean libros de los que las personas tengan necesidad de acercarse, porque hay algo que vale la pena mirar, y no porque hay un nombre afuera.
M: ¿Cómo es trabajar con artistas visuales que acostumbran a trabajar con otras espacialidades?
G: La propuesta otorgaba libertad en el sentido de responder la pregunta de manera muy personal, pero también desprendimiento. Por ejemplo, quise que los libros estén impresos en Riso, que es una máquina que interpreta lo que duplica. No lo replica de manera idéntica. Eso genera otras dimensiones. Que ya no son ni las del artista ni las mías. Quizá porque trabajo con personas cercanas puedo permitírmelo aún.
Salgo del Persa. Me espera un largo viaje a Valparaíso de modo que busco un baño. En la vereda del frente me llama la atención un cartel: baño del poeta. Camino hacia el fondo. Un típico baño de mercado o terminal, que cobra trescientos pesos la entrada, pero lleno de hojas tamaño carta en las paredes con frases escritas con lápiz. Le pregunto a quien me cobra de quién fue la idea: «Mía —me dice— me di cuenta de que para que esto mejore la gente no necesita expresarse, si no pensar, y cuando les dai papel y lápiz para que escriban algo, se quedan mirando la hoja fijo, y piensan».
Lo saludo y me voy, sopesando las ideas que esas personas decidieron publicar.