Incendios
Felipe Fuentealba Rivas
Mago
226 páginas
El cambio climático ha llegado para quedarse pese a que el movimiento social que hoy captura nuestra atención y nuestros días aparentemente lo ha dejado como tema secundario. Basta escuchar las demandas por la renacionalización del agua y el llamado de auxilio y de denuncia de las zonas de sacrificio para darnos cuenta de que nuestra sobrevivencia es el tema del futuro inmediato. Y otra vez serán los pobres quienes sufran con mayor fuerza; los otros, siempre han tenido algún plan de escape. Al sur de Chile ya no le quedan bosques aunque erróneamente llamemos así a las enormes plantaciones de pinos y eucaliptus que vuelven ácido el suelo. Abordar este tema es el mayor logro de Incendios, segunda publicación de Felipe Fuentealba (1982), quien había publicado anteriormente el conjunto de relatos Otoño (2016).
Once cuentos dan forma a este libro, y al menos cinco se refieren a lo rural y al oficio de los bomberos contratados por las empresas forestales para incendiar zonas acotadas, a modo de limpieza o despeje, y luego apagarlos. Los sujetos de la narración son el padre y sus compañeros de oficio, el hijo que contempla con admiración ese mundo adulto, el primo que es rescatado en medio de una sobredosis. También hacen parte de este mundo una mujer, un niño y un hombre que están a punto de no escapar de una seguidilla de incendios que rodean su casa: todos ellos componen un cuadro de sujetos comunes, con un temple de ánimo muy bajo, como si el narrador se esforzara por ecualizar en graves y lentos sus emociones, otro rasgo que veo como un acierto.
Sin embargo, a Incendios le falta riesgo en su escritura. El narrador se engolosina con apreciaciones naif que solo le restan fuerza al relato, el mayor ejemplo de ello es el primer cuento con el que Fuentealba se presenta: «Réplicas», aquí la trama sucede luego de un fuerte terremoto y las réplicas son usadas como marcas del tiempo y del clímax. Sucede la vida de un hombre vinculado a una mujer con su hijo y su posterior separación. El texto está lleno de lugares comunes y clichés de un amor que no puede ser por los avatares de existencia, la cobardía del protagonista y sus forzados silencios. Además de la cursilería con la que se aproxima al tratamiento del niño:
«—Lágrimas— dijo Carlitos, y mientras él me secaba ambos ojos con los mitones que le había tejido su madre, yo rogué para que esa fuera la primera y última vez que tuviera que secarle las lágrimas a alguien».
Bolaño decía que después del siglo xx era imposible escribir una historia lineal, que había que llevar el oficio hacia un lugar distinto, y ese es precisamente el problema más grave de este libro, la falta de originalidad para presentarnos una buena historia, porque todos estamos de acuerdo en que la narrativa no se trata solamente de buenas historias, sino de la estructura que se levanta, se hunde o se estrella contra el muro (como se quiera) pero que surge del o_ cio y de la intención y no como algunos atribuyen a las meras ganas de contar algo o para alguien. Esta falta de riesgo empantana el camino que los buenos relatos de Incendios pudieron seguir.
Me pregunto hasta dónde un trabajo de edición hubiera ayudado a que los buenos relatos de Incendios no se hubieran perdido en el pastizal de los lugares comunes, y lo hago después de encontrar una serie de erratas que solo ayudaban a tropezar con el texto una y otra vez. Mago Editores queda al debe una vez más en relación al cuidado con el texto y con el autor.
Publicado en la edición de diciembre de 2019