Álvaro Lasso
Overol
52 páginas
Lo primero que muestra la explicitud del adjetivo apuntalando una cosa es la desesperación de esa cosa por sostenerse. Le rogamos que abandone su trabajo describiendo y se vuelva imperativo. Destrozado, levantando sus pedazos morales, el recién separado insiste sin que nadie le pregunte: estoy bien.
Álvaro Lasso escribe un hermoso libro cuyo título, Izquierda Unida, sugiere el estado de salud de una perspectiva política dividida a ladrillazos de un muro que cayó lejos pero pegó fuerte y generó propuestas de continuidad muy diversas; en el caso sudamericano van desde pactos reaccionarios hasta organizaciones armadas con acciones políticas o bélicas tan espectaculares como incomprensibles.
Esta serie de poemas en prosa empieza con «Devórame otra vez, 1988». En él, un niño juega con sus primas debajo de la cama en una casa donde se festeja algo, por la procedencia del autor, Azerbaiyán, se puede suponer que la asunción de Gorbachov, o sea, el inicio de un proceso de apertura de la URSS. Los tíos del chico entran a la habitación y sin notar su presencia van a la cama: «no sabemos qué hacen pero intuimos que se abrazan y son felices. Su juego dura una canción y luego vuelven a la fi esta. Entonces las primas me miran entre risas y me invitan a salir de la oscuridad». Esa palabra rima, sonora y conceptualmente, con la ingenuidad platónica del que, encerrado, idealiza la salida. La disolución de la otredad soviética hace que todos seamos más iguales, aunque esto no implique equidad.
Con lenguaje claro, sin las triquiñuelas vacías u obsoletas del poeta lírico, pero despojado de ese nadismo que confunde anécdota con estructura, se puede ubicar un deliberado tono narrativo. Hay personajes, se cuentan cosas, sin embargo lo que le interesa a Lasso del poema no es comunicar («para compensar diré por ejemplo que la comunicación / es el condón del lenguaje» escribe por ahí M. Montalbetti) a Lasso le importa ese lugar donde puede reunir a los que tienen y los que no, conciencia de clase. Le interesa la igualdad que les fue prometida a los sistema que tiraron para que seamos todos más iguales. En un poema sobre decapitaciones dice:
«También está el público que no ha pagado entrada, que se ha sumado a la justicia sin comprenderla. (…) Pero el show dura unos segundos. Lo saben: piensa en la segunda oportunidad, en las vidas pasadas, en los mundos paralelos, en el más allá, mientras las grandes ideologías caben en una refrigeradora. Por eso un poema no es poema si no sabe
congelar la muerte».
El adjetivo del título trabaja ahí, en el poema que busca congelar la muerte; los que ostentan conciencia y los que están por curiosidad, fijan la atención en un misterio tan evidente que los supera y por ende los iguala.
Hay una diferencia fundamental entre lo profano y lo hereje. El primero está desprovisto de fe: rompe, escupe, ensucia lugares que detesta o no entiende. El segundo tiene tanto deseo de creer que termina siendo desestabilizador de esa fe —en Dios, en la razón, en la revolución, en el libre-mercado— a la que se le termina yendo de las manos esa fuerza. Hay algo de esa operación en el libro que trata de la individualidad y la pasión que implican creer, al fin y al cabo, en otro mundo: «¿Cuál es la diferencia entre el libro rojo de Mao y un libro de poemas? ¿Cuál es la diferencia entre un poeta y el que coloca tu cabeza en un tacho de basura y te pone el mundo de cabeza? ¿Cuál es la diferencia entre el partido y una fila de infantes decrépitos en piyama esperando su pastilla mágica?». Diferencia ninguna, y sin embargo…
Publicado en el número de septiembre del 2018