La cortina de la niñera Lugton

La cortina de la niñera Lugton

Virginia Woolf

Traducción Soledad Fariña

Ilustraciones Alejandra Apablaza

Bisturí 10

32 páginas

Pocas cosas resultan más tentadoras para un niño que no hacer caso al adulto, madre, padre, por supuesto profesores, quien sea, lo natural es desobedecer y querer marcar distancia. De ahí que es fundamental, cuando se trata de la lectura, no caer en frasecitas como «lee para que tengas buena comprensión lectora» que resultan insoportables, no solo por su tautología, sino porque en su imperativo espantan a cualquiera.

La literatura, así, sin apellidos, es una forma de arte, y al objeto habrá que acercarse como se hace a un cuadro o a una canción, buscando eso que nos haga agudizar el ojo frente al modo en que el objeto fue construido y que nos devuelve una imagen del mundo y de nosotros mismos. Todo junto y nada más, pero nada menos. Dentro del amplio espectro de la literatura tenemos una dedicada a un público infantil, uno que, en un año pandémico como este, según cifras entregadas por este medio en el número anterior, sostiene a veces el 40% de las ganancias mensuales de varias editoriales independientes. Bisturí 10 incursiona en este campo introduciendo a su catálogo libros como La cortina de la niñera Lugton, cuento de Virginia Woolf publicado en 1924 y se mete a una discusión sobre qué es lo que se está publicando en este campo y qué autoras interesa hoy poner sobre la mesa.

Estamos frente a una hermosa traducción de la escritora Soledad Fariña (El primer libro, 1985; Albricia, 1988; Pide la lengua, 2017, entre otras de sus publicaciones), acompañada de las ilustraciones de Alejandra Apablaza, quien realiza un trabajo que complejiza la lectura a través de un trabajo de sombras y perspectivas a cuatro colores que hacen de este libro un objeto hermoso y delicado.

La historia: una mujer teje una cortina y «la tela azul se convertía en aire azul» de donde por las noches escapan animales y viajan a Millamarchmantópolis, ciudad en la que reciben la compasión de sus habitantes por ser animales encantados por Lugton, la ogresa que los mantiene presos en sus redes tejidas con hilo de algodón. La anciana, tipificada siempre a través de la ternura y de la bondad, en La cortina de la niñera Lugton es en cambio la carcelera de elefantes, jirafas, y otros animales que logran escapar de su hilo solo por las noches, cuando el cansancio del oficio la deja al fin exhausta.

En este cuento ocurren varias cosas que se comprometen con una lectura polisémica, y por lo tanto desafiante, para quienes se acerquen a leerlo: «Tenía la cara como la ladera de una montaña y, en lugar de ojos, pelo, nariz y dientes, tenía grandes precipicios, avalanchas y abismos», así la ancianidad es dibujada con imágenes que desarman el cliché e invitan a replantear figuras dadas. O como la analogía entre el tejido en hilo del bordado de esta cortina y la escritura misma, entregándonos una visión del trabajo de Virginia Woolf que nos permite visualizarla desde lo lúdico y lo simple. Ahondar en aspectos que poco conocemos y que nos dan la posibilidad de redescubrir desde un nuevo ángulo su obra.

Ha ocurrido ya esta recuperación de autoras con relatos dedicados a los niños, en Libros del Cardo, con publicaciones recientes de Carson McCullers o Anne Sexton las que replantean el canon que se ofrece a lxs ninxs de hoy y abren el desafío a nosotros adultos a responder a la necesidad de acompañar a los pequeños lectores a un espacio feminista, más equitativo y más complejo.

¶¶