LA FACCIÓN PIRATA

Aunque no se reconoce, la edición que traspasa la ley es relevante para la producción editorial independiente chilena. Hablan profesores contra el sistema.

Cuando comenzaron las medidas de control de la emergencia sanitaria desaparecieron los libros de las calles, con ellos también los libros independientes. Otros libros, eso sí, resistieron al infame juego de números que nos indica cómo vivir bajo la pandemia. Unos eran piratas de transnacionales, otros piratas de literatura. La calle es un lugar donde las ediciones limitadas de Instagram no existen, en esa pequeña máquina productiva de encargos personales que hace cada pirata de bajo volumen.

En este artículo vamos, primero, al caso de un proyecto de pirateo que está en todos lados: Gato Jurel, que este redactor ha visto en puertos y playas, con vendedores muy disímiles. Con una hechura de marcado carácter artesanal, que ha evolucionado durante los años (pero que jamás dejaría satisfecho a un fetichista del libro) hacia materiales sustentables. Donde sea que los encuentres los gatosjureles son siempre económicos y recuperan —guardando las distancias— el proyecto de Quimantú, la editorial estatal de los años de la Unidad Popular que democratizaba el acceso a la lectura.

No es más caro un Gato Jurel que una cajetilla de cigarros. Están donde los otros libros no están. Ya no kioscos como en los setenta con el minilibro estatal, sino en ferias artesanales y en la vereda misma. Tanto Quimantú como Gato Jurel conectan en hacer literatura de calidad.

Revisando una edición que compré el 2014, encontré los nombres de quienes componen Gato Jurel, que por teléfono me cuentan que son una pareja de profesores que declinan dar sus nombres, sobre los cuarenta años, que se salieron del sistema educativo.

«Comenzamos llevando varias disciplinas artísticas a los colegios, pero con los libros era imposible. Entonces decidimos copiar los libros, piratearlos en realidad. Pensando que la palabra pirateo era muy fuerte la cambiamos por difusión. Leímos la ley, en ella hay una fuga que dice que tú puedes tener una fotocopiadora y fotocopiar un texto de estudio sin problema, no multan a las personas. Soy profesora de Lenguaje, y en clase podemos pasar un texto impreso. Con este escape de la ley pensamos nuestro proyecto como difusión de material de estudio sin fines de lucro».

«Al principio pensamos en hacerlo solo con autores con derechos liberados, pero eran muy pocos, queríamos autores que estuvieran con Copyright. Buscamos un formato que no tuviera más de sesenta páginas, que es lo que permite la ley, además ajustar el texto casi al valor del costo. Con esa idea llevamos un catálogo de ochenta libros».

Para los editores, es «un catálogo de preferencias personales. El objetivo personal es el desarrollo del pensamiento crítico, es el aporte que podemos hacer como profes fuera del aula con textos de, por ejemplo, Sylvia Plath y Clarice Lispector. Que son textos caros y difíciles de encontrar».

Hoy un libro hecho en España de Clarice Lispector puede estar cerca del 10% del salario mínimo del país, mientras en la calle, en Gato Jurel, difícilmente superara los tres mil pesos. Una chela de litro de calidad regular en cualquier bar de esta ciudad, además, y dará una probadita del estilo (treintaitrés páginas), en este ejemplo, de una brillante escritora brasileña que hace poco conmemoró cien años de su nacimiento. «No creo que sea una competencia, porque hay amantes del libro como objeto, la idea es que podamos leer, la difusión de la lectura. Leer no cuesta nada, ese es nuestro lema».

Antes de la pandemia, habían alcanzado quinientos ejemplares por mes, ahora, con la pandemia, doscientos. Tienen un puesto en Santiago en un lugar central.

No es solo un cambio de discurso y de rubro, significó para estos profesores Gato Jurel, un cambio hasta en el interior de la casa esta decisión. «Sacamos las cosas de la casa, sacamos nuestros muebles y formamos una imprenta. Disminuyó el valor del libro en un 70% hacer todo el trabajo nosotros».

Respecto al movimiento de los volúmenes y sus distintos vendedores, explican que «repartimos mucho material por mayor, a Tongoy, a Valparaíso, a Concepción, a El Tabo, a Viña del Mar, entonces las personas compran estos libros y ellos también ganan. Nosotros los vendemos a luca para que ellos puedan trabajar. Llenamos las calles de libros, sacamos la literatura a la calle, y nos permite trabajar con otras personas que necesitan trabajar desde la autogestión, que tienen sus puestitos de libros en ferias libres, coleros».

Son parte de FLIA (Feria del Libros Independiente y Autogestionado) y varias veces también han asistido a la FLIV (Feria del Libro independiente de Valparaíso), como otros piratas que decidieron declinar amablemente de participar en este artículo.

A este catálogo de ochenta títulos, se agrega la generación de autores inéditos. «Nosotros también subsidiamos autores, buscamos y seleccionamos un escritor y los sacamos como editorial. Tenemos doce escritores propios y nos permiten participar en estas ferias. Nos hacemos cargos de la difusión y no participamos de ningún porcentaje de la venta. Se lo damos al autor. La plata la sacamos de la piratería del cuadernillo. Nosotros no vivimos del escritor, vivimos de la piratería. Nuestros colegas piden por lo menos un millón de pesos para hacer un libro. Llegamos a mil ejemplares de copias difundidas con uno de nuestros autores. Y el mismo autor los vende y camina sus libros, circula por Chile».

Donde sí ha habido un roce, fue en la Furia del Libro. «Nos dejan afuera entre comillas, porque el 2019 pasó algo muy curioso. Postulamos a la Furia y nos dijeron que no, que ese año iban a optar solo por editoriales de textos inéditos, entonces quedamos fuera. Resulta que dos días antes nos mandaron un correo, nos preguntaron si queríamos participar con nuestros cuadernillos, como fuera, porque muchas editoriales se habían bajado de la Furia, había muchos cupos libres y no podrían cubrir el valor de la plata que necesitaban. Llamaban a cualquiera. Un día antes prácticamente nos incorporaron. Nos ubicaron en un lugar muy bueno, casi en la entrada del GAM. Cuando se trató de platita no dudaron con la piratería».

Una experiencia regional

La Esclerófila es el nombre del proyecto de una ex estudiante de Pedagogía en Castellano, de seudónimo Arrebol, que decidió salirse del aula para comenzar a hacer libros, libros con cuidado de sus materiales y sin los límites de las convenciones de derechos de autor desde Quilpué. Unas breves preguntas para este bosque de páginas, resistente a la falta de agua y aridez que representa su nombre. En un año de vida, hace aproximadamente cuarenta libros al mes.

Cuéntame, ¿qué tipo de libros buscan la gente que te encarga?

Uf, hay de todo… desde textos libertarios a textos de autoayuda, pasando por el feminismo, la ecología, la psicología, la medicina natural y terapias alternativas. Generalmente, libros que si los compras originales te cuestan sobre los veinte mil pesos, libros que piden en carreras universitarias o que le sirven a las personas para sus tesis, libros que no encuentras en librerías o que los tienes que mandar a pedir al extranjero y esperar una eternidad para tenerlos o libros que no dan ganas de comprar en cualquier lugar debido a sus contenidos. Sí, los libros prohibidos y mal mirados socialmente no han dejado de existir.

¿Qué lugar o importancia crees tú que ocupa el pirateo de calidad en el ecosistema del libro?

El libro pirata ocupa un lugar fundamental pues, pese a ser marginado y denigrado desde perspectivas moralistas, en lo concreto, el libro pirata es el que le permite la lectura a la gran mayoría. El hecho de que por no tener dinero para comprar el libro de marca tengamos que conformarnos con libros que se les salen las hojas y que están mal impresos creo que refleja metafóricamente los problemas sociales de siempre; el que no tiene para pagar un colegio caro estudia en mesas cojas, el que no tiene para pagar la clínica es atendido en un pasillo. Sumado a lo anterior, piratear permite poner en circulación textos que, por razones ideológicas, no estarán en catálogos de librería o grandes editoriales. En este sentido, hacer un pirateo de calidad dignifica y diversifica a la persona que lee, a su estudio y a la lectura en sí misma.

Entiendo que tienes un trabajo sensible con el material. ¿Cómo los eliges?

Cuando uno se posiciona desde una perspectiva política de realizar un oficio, surgen cuestionamientos desde diversas dimensiones. La Esclerófila, también surge como un medio para poder visibilizar problemáticas medioambientales del territorio que habitamos, en esa línea, decidimos que lo más coherente era procurar realizar la confección de los libros teniendo en cuenta la dimensión ecológica del proceso, así elegimos los materiales.

Las tapas de los libros provienen de cajas de cereales reutilizadas. En las portadas pegamos fotos de revistas y en las contraportadas pegamos las hojas que salen mal impresas. Las hojas de los libros son 0% blanqueadores químicos, lo que significa que no se arrojará como desecho cloro a las aguas, la fuente de celulosa es la caña de azúcar, lo que significa que no se talan árboles para hacer este papel y, además, la empresa del papel tiene el sello Yungas de compromiso social y ambiental y una certificación que entrega la SCS que acredita que la huella de carbono del proceso de producción del papel se adecúa al protocolo internacional de emisiones de gases invernadero. 

¿Qué significa piratear desde Quilpué?

Significa resistir desde el interior de la región a la centralización de la cultura. Generar nuestros propios medios y espacios de educación cuando instituciones municipales, como la biblioteca de Quilpué, dejan todo que desear. 

Significa visibilizar las problemáticas ecosistémicas que suceden en los cerros de Quilpué, Villa Alemana, Viña, Valpo y más —que no son sino un solo corredor biológico, un mismo territorio, Pikunmapu— y con la acción de problematización; incentivar y poner en práctica la autodeterminación de los territorios. 

Significa levantar una economía que se base en redes de apoyo mutuo sostenidas desde las comunidades, suena utópico pero es lo que está pasando, por ejemplo, nuestros libros ya están disponibles en una tienda de la ciudad que se llama «Entre Boticas», un proyecto de La Botica —mis queridxs vecinxs— y Botica Uraqui, en donde se conjugan creaciones, medicinas y poderes de distintas personas de Quilpué y sus ciudades aledañas.

Así es como desde las organizaciones comunitarias, las vecindades y los oficios se va formando una red de tejido vivo y piratear desde Quilpué termina siendo mucho más que solo encuadernar libros.