La llamada al editor perdido: Ricardo Mendoza

Foto cedida por el autor

En las últimas décadas, Ediciones Kultrún ha sido el medio de impresión de la gran literatura del sur. En esta entrevista su editor recuerda libros y homenajea a sus muertos.

Rosabetty Muñoz, Clemente Riedemann, Pedro Guillermo Jara, Maha Vial, Jorge Torres, Gonzalo Rojas, Yanko González, Verónica Zondek, Óscar Barrientos Bradasic, Gustavo Boldrini, Yuri Soria-Galvarro, Ricardo Herrera Alarcón, Yenni Paredes, Jorge Velásquez Ruiz e Ivonne Coñuecar son algunos de los nombres del catálogo de Ediciones Kultrún. Una verdadera geografía de escrituras que abarca habitantes de distintos lugares del sur de Chile, desde Concepción hasta Punta Arenas, desde lo continental hasta cuando la tierra es desmembrada y queda en medio de aguas. Vivos y muertos también, a esta altura.

Aunque la literatura es una sola capa del Kultrún, porque hay trabajos de memorias, antologías de dramaturgia, congresos. El catálogo online de la Biblioteca Nacional muestra el sostenido trabajo desde 1985. Le pregunto entonces a Ricardo Mendoza si Cuatrimesario de Rafael Rosende es el primer libro de su editorial valdiviana, porque es el primero que aparece en el sitio web, pero no, hay uno antes. «De una señora que no era escritora, pero la ayudé a hacer su libro», explica.

Una prehistoria editorial algo más larga, que incluso considera su propia autoría. En la primera mitad de los ochenta publicó un compendio de poemas diversos. Era presentado como pintor en el recorte del diario. Pensaba irse a vivir a México, estaba fuera de la Universidad Austral, donde daba clases. «Me alcanzó solo para un exilio chillanejo», cuenta riendo.

Chillán, México. Intercambiar esas palabras cambiaría también el destino editorial de la gran literatura del sur. Cada entrevista a Ricardo Mendoza actualiza el número de publicaciones que ha hecho. «267, creo», dice, y podría decir cualquier número y uno está obligado a creer en las distancias que arma nuestra geografía mental.

Porque para el centro del país su editorial es una existencia concreta pero esporádica, que toma cuerpo en autorías como la de Yanko González. Para una entrevista que nunca pude publicar, este poeta me escribió lo siguiente: «…desde mi primera publicación he trabajado en una simbiosis perfecta con Ricardo Mendoza, amigo y excepcional editor de Kultrún en Valdivia. Claro, son libros hechos casi a mano y por los tirajes y la distribución desde los espacios regionales, el acceso es complicado. No renuncio a seguir haciendo mis libros de esa forma y con Kultrún».

Gustavo Boldrini, en el último número de Grado Cero, me explicó por qué salían sus libros en Kultrún, pese a que lo buscaban otras editoriales: «Enganchamos por la botánica, él es regionalista (…) Somos cómplices. Para las tapas viene a escarbar mis cuadernos buscando un dibujo (…) quiero seguir a esa escala de pueblo».

Una escala de pueblo de alguien que hizo la migración inversa a la clásica, de Santiago al sur. «Yo soy profesor de Estado en Artes y terminé convertido en editor. Dejé casi completamente el dibujo y me aboqué al diseño bibliográfico. La editorial era pega de las noches y los fines de semana, y un poco de las vacaciones», me relata Mendoza. Jubilado del Museo de Niebla, pero con ganas de editar más, tiene tiempo para recordar.

¿Cómo comenzó a editar?

Fue una cuestión de amistad. Cuando llegué a hacer clases a la Universidad Austral, llegué solo, fui el iniciador de la segunda etapa de la carrera de Arte, el año 77. Traté de conectarme con grupos de artes visuales, en rigor no había una escena conformada, conocí a unos pintores, pero no había un grupo formalizado con que uno pudiera actuar permanente. Pero me encontré con un grupo de escritores, actores, artistas visuales emergentes jóvenes y músicos también, en torno a un taller municipal de teatro que se vinculaba a la poesía los días martes. Me hice amigo de inmediato de Pedro Guillermo Jara y de Maha Vial, hasta el día de sus muertes. Ahí conocía también a Clemente Riedemann. Pedro me empezó a pedir primero ilustrar y a diagramar las hojas de poemas o cuentos breves, en hojas, dípticos o trípticos literarios que él publicaba.

En el año 78 y 79 nos pusimos a vivir en comunidad con Pedro, la Maha y otros amigos artistas y escritores, llegamos a ser 17 vivientes —como dicen los chilotes— en una casa muy grande y antigua, teníamos una sala de teatro en un altillo, y yo dirigí teatro en el grupo Altazor, la Maha Vial era actriz. Hacíamos montajes en la casa.

Con Pedro apareció la posibilidad de comprar una pequeña imprenta tipográfica, con unas máquinas impresoras tarjeteras, permitían imprimir no más allá del tamaño oficio. Como trabajaba en la Universidad Austral tenía alguna holgura económica, me metí en un préstamo chico y compramos la maquinita y como tres o cuatro cajas de tipografías, y fui a Santiago y compré dos o tres tipografías nuevas en la casas Middleton, que era en alguna época la única casa productora de tipos móviles, de tipografías. Ahí armamos Siglo XV artesanía gráfica, y ahí empezamos a hacer la revista Caballo de Proa, que era a medio oficio, lo que nos permitía la impresora. Esa revista llegó casi a ochenta números y la hizo Pedro hasta su muerte.

¿Qué recuerda de los martes de poesía?

Los martes de poesía era una actividad que crearon en el taller de teatro municipal. Estaba en el subsuelo, era una sala de cámara. Yo vi ahí mis primeras obras experimentales de Tennessee Williams o Samuel Beckett, también la primera obra de Riedemann. Los martes de poesía era un montaje dividido en dos partes, cada una de media hora, a los más de cuarenta y cinco minutos. La primera parte se dedicaba a un poeta internacional, se leía y se hacía un montaje dramatizado, una escenificación de poesía. La segunda era una lectura grupal de gente que estaba acá o estaba pasando por Valdivia. Así empezaron a aparecer obras que se consolidaron, como Karra Maw´n [Imprenta Alborada, 1984] de Clemente, un hito fundamental de la poesía del sur y de la poesía de Chile. Circulaba Rosabetty Múñoz también, Jorge Torres.

¿Qué me podría contar de Jorge Torres de esa época?

Ya era una figura establecida, Tenía una fama no desmentida de haber publicado el primer libro de poesía en la dictadura, el año 1975. Recurso de amparo, casi artesanal, hecho también con tipografías. Con Yanko González éramos de los amigos más cercanos y fue una de las primeras muertes del grupo de amigos

¿Cómo definiría su estilo de diseño?

A mí no me gustan los diseños espectaculares, mi visión del diseño bibliográfico se orienta a lograr la máxima legibilidad de los textos. El intento de hacer libros bonitos es una errata cuando el texto queda oculto por el diseño. Se trata de honrar el texto que a uno le es encargado publicar, como dijo un tipógrafo y poeta canadiense.

¿En qué está la colección Ínsula barataria?

Con esos libros me colgué del nombre de Cervantes, por lo barato. Quería no tuvieran lomo, aunque a veces tienen; que no superen las cuarenta o cincuenta páginas, a todo dar sesenta. Bajo tiraje, bajos costos y apuesta fuerte de diseño que pudiera superar la baratura de la materialidad, no dejar de apostar a la calidad de presentación. Le voy introducir otra variación, los voy a achicar para adaptarme a las posibilidades del pliego que entra en una impresora digital. La vendí prácticamente al costo, para que me permitiera sacar más títulos, dos o tres títulos este año.

Cuénteme de su trabajo con los autores.

Yo siempre leo todo lo que diseño, tienes que conocer el material para el cual estás diseñando. No se puede diseñar libros en abstracto. Soy lector de siempre. No es un deber de honor profesional, es incluso por una cuestión práctica, se hace mucho más fácil cuando conoces el texto. Muchas decisiones de diseño, de portada no son porque se me ilumina la ampolleta, salen de las mismas lecturas, el texto me dice lo que tengo que hacer. Como leo, que es un deber de un editor, si uno piensa que hay algo con que pueda ser beneficiado el texto hay que decírselo al autor. Te parece, bien; no te parece, bien también. Es una ética mínima. Lo hago con mayor o menor intensidad según cómo llegue el texto, porque hay los que llegan impecables, otros que una coma, una errata. También hay noveles y los típicos proyectos, ahí entro en una labor de diálogo para cerrar, porque quieren estar más tiempo con el texto. Trátese de poesía o de cuento o de ciencias sociales, o algunos campos que no domino para nada, yo trabajo con ellos como textos.

¿Cómo es la distribución de Kultrún?

Lo normal que les entrego casi toda la edición a los autores, me quedo con ejemplares que son para regalo o a veces me invitan a ferias donde los vendo casi al costo. En algunos casos puse hartos títulos con la distribuidora de la cadena Antártica, quiero cerrar ese tema, pero no sé si podré en pandemia. Entrego en Ancud, a El gran pez, de Ricardo Tamayo, uno de los mejores libreros del sur; le entrego a veces a una librería en Castro y otra en Puerto Montt, y a un par de librerías acá; estoy en vías a tener presencia en otras independientes. He hecho venta por internet también, con Fuerza bruta, uno de los que edité de Maha Vial.

Hace muy poco falleció Maha Vial.

Unos pocos de sus amigos sabíamos que tenía cáncer. Desde antes del 2007, me parece. Estaba peleando, estaba bien a veces, muy creativa, a veces estaba agotada. Cuatro días antes de morir se sintió mal. Fue muy rápido. Te deja un vacío. En medida que pasan los días te encuentras con instancias en la cotidianidad que te la recuerdan. Nos habíamos estado juntando con Yanko y Maha, teníamos una reunión que se debería haber efectuado dos días después de su fallecimiento. Hay lugares en el centro donde la Maha paraba, a los que les gustaba ir. Yo tengo la esperanza de que haya una recuperación de su figura para adelante, porque fue una de las voces más importantes de la poesía de las mujeres en Chile. No solo por la potencia, por los temas, la profundidad, porque además su carrera literaria es una intensificación cada vez mayor a lo largo del tiempo, con una economía de medios cada vez mayor. Como instrumento de expresión se va perfeccionando. Dedicó su vida entera a la poesía con completa prescindencia de otras consideraciones, ella y Pedro. Vivieron para la literatura.

¿Cómo explicaría la fuerza literaria de Valdivia?

Hay cosas que no dan para explicación, pero sí para factores concomitantes. Viene de bien antiguo, incluso desde el tiempo de la Conquista, con cronistas como Gerónimo de Vivar. En la Colonia Valdivia tiene una crónica que es La verdad en campaña [Ediciones Kultrún, 2008] de 1782, una histórica relación de varios temas de un militar español. Camilo Henríquez era valdiviano. El cura Guarda estudia hasta el siglo XIX.

Ya en pleno siglo XX, José Santos González Vera vivió en Valdivia, como dos o tres años asustado y escondido de los detectives, escribió para el Correo de Valdivia. Cuando era muchacho tiene como cuarenta páginas que son notables como visión sociológica de la ciudad, y otras veinte o treinta de Temuco que también son notables, que parecen escritas ahora. Después aparece la Universidad Austral con su primer secretario Fernando Santiván.

En los años del Chicho estuvo Trilce, un grupo literario de Omar Lara, vinculado, nacido al alero de la Universidad Austral. Con el Golpe ese panorama cambia, sin embargo sigue habiendo un fuerte movimiento.. Una exposición le costó el autoexilio a Walter Hoefler. De alguna manera la producción literaria sigue con independencia de las instituciones que la apoyen. Se da más bien fuera de la universidad. Al margen de la universidad, contra la universidad.

Hay una marca interdisciplinaria también. En la primera época de Schwenke & Nilo, Clemente Riedemann creó algunas canciones y en los conciertos había exposiciones de arte. No son actividades encerradas en el propio campo. Y aquí volvemos al taller de teatro.

Foto cedida por el autor

Los preferidos del catálogo

Obras completas (2013), Jorge Torres

«Fue un esfuerzo muy grande, estuve persiguiendo siete u ocho años la obra completa de Jorge Torres, incluyendo los pocos inéditos que pudimos encontrar con la Antonia, su hija. Viene incluso en un cd los discos que grabó. Para Poemas encontrados y otros pretextos hice una reedición casi facsimilar, es el experimento más extremo que conozco en la poesía chilena. El autor calla casi completamente para dejar que otros hablen a través de él. Está compuesto de avisos económicos, diarios, publicidades, documentos. Hay un solo texto al principio, que en realidad es un poema, algunos títulos, comentarios, que no es ni el 2% de lo que hay en el libro. A Jorge le edité dos o tres libros. No fue un trabajo difícil porque no era una obra tan larga. No había que hacerle nada porque era era un tipo muy cuidadoso en la elaboración de sus trabajos».

Hai Kur Mamasu Shis (Quiero contarte un cuento) (2008), de Cristina Zarraga, con ilustraciones de Jimena Saiter

«El que hice para una descendiente de yaganes. Es una recopilación de leyendas yaganes, que las oyó del audio de su tía, de la Cristina Calderón, la última hablante propiamente de la lengua yagán. Cada una de las leyendas está ilustrada por grabados en madera de una ex alumna».

La iglesia en Chiloé (1985), de Mariana Matthews

«Reúne doce láminas fotográficas, cuando nadie daba un huevo por las iglesias chilotas o por la arquitectura del sur. También de ella, Fragmentos de una memoria 1850-2000 (2001), que es un trabajo historiográfico de la fotografía en el sur de Chile».

Alto Volta (2007), de Yanko González

«Los libros de Yanko González, porque son ejemplares en el diálogo íntimo con el autor. Él tiene una idea muy clara, aunque a veces brumosa de cómo debe ser el objeto, el tipo de diseño. Es bien desafiante trabajar con libros de él, te obliga a buscar una versión de lo que te están encargando como libro. Alto Volta me significó como dos o tres semanas de darme más vueltas que un perro para acostarse, pensando en cómo resolver una portada, porque Yanko quería una portada llena de carnet de identidad casi indistinguibles, y no sabía cómo resolverlo. Eran trozos de papel, de documentación, muy reducidos. Un patrón del fondo. En el verano me encontré en la U con estos paneles abandonados de estudiantes donde pegan letreros, solo los restos que quedaban pegados a los corchetes. Era exactamente la textura. Hice varias fotografías con una cámara de alta resolución. Fui haciendo un collage con eso, para empatar los colores».

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