Por muchos años acostumbramos a consumir traducciones importadas, pero de un tiempo a esta parte la edición independiente chilena está modificando nuestra forma de leer. En catálogos como los de Cuadro de Tiza y Librosdementira la traducción ocupa un rol fundamental. La experiencia cardinal está en el traductor, quien muchas veces es también escritor o editor. Compilamos prácticas de distintas generaciones y géneros literarios.
Verónica Zondek: ni ahí con los gilipollas
Un hito para traducción en edición independiente fue “Bajo el volcán”, editorial que publicó una mítica colección de tres libros en los años noventa. Zondek, también destacada poeta, se encargó de traducir al poeta santaluciano Derek Walcott. En estos últimos años tradujo desde Valdivia a Anne Carson-próxima a visitar Chile, hoy publicada por Alquimia en la versión de Soledad Marambio- y Anne Sexton, versión disponible en La calabaza del diablo (“El bebé de la muerte”, 2014). Sus traducciones han aparecido también en México y Argentina.
¿Cómo era traducir en Chile en los noventa?
Era bien complejo en realidad, porque la traducción en Chile era inexistente. Antes hubo las cosas que hacía Armando Uribe, Jorge Teillier, pero durante los setenta y los ochenta no se tradujo nada que yo sepa. La colección que sacamos tenía a Rimbaud, a Walcott y Bukowski, circuló de mano en mano en las librerías, no había distribuidores. Me acuerdo haberlas ido a dejar. No era solo traducir, sino ir a ver las cosas en la imprenta para que no tuvieran errores. Hicimos pocos ejemplares, trescientos, quinientos, no creo que más.
¿Cómo ha sido la experiencia de publicar traducciones en otros países?
Eso se va ampliando con las redes de traductores que uno va conociendo y que te abren estas puertas. Uno no sabe cómo negociar. El libro que salió en Trilce (México) de la Anne Carson fue cuando acá a nadie le interesaba. Yo estaba en la FILSA -no sé qué hacía allí- y conversando de otras cosas con escritores mexicanos amigos míos coincidimos con la editora, ella se interesó y dijo genial, hagámoslo. Tomó un tiempo larguísimo, ella hizo gestión en instituciones y yo me gané una beca para traducir en Canadá, pero firmamos contrato, eso fue interesante porque pude darme cuenta que en la traducción puede entrar algo de dinero, aunque en realidad es lento. Hay una idea que la traducción es un pasatiempo y la verdad es que es que me gusta tanto como leer y escribir y absorbe mucho tiempo. Hay países que tienen pago para la gente que traduce literatura del país. El Fondo de traducción del Fondo del Libro es bastante acotado, no alcanza, y tienes que tener un compromiso anterior con una editorial, tienen que confiar mucho en ti, tener mucha trayectoria. La traducción es una pasión y un oficio, y debería tener un pago digno.
¿Cómo eliges a quién traducir? Tanto Walcott, Carson y Sexton no eran tan conocidos cuando trabajaste con ellos.
No ando buscando a quién traducir, me topo. Leo algo que me entrega un mundo desconocido y siento que tengo que traducirlo para llegar al final de ese texto, sobre todo cuando encuentro traducciones que no me gustan. Lo que hallé de Walcott en castellano lo encontré malo, igual que lo de Gottfried Benn. Lo que traducían las antologías de Sexton en aquella época tenía una resonancia dentro de un cierto esquema de consumo poético, era bastante irregular su escritura porque escribía por órdenes del siquiatra; tiene cosas que son realmente grandes poemas y otros que son terapéuticos, que a mí no me interesan. Cuando traduzco algo es porque quiero leerlo en profundidad, entender todos sus niveles, porque me alimenta. Cuando uno se mete con autores de otra lengua, uno enriquece la propia con nuevas miradas, nuevas formas de instalarse en el lenguaje y en el mundo.
¿Cuán personal es la traducción?
La traducción es siempre una lectura personal, por eso las traducciones son complementarias. Una traducción no rechaza a otra, cada traductor le coloca de su mundo, de su lenguaje. Es lo mismo que cuando escribes un poema, lo haces desde el mundo que tú habitas, desde dónde tú estés parada, una traducción es eso también. Puedes traducir hoy un libro y 15 años después traducirlo otra vez, y es un mundo distinto, porque viviste 15 años más y adquiriste otras percepciones, conocimientos, quizá los traduces de otra manera, o te habla de intereses que tienes en ese minuto y te vas por otro lado.
¿Qué opinas de la traducción hoy en Chile?
Ha cambiado mucho, hay mucha gente joven traduciendo, es posible conversar con otros de los problemas de traducción. En el trabajo que hicimos con Enrique Winter y Rodrigo Olavarría de Emily Dickinson, libro que sale en septiembre en la Universidad de Valparaíso, cada uno hizo sus treinta poemas en la misma soledad de siempre, con sus libros, la pantalla y el diccionario, pero después nos juntamos con Enrique en Valdivia y los tres por Skype. Eso es muy interesante, porque te genera una apertura de interpretaciones, un ir y venir de ideas, de comprensión de las estructuras de los poemas, que no te lo da traducir sola.
¿Qué opinas del tema de los derechos? ¿Complica el tema de las traducciones?
Yo creo que los derechos deberían ser siempre conversables, las grandes casas editoriales españolas compran los derechos para toda la lengua, cosa que es un horror. Una traducción española suele tirarte para fuera porque te genera muchos ruidos. Las traducciones son complementarias, deberíamos todos poder hacer traducciones. A un argentino seguramente le cuesta leer la chilena, y al chileno le cuesta leer la argentina, pero ya ni tanto, porque las cosas dan más vueltas entre latinoamericanos, tenemos un pozo de lenguaje común aunque hay algunas cosas que nos sacan, como el voseo. A la Sexton que se publicó en Argentina no le pusimos voseo, pero sí tuve que adaptar ciertas cosas que acá en Chile entraban natural, y allá producían ruido, sin embargo, cuando esto iba a salir en España, a pesar de que había firmado contrato, me exigieron meter palabras como gilipollas, que puede ser un estúpido y lo entendemos todos, pero no puedo poner gilipollas, entonces no hubo acuerdo y hasta ahí llegamos. Hay cosas que son colonialismo verbal, imperialismo a esta altura.
Claudio Gaete: el capital y el lenguaje
El poeta Claudio Gaete es un sujeto excéntrico para la literatura chilena. Después de ganar el Premio Municipal de Literatura con “El cementerio de los disidentes” (Temple, 2005), viajó a Europa, donde en lugar de entregarse al centro literario, comenzó a indagar en poéticas de países del tercer mundo que resultaban cercanas allá. De vuelta, trajo una autoedición del ya inhallable “Relaciones”(sin fecha de impresión), en los que un puñado de nombres muy poco conocidos en Chile, son versionados al español. Hoy en Valdivia, reinventado como profesor de francés, planea traducciones junto a ex alumnos haitianos.
¿Por qué hay tradiciones literarias que no visitamos en traducciones en Chile?
Son muchas las tradiciones poéticas, innumerables, nosotros tenemos relación con algunas, fundamentalmente las de lenguas vehiculares americanas, el inglés, el francés y el portugués. Desde Chile podríamos abrir relación, por ejemplo, con las literaturas africanas, aunque estén en inglés o francés, pero es mínima, como con la literatura en lengua árabe o lenguas asiáticas, que casi no existe. La relación que podemos tener con otras tradiciones literarias responde a nuestra historia. Por ejemplo, si pensamos en las traducciones de literatura en lengua inglesa, particularmente literatura estadounidense durante el último cuarto de siglo, me parece que hay una relación entre la americanización de la sociedad chilena y el hecho que se haya privilegiado esa literatura, aun cuando se haya traducido autores necesarios e importantes. Si nuestra relación cultural y literaria con el campo literario africano es mínima, habría que preguntarse si nuestra relación política y económica es en algún grado significativa, y seguramente vamos a encontrar que no. No es que haya determinismo entre esas distintas dimensiones, pero queda ahí una correlación de nuestra distancia en todo tipo de relaciones. Aunque si uno lo ve por ahí, yo me hago la pregunta de por qué en el caso de China no ocurre del mismo modo, o sea, podemos comprarles tecnología y cuanta cosa a los chinos, pero sigue casi sin construirse, por nuestra parte, un conocimiento de primera mano de su literatura. Es mínima la relación, salvo algunos casos anecdóticos como Pablo de Rokha o Gonzalo Rojas, que anduvieron por allá, pero que no significó una entrada a esa literatura.
¿Cuál sientes que es el aporte de las tradiciones que tú has traducido que aquí no se frecuentan?
He traducido algunos autores caribeños, africanos, europeos y últimamente una gran poeta estadounidense. Aportaciones muchas, yo creo que la autonomía de una literatura chilena tiene que ver con la capacidad de relacionarse de forma autónoma con las literaturas del mundo, y en ese sentido nuestra relación con ellas es de segunda mano, fundamentalmente las leemos en traducciones españolas, y quizá en menor medida mexicanas y argentinas. Plantearse las preguntas por las aportaciones, lo nuevo, lo heterogéneo que suponen las literaturas del mundo es una pregunta vastísima. Inabarcable. Además que uno podría intentar resumirla a través de campos literarios, pero aun así, si uno hablara, por ejemplo, de la literatura caribeña, sería muy al bulto, hablar de todo el campo de la literatura caribeña y atribuirle dos o tres o un puñado de características esenciales, porque hay que ir viendo escritor a escritor, obra por obra. Para poder tomarla por alguna parte hay que partir por lo concreto. Si pienso en Édouard Glissant, el poeta-filósofo martiniqueño, algo que a mí me apasiona en su obra, si la contrasto con la tradición chilena es ese entrevero de poesía, pensamiento y relato, es decir de canto, cuento y concepto, que no es tan común en nuestra literatura. Observo acá una tendencia, casi diría antiintelectual, muchos de los escritores principales de la tradición chilena no cultivaron tanto el ensayo, y si lo cultivaron lo hicieron de una forma más marginal o puntual. Piensa, en cambio, en la obra ensayística de Paz, Borges o Carpentier. En realidad tenemos que compartir más nuestras lecturas, qué leemos y cómo lo leemos. Está bien irse en la anecdótica y por supuesto que son generosos los comentarios superlativos, pero nos hace falta entrar más en materia. Menos juicio y más juego, la música, ponte tú, no se ejecuta, se toca y se juega. Menos cóndor y más huemul.
Pareces traducir sin ninguna premura.
Para traducir hay que leer muy pero muy atentamente, porque como la traducción literal no existe, hay que recrear. Y eso implica, de hecho, que con leer minuciosamente no basta. Tampoco basta conocer bien la lengua que vas a traducir, por supuesto que es indispensable, pero luego tienes que hacer que el poema o relato o ensayo suceda en castellano. Hay casos, eso sí, en los que quien traduce no entiende bien lo que lee y sin embargo, con ayuda de otros, ha podido llegar a un resultado interesante. Pero por esa vía se corre un riesgo de sordera. No, yo creo que hay poder ver el prisma en todos sus ángulos, aunque eso, claro, es finalmente una utopía. Hay que intentarlo. Y hay que macerarlo. En cualquier caso, por buena que sea la traducción, no existe la traducción última. Como ocurre con la noche y el día, la traducción participa de la poesía, es decir, la poesía está hecha de poesía y de traducción. La traslatio y la relatio son hermanas, trasladar y devolver, digresión y regreso. Es preciso traducir como si lo que estás escribiendo fuera tuyo, no para apropiártelo sino porque esa es la única posibilidad de que la traducción respire. Eso hacemos, ¿no?, traducirnos de la muerte a la vida.
Claudio Castañeda: Culiando con Bukowski
Uno de los autores más icónicos del siglo XX es Charles Bukowski, que contando historias de los white trash / basura blanca reveló un mundo oculto de la comercialización de la vida americana. Por décadas los lectores de Bukowski chocaron con las murallas de las traducciones españolas, llenas de localismos indigeribles. Unos años antes, en antologías argentinas ya habían construido su Bukowski, y Claudio Castañeda lo hizo por nosotros en traducciones chilenas e ilustradas. Sus versiones se pueden visitar en: https://culiandoconbukowski.wordpress.com/, y consideran un arco de trabajo desde 2011 hasta el 2016.
Hay traductores latinoamericanos que dicen traducir para su gente. Con “Culiando con Bukowski” pasa algo similar. ¿Para quién traduces tú?
En el caso del Bukowski la decisión fue una traducción chilenizada, la idea era generar una equivalencia entre el habla baja bukowskiana y el habla baja chilena. Entonces está la intención directa de limitar el espacio de la traducción a mis compatriotas. Es anti español de España, esa fue la primera decisión, y la segunda, es que no era un español neutro latinoamericano. El chileno tiene una mayor similitud de conceptos con el slang gringo y se podría adaptar.
¿Qué te pasaba con las traducciones españolas?
Yo soy obsesivo con las lecturas, entonces empecé a leerlo en español porque es más difícil conseguir los libros de Bukowski en inglés, y me incomodaba mucho leerlo, lo encontraba bastardo, lo encontraba ajeno. Me conseguí los libros en inglés, poesía, porque novela requería más tiempo, en poesía podía ir flexionando algunas cosas e ir avanzando. Fue una decisión racional, pero sobre todo fue el disgusto, el asco de la lectura en español, tan castellana. Me molestaba demasiado. Aparte me pasaba algo con “Bonsai”; Zambra a propósito justifica la inclusión del verbo follar, yo entendía por qué, pero el botón del cojín, el punto de la urdimbre, era la palabra culiar, no era la palabra follar, era el verbo to fuck, a partir de eso se deslindaba todo lo demás. Entiendo que el culiar suena mucho más fuerte que el verbo follar, porque suena elegante tal vez, pero quería que estuviera al medio de lo que podía significar la traducción. Zambra encuentra que culiar es una palabra desagradable.
¿Cuáles son los costos de hacer una traducción chilena?
Tito Manfred me mandó una crítica que alguien hizo sobre “Culiando con Bukowski”, que decía que no había leído la comparación entre las traducciones y los originales y que el carácter de la literatura es su internacionalización, su comunión entre los lectores, y que de alguna forma, acotar los lectores al rango chileno era algo casi provinciano, opuesto al cosmopolitismo de la literatura. Yo creo que la respuesta va por ahí, efectivamente lo que se hace es limitar. A mí no me molesta la limitación, me agrada esa dificultad y que el español tenga matices, es como cuando Borges habla del “Martín Fierro”, ejemplifica seis versos, dice que son difíciles de traducir. Es una decisión práctica, quien quiera que sea su público. En ese caso en particular, yo sabía que escribía para determinadas personas, no tengo jefe ni tengo pretensiones largas de difusión, daba lo mismo. Igual el libro tuvo difusión en Buenos Aires y Lima y se veía y se compartía. Igual traduje de C.A. Conrad para Jamspter.cl, y en este caso la hice con un español más neutro. Ahí por ejemplo el slang era complejo, era elegir entre poner zorra o coño o chocho. Ahí elegí consultando la opción la más amplia posible, por la amplitud de lectores.
¿Qué traduces ahora?
Anders Carlson – Wee, el huevón es blanco y ocupa estructuras de lenguaje de habla negra, básicamente utiliza los plurales y el pronombre en singular. En español la única conversión posible sería en “Tú soy”, pero no está en esa forma, estoy buscando la traducción. Habla negra, que acá sería traducirlo en habla flaite.
Jorge Núñez Riquelme: representar en el lenguaje los códigos de un público objetivo
Los Libros de la Mujer Rota es un faro de nuevas escrituras en habla inglesa. Juliet Escoria, Megan Boyle, Kathy Acker-incluida en Libres Creadores, traducida por Matías Fleischmann-, Noah Cicero y Tao Lin no eran nombres comunes en nuestras librerías. Cicero y Lin fueron traducidos por Núñez Riquelme, también editor de este proyecto, junto a la destacada narradora Claudia Apablaza.
¿Cómo se asume el riesgo de hacer traducciones muy recientes?
Nosotros estamos apelando en autores nacionales e internacionales a lo más contemporáneos posible. Se asume un riego porque no están validados por los años, pero el mismo registro tiene la misma validación en el hoy. El criterio editorial que tenemos, tiene que ver en cierto grado, con ocupar chilenismos, en Tao Lin hay cierto slang contextualizado, también en Cicero y Boyle; como lo hacen también los argentinos, nos la jugamos por una nueva propuesta editorial.
¿Para quién traducen?
Se traduce para un público chileno, solo con Kathy Acker tuvimos más cuidado por la repercusión que podría tener en el extranjero. Nuestra misión como editorial es que tanto los autores nacionales como los internacionales se adecúen a nuestro público objetivo, que está entre los veintitantos y cuarentaitantos, y que maneja ciertos modismos. Hay un sesgo que a otra gente no le va a gustar, como una vez me dijo una persona de sesenta años, es muy informal la traducción; otra gente de veintitantos me dijo que estaba muy buena, es un libro que les gustaba leer, se sentían representados en el lenguaje.
¿Cómo detectan estos nombres de la literatura en lengua inglesa?
Hacemos un trabajo de investigación con editoriales afines a nuestra línea editorial, que hacen referencia a algo similar a lo que hacemos nosotros, estar en el hilo de lo contemporáneo y que están en la misma búsqueda. Tenemos la ventaja que Matías Fleischmann, Claudia Apablaza y yo tenemos un nivel de inglés que nos permite indagar, tenemos esa ventaja.
¿Cuál es tu opinión del nivel de la traducción en Chile, en edición independiente en particular?
Me parece que gracias al Fondo de traducción del Fondo del Libro ha ido aumentando. Siempre chilenos han traducido, pero me parece que con este nuevo fomento las editoriales se están atreviendo más y me parece muy bueno, porque efectivamente hacer traducciones es un gasto extra más, que no está contemplado en editoriales pequeñas. Pero ahora hay un boom por traducir cosas que antes solo estaban en traducciones al español de España. Estamos muy lejos de Argentina, que tiene una tradición de traducción muy larga, pero vamos por un buen camino. Antes había pocos nombres en la traducción y ahora cada vez hay más.
¿Qué crees tú que activan y problematizan esas lecturas que ustedes han elegido?
En el caso de Tao Lin había sido publicado en Alpha Decay, y los libros de Alpha Decay cuestan más de 20 mil pesos en Chile, entonces probablemente había interesados por Tao Lin que lo hojeaban y lo leían en PDF. Nosotros como editorial tenemos una política de tener los libros a un precio accesible, el más caro cuesta catorce mil pesos porque es grueso. En ese sentido, el acercamiento con el público es bueno, el libro de Tao Lin está a 8 mil. Nos fue bien con ese libro porque responde a un concepto de vida actual, la ansiedad, quizá ciertas conductas de drogadicción, problematizar la calle, los suburbios, de una manera contemporánea.
¿Han pensado en hacer búsquedas en otros idiomas?
Idealmente sí, de hecho hay un par de traducciones que están al ruso, estamos en conversaciones. Queremos que no sea solo inglés, sino también ruso, italiano y francés.