Ruina es la síntesis de una obsesión. Es la búsqueda por el bosque maulino, por las fotografías de otros lugares, por los libros leídos y las películas vistas. «La idea: pensar un territorio desde sus ruinas», escribe.
Jonnathan Opazo nació en San Javier en 1990. Es autor en poesía de Junkopia (Bifurcaciones, 2016, en coautoría con Rodrigo Miranda), Cangrejos (Inubicalistas, plaquette, 2017; Gramaje 2018), Cian (Cuadro de Tiza, 2019), Baja fidelidad (Jámpster e-books, plaquette, 2017; Aparte, 2019). Es coautor de la investigación Espacio vivido. Poblaciones obreras en Talca (Ediciones UCM, 2019), junto a Verónica Tapia y Paz Ahumada. Movimiento de traslación (Aparte, 2020) es una selección de sus crónicas. Su último libro es Ruina (Bifurcaciones, 2021). ¿Contaste bien? Además escribió con regularidad en los sitios web Lo que leímos y Culto de La Tercera. Ha escrito también en La Segunda, Revista Dossier, Medio Rural, Paniko y La raza cómica. Premio Roberto Bolaño 2016.
El misterio inicial del productivo joven autor del Maule.
Mi relación con la literatura parte con la poesía. A medida que fui escribiendo y publicando empezó en mí la preocupación de qué es lo que hace un poema, de qué es lo que puede hacer. Es una mezcla de ingenuidad y pretensión que uno no sabe muy bien si se desborda o no. Mi relación es afectiva con la poesía. Mi escuela son los poetas chilenos. Enrique Lihn, Jorge Teillier, Gabriela Mistral y una cachá de otros que no se me vienen a la cabeza de inmediato. Aunque sea un cliché, cuando te encontrai con Bolaño, que ama tan profundamente a los poetas chilenos, te contagia ese amor también. Lo que te permite la poesía es estar siempre pendiente del lenguaje. Es como la típica muletilla de poeta. Hay un tema con la intensidad de las palabras. La crónica es una excusa. Trabajo de espalda a los hechos porque me interesan más las palabras. Eso tiene que ver con la lectura de poetas.
Fue super azaroso igual. Como muchos cabros que escriben, hay varios años de ensayo y error entremedio, harta escritura que se perdió, intentos super cursis. Igual yo venía vinculándome con cierto mundo literario a partir de Lo que leímos. Estuvimos harto tiempo haciendo entrevistas; era una locura, no sé cómo nos daba la cabeza pero hubo un año que entrevistamos a un escritor todas las semanas, por lo menos dos entrevistas al mes, a puro pulso, a puro ñeque.
Cómo se forma una obsesión. Desde Junkopia viene la Ruina: «Una pequeña construye/una muñeca con restos/ de alambre, papas podridas,/ fierros y telas».
No sé si lo tengo tan claro. Sí puedo decir que desde Junkopia, el primer libro, encontré en la observación del paisaje, en una forma de describir el paisaje, una cierta forma que me hace sentir cómodo, porque escapaba de los registros del yo, ya sea en la escritura poética o de prosa. Siento que ahí empieza a existir esta obsesión más que con la ruina, con los paisajes. Por otro lado, estas raíces comunes con gente que se crió en los noventa igual, mucha de la cultura pop que estaba en esa época me hace sentido ahora. Ver en la tele a Akira o Evangelion, por ejemplo; los japoneses tienen una obsesión brígida con la destrucción de las ciudades. Hay algo de eso un poco. Y también diría que hay un tema con la muerte, de aproximarse literariamente a esa frontera tan compleja, esa inquietud me pega fuerte y me interesa el registro de esa zona límite.
Abrirse camino desde allá.
La dinámica del concurso la encuentro cómoda igual, ese juego de constantemente enviar poemas, pero todo parte porque el 2014 unos poemas de Junkopia ganaron un concurso de la Revista Grifo de la UDP. Más que por el premio, porque a veces hay premios interesantes y otros simbólicos, los mandé porque en el jurado estaba la Elvira Hernández y Leonardo Sanhueza [quien escribe la contratapa de Junkopia], dos escritores que me interesan mucho, sobre todo la Elvira. Y de Leo Sanhueza me interesa su perfil como de maestro chasquilla de la escritura, que se mueve en diferentes registros. Cuando yo estudié sociología acá en el Maule, los editores de Bifurcaciones eran profes en la facultad, y teníamos una relación cercana con Ricardo Green, Diego Campos -que después se retiró de la revista- y Tomás Errázuriz, enganchamos muy bien. Esa carrera, cuando yo entré, recién se había abierto, éramos como veinte locos, era muy chiquitita. Había un intento para que la relación fuera super horizontal en la medida de lo posible. Entonces los profes eran como «cabros vamos a tomar chela, a tomar café, vamos a caminar», que es una hueá super interesante, y ahí hice buenas migas y empezamos a cambiar libros y películas.
Junkopia.
A Ricardo le comenté que gané, y tuve el chispazo: estos poemas igual están buenos, me siento cómodo y quiero hacer un libro pero quiero hacer un libro objeto, con imágenes. Por ahí tenía una experiencia previa con Rodrigo, que es la persona que se hace cargo de las imágenes del libro, y que está muy vinculado a la música noise. Procesaba imágenes con software de audio. Era una cuestión muy extraña, un libro donde las imágenes no fueran descriptivas sino que fuera una extensión de lo que considerábamos Junkopia, este paisaje destruido, que además es un documental de Chris Marker. Y a estos hueones les gustó la idea, «queremos publicarte ese libro». Y fue como, chucha, la hueá bacán. La hueá cayó del cielo, cachai, y ahí empieza todo el hueveo. Sale Junkopia. Piola.
Cangrejos.
Después que terminé Junkopia, me tocó muy de cerca la muerte de un familiar de una ex pareja, el tipo murió de cáncer. Ver morir a alguien de manera tan rápida, me dejó en shock un poco, y lo vinculé con ciertas lecturas, como el Diario de muerte de Enrique Lihn, que para mí es capital. Ese libro estaba ahí guardado, y de repente apareció Eduardo Farías [el editor de Gramaje]; él una vez hizo una convocatoria para la publicación de libros, y la típica hueá que pasa que te llega un correo dos años después, cuando a ti ya se te había olvidado. «Oye, ¿todavía querís publicar?»
Biblioteca Jonnathan Opazo.
Y de repente todo se fue por un tubo, pero suena super cuático eso de que son varios libros publicados y todo, pero si lo pensai son libros de poesía en general cortos. Me gusta mucho la mecánica de trabajo airiana, agarrar una idea pequeña y darle vida, cachai, y hacer una maquinita, que no siempre funciona por supuesto. En algún momento me lo dijeron («es que has publicado mucho»), pero es que los procesos de escritura tienen ritmos que uno no maneja a veces creo yo. Tampoco me interesa la idea de gestionar una carrera de escritura, si tengo cuatro libros de poesía publicados, puta, se dio así, tenías esas ideas, estaba más chico también, estaba en la U, entonces tenía mucho tiempo libre y me pasaba tomando apuntes, leyendo, glosando.
La cita.
Para mí la escritura es una forma de glosa, de glosar otras lecturas. Soy reacio al genio de la escritura. Es una lectura expansiva, los libros, la literatura te lleva a lugares super raros a veces. Me gusta la idea del hallazgo. Posibilita a un lector, porque también pienso en mi experiencia lectora; te abre campos de posibilidad para leer otras cosas. Eso es interesante. También me gusta el enlazamiento fortuito de citas que no tienen mucho que ver, se generan cosas inesperadas en ese procedimiento, medio de cadáver exquisito sin surrealismo. Soy lector de escritores muy buenos para citar, como Pascal Quignard y Martín Cerda. En general en el ensayo y en la crónica la cita funciona bien. Es un gesto que se hace hacia sus lecturas. Transformas tu escritura en un gabinete de curiosidades, porque en Ruina la cita no cumple una función de autoridad. No cito para decir que este autor dice esto y por lo tanto esto es así, sino en una especie de diálogo que tenga una riqueza que pueda aportar a tu texto, cachai. Eso es lo que me interesa de la cita como dispositivo.
Escribir en medios, de reojo a las compilaciones.
Me gusta la dinámica no de prensa, porque no escribo en prensa, sino la dinámica de la escritura de crónica en revistas digitales. Hay caleta de revistas digitales y a veces me invitan a escribir y me gusta eso, cachai, soy poco asiduo a los proyectos grandes. En el caso de la crónica es así como circunstancial, hay varios textos que dejé fuera por pudor pero que están ahí, y si en algún momento me invitan a escribir más crónicas tengo materiales ahí todavía. No sé si pienso en una obra, me gusta harto la idea de la obra dispersa. También llega un momento en que te invitan a escribir textos y los escribís y después los podís revisitar o no, y ya está. No hay una ambición tan grande y eso es como un alivio, porque le resta cierta ceremoniosidad a la escritura, que la hace más libre también como formato. Me gusta la actitud del cronista en general, que es mucho más desenfadada a pesar de que, como decía Walsh, hasta la nota más pequeña de un periódico tiene que estar bien escrita. Hay una libertad que es re interesante, que no es la de la novela, aunque también depende de como uno entienda una novela también. Quizá más que una obra en curso hay un apunte de ideas de cosas que me interesan literariamente, pero también políticamente.
Cumpeo.
Uno de los temas que me interesa harto es lo extraño de este territorio en que vivo. La crónica de Cumpeo y Condorito, puta, es como que de repente me di cuenta que todo este rollo identitario al final es un puro simulacro, una cáscara vacía. Hay que dar cuenta de esos simulacros de esta región y la crónica lo permite hacerlo.
Volver al blog: La cita de una cita.
De repente estoy buscando algo y me acuerdo que lo tengo en el blog, y como lo tengo clasificado, es muy fácil encontrar ciertas cosas. De alguna forma se ha ido convirtiendo en mi repositorio de lecturas. En principio fue involuntario, era coleccionar cosas que me interesaban y ahora me sirve. Es una libreta digital. Soy muy malo para llevar cuadernos, se me pierden muy rápido, es más seguro para mí. Aunque si se cae WordPress, pierdo todas esas hueás. No lo había pensado. Así es la vida.
Una trilogía poética de la destrucción.
En los proyectos de poesía, me gusta un poco la idea de una trilogía de la destrucción. Junkopia es una ciudad destruida, Cangrejos es un cuerpo destruido, y Baja fidelidad es sobre la disolución del sonido y de los materiales que albergan el sonido. Los cassette, los cd que se rompen y se pierde algo y también está la voz, que es una cuestión muy etérea.
Diferencias entre ediciones regionales vs capitalinas.
Mira, yo creo que existen diferencias solo en el caso de Bifurcaciones. El Ricardo y el Tomás tienen el interés de pensar ciertos espacios que no están pensados, en el sentido que es interesante tener una obra que describa un territorio más allá que Junkopia. No es Talca o San Javier, es un lugar devastado, postindustrial, a medio paso de cualquier cosa. En ellos hay un sello de dar cuenta de las transformaciones y posibilidades que un territorio te abre. En los libros de poesía no, [a los editores] no les importa tanto. Igual buen trato, obviamente. Pero en Bifurcaciones el diálogo con el territorio es una premisa como mínima. Esa es mi distinción. Porque quizá Bifurcaciones no es una editorial literaria, sino que está más vinculada a las ciencias sociales, al ensayo, en esas cuestiones sí importan más esas diferencias, creo, al momento de pensar un libro.
Medios de comunicación y escritura.
Es complejo. Yo pienso en Argentina. Difícilmente en un medio chileno podría haber alguien como Juan Forn o la María Moreno. Creo que los medios tradicionales entraron en una crisis brutal luego de la revuelta, aunque en realidad no tiene que ver con la revuelta, porque la crisis venía de mucho antes. La escritura literaria no se hace rentable en un momento de clickbait, la estadística que generan los clicks en las lecturas de la web. Ese mundillo está secuestrado no ya por el capitalismo, sino por las lógicas de internet. Son escrituras que sobran. Está Roberto Merino o Gonzalo Maier que siguen escribiendo en Las Últimas Noticias, por ejemplo, que son buenos escritores, pero son voces muy reducidas, cachai. Hay otros tipos que no están ahí, que me gustaría leerlos. No sé cuál es la movida para que ciertos escritores tengan un lugar en la prensa, ahí como que me pierdo un poco, solo he cachado que cada vez hay menos espacio para este tipo de cuestiones en los medios grandes. Y por eso celebro caleta la profusión de revistas que han ido saliendo, me gusta mucho lo que hace Ricardo Herrera con Revista [web]Elipsis. Es un gran escritor, me gusta mucho su obra, también me parece un muy buen ensayista, y celebro harto lo que está haciendo él. A esta altura no necesitamos los medios grandes, hay escrituras que están fructificando espontáneamente en otros lugares. Encuentro interesante también lo que están haciendo en la Revista Origami, que es de estudiantes de Literatura; ponen en práctica el ejercicio de la crítica.
Como los poetas vaticinan, y somos un país sísmico, tu pronóstico de la siguiente ruina.
Esta hueá la venimos hablando con mis amigos hace rato. Trabajé en una investigación de los barrios obreros de Talca y me llamó la atención la periodicidad de los terremotos en Chile. 1906, 1909, 1928… Yo creo, no sé, tengo la impresión que de aquí a 10 años más vamos a tener otro pencazo. No sé dónde, ha pasado harto rato y ha estado muy piola. Esta tierra en cualquier momento te saca la chucha.
Recuadro
Considerando su tiempo de escritura crítica y entrevistas a escritores y a escritoras, le pedimos que eligiera sus libros fundamentales surgidos de la literatura independiente de estos años. Elige dos «compendios de un trabajo sistemático de una literatura que está siempre como en los bordes: Arresten al santiaguino [Overol], de Mario Verdugo y Territorios invisibles [Inubicalistas], de Felipe Moncada, cada uno por su lado, con su propio tono». Ambos poetas derivaron en la prosa en estos títulos específicos.
Opazo complementa esa híbrida elección. «Me gusta mucho que hayan reeditado poetas de provincia, que salieron originalmente en tirajes muy bajos. Hasta el crecimiento exponencial de las editoriales independientes eran muy difíciles de pillar Rosabetty Muñoz [en Tácitas] o la Yeny Díaz [en Garceta y Gramaje], que es una poeta muy potente, muy bacán, o que se antologue a Ricardo Herrera [en Aparte]. Es un reflote de gente que lleva caleta de rato escribiendo en la sombra en cierta medida».