La silenciosa diáspora

Cuatro escritores y editores que viven en distintas partes del mundo cuentan cómo viven el particular momento de emergencia sanitaria mundial, en su trabajo y su forma de entender la literatura.

Contra la tendencia homogeneizadora

Mónica Ramón Ríos (Santiago, 1978) trabaja como profesora, investigadora y editora de Sangría. Como autora publicó Segundos (Sangría, 2010), Alias el Rucio (Lanzallamas, 2014 / Sangría, 2015), La marcha valpúrgica (Sangría, 2019) y Cars on fire (Open Letter, 2020), además de ser compiladora y autora en diversos libros de ensayos que abordan los temas que la ocupan desde siempre: experiencias migratorias, cine, literatura de mujeres, archivos decoloniales, objetos perdidos y sexualidad. Vive en Nueva York hace años.

—¿Por qué te fuiste?

—Hay un motivo práctico y varios motivos reales. El práctico fue que obtuve una beca en la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey, para estudiar el doctorado en español. Y luego me mudé acá por una cosa de felicidad.

La otra razón fue que había tenido una enfermedad muy grande, de la que había estado tratando de curarme por mucho tiempo y no había podido. Me mudé acá y mejoré. Entonces si bien tenía síntomas, creo que era algo más psíquico. Tú dijiste que la cosa estaba asfixiante, creo que es una buena forma de nombrarlo, pienso que el gran problema es la tendencia homogeneizadora chilena. Que persigue lo que es distinto, que no permite que haya una diversidad. Y no me refiero a cómo se desenvuelve la vida.

—¿En qué estás trabajando ahora?

—Estoy escribiendo un libro sobre intervenciones feministas en la literatura, y me parece que ese es el gran mal de la literatura chilena, que hay espacio para muy pocos, y eso se logra a través de una especie de nepotismo gerencial que ordena y mandata todo el espacio literario chileno. Sobre todo en Santiago, lo cual es decir mucho porque el otro problema de Chile es estar súper centralizado.

Es asfixiante esa cosa centralizadora, donde todos los primos están ubicados en todas las universidades, editoriales, los medios; este fue amante del otro, amigo de aquel, todo una cosa así, chiquitísima; y el que quiera entrar tiene que rendir pleitesía, o dar algo.

—¿Cómo se salva de eso el circuito en Estados Unidos?

—Hay muchos centros culturales. Nueva York es uno, pero está California, está el Mead West, está el sur, la cosa con la frontera. También la fuerza asiática, de repente aparece un vietnamita americano como Ocean Vuong y te saca una novela maravillosa. Esas cosas pasan acá porque hay muchos centros y cada uno tiene sus propias editoriales, conglomerados de distintas familias.

Por otra parte ha habido un esfuerzo, una lucha muy grande por parte de la comunidad negra, china, india, latina, y podríamos ir multiplicando, por crear sus propios focos culturales, sus propios íconos y tradiciones. Y eso ha ido creando un interés en algo que antes se llamó literatura de minorías pero que hoy está en el centro de los intereses corporativos. Yo justo saqué mi libro y tenía mucha pena porque no podría hacer la gira para presentarlo, pero vendí mucho.

(Leo a un editor de conglomerado editorial basado en Nueva York contar que las ventas bajaron apenas el 1%, y que hubo múltiples campañas de recaudación de fondos para apoyar a pequeñas librerías, algunas muy exitosas. Según varias fuentes públicas la industria en EEUU no cayó, sino que pospuso su funcionamiento de la primavera al otoño).

—¿Cómo ves el futuro de Sangría en Estados Unidos, siendo un mercado tan grande y diverso como lo que describís?

— Nosotros a los autores no le podemos ofrecer lo que les ofrecemos en Chile simplemente porque aquí es diferente, está realmente profesionalizado. Después de publicar cuatro libros, con el esfuerzo tan grande que implica traducir (los libros son bilingües) y no cumplir las expectativas para con los autores decidimos dejar de publicar acá.

—¿En qué sentido conocer otros editores implicó esa decisión?

—Es que acá hay un nivel de especificidad muy grande. Un escritor no trabaja como editor. Mi editor, por ejemplo, se dedica íntegramente a editar. Él trabaja con un modelo sin fines de lucro, entonces se consigue fondos con universidades u organismos públicos para publicar. Solo se dedica a la editorial, a editar, a hacerla más grande, a contratar personas.

Con la pandemia dijimos no, nosotros somos escritores, y eso acá tiene que tener una dedicación absoluta, Sangría debe seguir funcionando en Chile.

Un chasqui continental

Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983) ha publicado once libros entre novela, ensayo y poesía, todos con más de una edición en más de un país (Chile, Perú, México y Bolivia). Como editor del sello Cinosargo lleva más de noventa títulos publicados que van de la novela al fanzine, pasando por cuentos, ensayos y poemas. Vive en León hace cinco años.

—¿Cómo es vivir la pandemia en México?

—Acá la cosa está grave. La vacunación va lenta y los índices de personas enfermas siguen aumentando. Nosotros sin salir.

—¿En qué contexto profesional te agarró?

—Teníamos un circuito más o menos establecido para la parte editorial: las ferias como El Zócalo o Guadalajara y también una red de editoriales de acá del Estado de Guanajuato de la que formamos parte. Y pues nos pilló justo en ese momento, fines del 2019, cuando se lanzaban muchos proyectos, en términos de presentación principalmente, que tuvimos que posponer. Y virar hacia lo digital.

—¿Por qué te decidiste por el sistema de impresión bajo demanda?

—Primero por necesidad. El grueso de nuestro tiraje se va en librerías, ferias y en las presentaciones. Entonces un poco para paliar el hecho de que todo esto se estaba posponiendo decidimos trabajar con una distribuidora que tiene este sistema, que te permite ingresar a librerías como Gandhi o Sanborns, que son cadenas. Ellos se quedan con un porcentaje pero se encargan de la impresión y el envío. Lo principal en un país tan grande como este es la posibilidad de que alguien te compre un libro en Tijuana o en Chiapas, que son dos extremos de norte y sur, y les pueda llegar sin problemas.

—Como autor y editor ¿qué diferencias encontraste al llegar a México?

—Lo que veo principalmente es que hay ciertos mecanismos que se replican en todos lados. Hay zonas que también son pueblos abandonados. Lugares que tienen una gran literatura pero hay que estar escarbando, tienes que ir en presencia y hacer los contactos por tu cuenta porque no hay editoriales, o no hay espacios, no está la infraestructura cultural necesaria. Ahora, lo interesante de México es que es un país federal y hay algunos estados que aunque no tengan la tradición de lugares como Ciudad de México o Guadalajara, igual son estados muy pujantes. Entonces hay focos muy independientes y que funcionan muy bien. Eso es súper interesante y yo en Chile no lo veía. Cuando trabajaba en Arica tenía que remar para conectar con Santiago u otra ciudad grande porque no nos daban los fondos. Y además muy rápidamente agotabas la escena porque te terminabas leyendo y cruzando siempre con las mismas personas y eso le hace muy mal a tu propia literatura.

—¿Y específicamente en términos de industria editorial?

—Es otro mundo. Para mí Guadalajara, luego de ir todos los años y conocer de cerca ese momento que es la FIL Guadalajara, creo que no hay nada comparable allá, quizá si sumamos Buenos Aires a Santiago. Pero lo dudo, creo que tendríamos que sumar todos los esfuerzos en términos de ferias e industria para igualar ese monstruo que es la FIL Guadalajara. Es inmenso. Ahí es cuando tú dices esto es como las ligas mayores. Y no es que eso te haga sentir bien como escritor necesariamente, ni como gestor, sino que te pone en una situación de crisis porque sí hay muchos elementos que escapan un poco a la idea que uno tiene de la literatura.

—Como autor habrá sido interesante estar obligado a pensar frente a esas dimensiones.

—Sí, te afecta. Este país es diez veces lo que uno imagina. Pero también te deja pensando en qué autor quieres ser. Estar frente a esas ligas, verte en una fiesta en Guadalajara como a las tres de la mañana y dices no, yo no quiero estar acá, me voy a mi casa a escribir o a leer.

Romper el confinamiento de vivir en un pueblo costero

Imbunche Ediciones inició su catálogo en la costera ciudad de Concón en 2014. Publicando libros de ciencia ficción en libros cuidados y prolijos, se hizo un lugar en los mesones de las ferias de Valparaíso con otras editoriales pequeñas, sobrias y de calidad, que marcan la diferencia en la región. Hablamos con su editora, Macarena Cortés (Viña del Mar 1984), que también se fue con su familia para hacer un doctorado en teoría de la literatura, especializándose en ciencia ficción escrita por mujeres en el área andina. Alcanzaron a estar en una sola feria de Barcelona, pues luego los agarró la pandemia.

«En esa feria notamos harto interés, hubo varias ventas y gracias a esas ventas llegamos a una librería que se llama Lata Peinada y está en el centro del Raval, dedicada exclusivamente a la literatura latinoamericana. Y con ellos hemos accedido a una red muy importante porque la librería de barrio, hemos aprendido, acá es muy importante, sobre todo sin ferias, si tú no tienes el libro en una librería es difícil que se mueva».

—¿El Estado entonces ayudó a esa parte del sector?

—Claro, lo que más se potenció fueron las librerías. Porque las editoriales no se conciben mucho sin ellas. Así que primero entre las librerías armaron esta página Todostuslibros.com para competir con Amazon, y comprende todas las librerías independientes de España. El libro te lo busca por proximidad, tú pones el título y te dice cuál es la librería más cercana que lo tiene. Eso tuvo apoyo institucional porque subvencionaron los envíos de los libros. Y por otra parte se rebajó un 4% el libro digital, que era el porcentaje que tenía el libro físico.

Eso porque durante el confinamiento bajó mucho la venta, obvio, sin embargo a final de año con esas medidas terminó cayendo apenas un 5%, o sea que se equiparó muy bien gracias a eso.

—¿Qué otra medida tomó el Estado en ese contexto?

—Algo muy parecido a lo que se hizo en Chile, el mismo proyecto de la biblioteca pública digital. Se destinó mucha plata para mejorar la oferta de libros digitales en la biblioteca.

—¿Y a ustedes como editores qué les pasó con la pandemia?

—Nosotros seguimos trabajando en la editorial para Chile. Nos sorprendió el aumento de ventas allá, tuvimos que reponer en algunos lugares, se nos agotaron algunos títulos. Además digitalizamos el catálogo porque como editorial, la pandemia hizo que solo nos concentráramos en Chile. Lo que sí es que a partir del ingreso en esta librería, eligieron uno de nuestros libros para un club de lectura, eso hace que se mueva mejor.

—¿La idea es abrir el catálogo allá?

—No, no dejaríamos de trabajar para Chile, porque percibimos el interés por autoras sudamericanas, pero también vemos que hay libros que no llegan a Chile, eso lo conversamos harto con Arantxa Martínez (editora de Kindberg), porque hay editoriales que imprimen en Colombia o Argentina pero no distribuyen hacia Chile. Y te hablo de autoras sudamericanas incluso. Entonces ahí veo una posibilidad.

Y porque nosotros trabajamos con fantasía y ciencia ficción, son géneros de los que hay editoriales especializadas pero yo creo que falta. Hay varios libros que no llegan, incluso a veces cuesta rastrear autoras porque se publican de manera dispersa en formatos web o fanzines. Por eso también he estado conectada harto con Chile, ese es mi campo de investigación, aunque la red de ciencia ficción se ha internacionalizado muchísimo con la pandemia.

—¿Por qué te centraste en lo andino?

—Me interesó mucho esa mezcla que se da sobre todo en Perú y Bolivia, que se da un neo indigenismo sci-fi. Ucronías del tipo: llegan los conquistadores y no nos conquistan. No sé. En Latinoamérica se da eso que se llama ciencia ficción blanda. Porque lo tecnológico es más del norte. Pero la especulación tiene que ver más con lo social o lo político.

—¿Cómo fue para ustedes migrar desde una región hacia una ciudad de primer mundo?

—Llegamos a Concón y nos dimos cuenta que estábamos muy aislados. Si bien Concón y Valpo están cerca, en la micro es complejo, nunca sabes si vas a llegar vivo. De noche es peor. Nos sentíamos un poco al margen. Gonzalo trabajaba en Valparaíso el último año, yo trabajaba en Quillota, en una biblioteca. Así que pasábamos uno en cada extremo el día, y en el medio quedaba mi hijo. Así que pensamos que estábamos demasiado aislados, y a la vez trabajando mucho para llegar a fin de mes, como con ocho pegas al mismo tiempo. Así que Barcelona apareció como una opción.

Un cristo rematerializado en cochabamba

Mauro Gatica (San Marcos de Arica, 1974) es poeta y editor de Electroindependiente. Cuando conoció a su compañera, la también escritora Patricia Requiz, dejó el proyecto editorial y la banda de cumbia sicodélica que tenía en Arica y desde el 2016 vive en Cochabamba. No se arrepiente.

«Nosotros hacemos libros artesanales, con tapas de cartón, pero no nos planteamos como una cartonera. Aplicamos la técnica que uno aprendió con el tiempo. Buena diagramación, una encuadernación sólida y papel reciclado, no tanto por un rollo específico sino porque nos abarata los costos de producción, tenemos más autonomía y nos ha servido bastante. Tenemos harta gente publicada. Llevamos cuarenta y cinco títulos, con gente de México hasta Argentina pasando por Ecuador, Colombia, Chile, Perú y Bolivia».

—¿Cómo los mueven?

—Sabemos las deficiencias de espacios para este tipo de formatos, entonces tomamos la decisión de trabajar directamente con la gente en la calle.

Acá hay una universidad, la UMS, que tiene más de 60.000 estudiantes, una ciudad. Entonces nos pusimos ahí y establecimos un nexo directamente con los estudiantes. De hecho tenemos un sello que se llama Hacker, donde editamos los textos que necesitan para sus estudios en el área de ensayos de arte, literatura, sociología, psicología, etc. Tenemos una amiga profesora que deriva a sus estudiantes a comprar los textos con nosotros. El fin es mover las obras, hacerlas cercanas, porque muchos de esos libros son re caros, y al hacerlos en estos formatos les bajamos un 70% los costos para que puedan acceder a ellos los alumnos.

—¿Cómo se pusieron como pez piloto en la universidad?

—A la mala nomás. Pero por necesidad también. Por un lado Patricia trabajaba en dos proyectos editoriales de acá. Y teníamos ganas de aportar nuestra propia visión al asunto publicando autores que nos gustaran a nosotros. Y por el otro ella había ganado un premio de la ciudad llamado Adela Zamudio. Pero la organización era tan horrible que se demoraron un año en pagarle el premio, y nunca salió la edición. Al de poesía le hicieron lo mismo, estuvieron el mismo año sin pagarle y no salió el libro. Entonces no podía pasar que esos libros no se leyeran y dijimos váyanse a la chucha, los publicamos nosotros.

Con eso y cinco títulos más nos tiramos a una feria. Y resultó, pero después de la feria no había espacios, y ahí decidimos invadir espacios públicos.

Salieron algunos proyectos de aula tirando paño en la UMS, un profesor de literatura hizo un ramo de reseñas de literatura contemporánea solo con libros de Electroindependiente. Y así hasta que se frenó, no por la pandemia sino porque como en Chile, acá también hubo estallido social. No tenemos universidades hace un año.

En la búsqueda de espacio primero armamos una biblioteca móvil. Nos mandamos a hacer un carro y salíamos con la bicicleta. El asunto es que en Bolivia de diciembre a marzo llueve más que la cresta. Así que nos apareció esta oportunidad de arrendar un pequeño local, muy accesible. Nosotros los sábados estamos en una feria de verduras vendiendo libros. Entonces ahora estamos de lunes a viernes en el local y los sábados nos vamos a la feria.

—¿Cómo fue la recepción de su proyecto en Cochabamba?

—Tenemos autoras como Lourdes Saavedra que llevamos 500 ejemplares vendidos en dos años. Fue un golazo ese libro. Ha tenido reseñas, lo han usado hasta en la Universidad como caso de estudio. Y esa devolución ha sido a pulso, porque no hay espacios, porque nadie quiere exhibir libros de cartón.

—¿Por qué ustedes sí?

—Porque nuestro trabajo con Pati es en la calle, todos los días, es el encuentro con el lector, desmitificando el libro, tiramos un paño, los libros, y nos ponemos a conversar con la gente.

—¿El Estado no apoya instancias de ferias independientes?

—Como todo Estado tiene sus fijaciones e intereses. Yo llegué con Evo, luego estuvo este período oscuro donde el Ministerio de Cultura directamente fue cerrado, y ahora está de nuevo el MAS, pero no han restaurado el Ministerio. Faltan esas instancias que acerquen los libros a los lectores. Hay muchos premios, cada ciudad tiene su premio y eso ayuda mucho. Pero no hay mucho más que eso.

—Vos obtuviste el Franz Tamayo.

—Sí, en 2019, lo divertido es que mi compañera Pati lo obtuvo en cuento y yo en poesía.

—¿Qué implicó migrar para tu escritura?

—Yo tenía una estética bien desprolija, sucia, bien áspera, coqueteando con el porno, con el humor negro, pero me vine para acá y sucede un fenómeno con la transparencia, no por ser más o menos honesto sino por el hecho de desaparecer. Yo vengo de Arica, doscientos mil habitantes, me conocen algunas personas por la banda, pero también del ámbito de la educación porque fui profe, de la literatura. Pero me vengo para acá, a una ciudad de un millón y medio donde con suerte conozco a cinco personas. Lo que me hizo pensar harto respecto al ser y al estar, el hecho de cómo te percibís si nadie te cacha. Y entonces me di cuenta que este cambio, esta pérdida de materialidad o rematerialización tenía que corresponderse con un cambio en la estética escritural. Entonces hay dos libros de transición y viene este Insectos, que se gana el premio, donde directamente me despojo de todo.