La tormenta y la pregunta

«Sabiendo el daño que puede causar una tormenta, deseamos que aparezca cuando antes, como a esos personajes de los que se habla durante varias páginas del libro y que la autora se resiste a presentar»

A las siete de la mañana corro las cortinas, afuera está turbio, el agua le pesa a las nubes y estas no la sueltan, como si faltara algo. Para las ocho, la página de meteorología da un 50% de probabilidades de que lluevan 6,5 mm. A cada hora le corresponden sus milímetros de agua, sus símbolos para lluvia débil, fuerte, tormenta, actividad eléctrica, granizos. Y al final, las probabilidades de que el pronóstico se cumpla.

            Ma nishtaná ha leilá hazé. La frase se me aparece en hebreo aunque no conozco el idioma. Pertenece a un rezo del que recuerdo únicamente esta primera línea. La tenía que recitar durante la ceremonia de Pesaj en la que se festeja la salida de los judíos de la esclavitud en Egipto. La tradición, como me fue transmitida, indica que es el hijo menor quien debe recitar esta parte del rezo. Como en mi tío nadie confiaba, mi madre se perpetuó en el papel. Ella tampoco habla hebreo. Nadie de mi familia entendía lo que yo —y antes, mi madre— recitábamos. Salvo mi abuelo y mi padre, los demás miembros de la familia estaban pendientes de que no me equivocara en la letra o en mis entradas a escena. En su momento, ellos y ellas también representaron con entusiasmo el papel del menor de la familia; después la ceremonia comenzó a aburrirles; los entremeses servidos en la mesa no ayudaban a la concentración. Como yo no entendía la letra, ignoraba que un error podría borrar la esclavitud, dejando a los judíos únicamente como amos. Recién cuando mi hermano chico aprendió a memorizar, pude abandonar el papel. Ahora mismo ignoro lo que la frase dice en español, los sonidos entran directo a las emociones sin pasar por el entendimiento.

            A las ocho el sol me encandila, cierro la cortina hasta la mitad. Busco el pronóstico para burlarme. Las ocho han desaparecido. Ni rastros de los 6,5 mm. En la primera línea aparece: 9 am – 0,5 mm – actividad eléctrica – 60%. Mi vecino echa a andar la motosierra, la esposa acomoda los troncos que trae una hija. La melliza y el hijo menor llevan la leña cortada a la galería bajo techo. Hacen todas las tareas en conjunto, como si no hubiese otra posibilidad en familia. Escucho a la vecina que denunció al marido por violencia y vive sola con las hijas, cerrar los postigos del lado que llega el viento. Las casuarinas que marcan el fin del pueblo se balancean como si intentaran desarraigarse de allá para venir de este lado y les faltara impulso.

            Cierro la página de metereología y busco la traducción del rezo. Me sorprende la cantidad de palabras en hebreo que tuve que memorizar. La historia parece sencilla, solo tiene una condición: para que el padre pueda contar a su familia cómo hizo Dios para con mano fuerte sacarlos de la esclavitud, el hijo menor debe preguntar cuatro veces durante el rezo: ¿Qué distingue esta noche de las demás? [1]

            Es una pregunta la que da inicio a la narración.

            Las diez, el viento se pone inquieto y entra por varios lados, en el encuentro hace rodar una tineta que pusimos para juntar agua lluvia; imitamos a la familia vecina y acopiamos leña en la galería, busco un fierro para sostener la rama cargada con los primeros limones. Las nubes expanden su carga hacia los costados, el cielo compacto se enturbia. Sabiendo el daño que puede causar una tormenta, deseamos que aparezca cuanto antes, como a esos personajes de los que se habla durante varias páginas del libro y que la autora se resiste a presentar. Qué horrible debe ser para ella que pasen por alto ESAS páginas de trabajo y gozo para satisfacer una ansiedad trivial. Un vecino que hasta ahora tenía dudas de la tormenta, sube al techo a colocar piedras sobre las chapas más viejas. Amarro al tutor las plantas de haba que crecieron esta semana. El viento cesa.

            La tormenta se hace esperar también a las diez.

            Ahora que sé, me pregunto qué distingue esta tormenta de las demás. Cierro la meteorología, Las Escrituras… Busco la leyenda. ¡La tormenta de Santa Rosa fue solicitada por una joven a través de un rezo! El 31 de agosto de 1615 los holandeses se aprontan a atacar el puerto del Callao y reducir a su población a la esclavitud. Una joven de veintinueve años, a quien su madre llamaba Rosa por su belleza, les pide a los feligreses que supliquen a la Virgen que mande una tormenta. Así ocurre y los holandeses se deben retirar.

            Desde ese día, cada 31 de agosto, se espera que la tormenta de Santa Rosa renueve su compromiso con la leyenda. Como no siempre ocurre, alguien decide ampliar el plazo a cinco días antes y cinco después del 31 de agosto. Milagrosamente las probabilidades se disparan al 54% en los últimos cien años.

            Cierro la leyenda y me paso a Las Escrituras. Encuentro a un Dr. Renato Huarte que desde México investigó otra interpretación del mandato «que devela la posibilidad de repensar la pregunta»: Preparándose la familia del Rabí Yanai a celebrar Pesaj, decidió mover una mesa que se encontraba en la habitación. En ese momento su hijo le preguntó: ¿Por qué mueven esta mesa? Y el Rabí le contestó: ahora te responderé, pero has quedado exento de hacer la pregunta cuatro veces.

            En la interpretación del Dr Huarte, el hijo menor no tiene que recurrir a una pregunta memorizada a la fuerza para que el padre pueda narrar. La extrañeza espontánea del hijo ante el movimiento inexplicable de una mesa escogida al azar, lo libera del mandato de repetir una pregunta prefabricada.

            Busco en una página de biografías. Aunque oficialmente Rosa nunca entró en un convento —«su padre quería que se casara, ya que era muy linda y atractiva»— la joven cumplía oficiosamente con todas las exigencias religiosas, incluso las penitencias corporales. Las torturas se las aplicaba una niña india que pertenecía a la servidumbre y que era su confidente. Rosa quería experimentar en su cuerpo el mismo sufrimiento que padecían los indios esclavos cuando eran azotados, principalmente en la explotación del oro y la plata. La niña luego escondía los instrumentos.

            Para que haya narración la menor tiene que replicar literal y con extremo realismo la esclavitud en el cuerpo de la que va a contar.

            A las seis de la tarde caen las primeras gotas, el viento azota las ventanas y resbalan planas hacia la tierra. Exhaustas de su carga, las nubes sueltan la lluvia, los truenos, los relámpagos, los vientos. Cuando Rosa falleció a los treinta y un años, los devotos y devotas que aquel 31 de agosto pidieron junto a ella una tormenta para liberar a Lima de la esclavitud, se abalanzaron sobre su cuerpo para quedarse con alguna reliquia. Tuvo que intervenir el ejército del virrey para impedir que fuera desvestida; igual debieron cambiarle el hábito tres veces para tapar las heridas de la tortura inflingida por la niña esclava a su ama.

            Lo que distingue este día de los demás es que todavía existe la posibilidad de repensar la pregunta.

 

 

[1] ¿Qué distingue esta noche de las demás? Si todas las noches comemos pan con y sin levadura, esta noche sólo sin levadura. Si todas las noches comemos todas las verduras, esta noche sólo verduras amargas. Si todas las noches sumergimos las hierbas una vez (en agua con sal), esta noche dos veces. Si todas las noches comemos entre sentados y reclinados, esta noche sólo reclinados.

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