La trágica agonía de un pájaro azul

Carla Zúñiga

Oxímoron

108 páginas

Lady Macbeth es demasiado ambiciosa, Edipo quiere saber demasiado, el elemento trágico a lo largo de la historia del teatro está relacionado siempre con una desmesura, y la desmesura no está, precisamente, en la puesta en escena; fantasía, horror, intensidad sobreviven en el texto, en ese sentido el movimiento del teatro contemporáneo al libro es una prueba de fuego necesaria en la que las obras se desprenden de algunos ornamentos para sobrevivir.

Esta obra tiene elementos fantásticos como el vestuario, la puesta y ciertas escenas delirantes mezcladas con situaciones y diálogos costumbristas al estilo de la narrativa de, por ejemplo, Alfonso Alcalde. Sin embargo, el pasaje de libreto, escrito para su representación teatral, a libro, formato autosuficiente, produce al interior de este texto un realismo tan irrefutable que lastima: de eso están hechas las heridas en La trágica agonía de un pájaro azul.

Sobre la plataforma fría y burocrática de la muerte de Paula, hija de Nina, arranca la historia de esta mujer y su madre, Ema, que abre la obra gritándole una prohibición para protegerla: «¡Nunca más vuelvas a decir una cosa tan horrible y espantosa como las cosas horribles y espantosas que acabas de decir!».

Eso horrible que no debe repetir es otra muerte, la de ella misma; Nina quiere suicidarse y ese diálogo con la muerte la vuelve un demasiado, comienza a pensar en hacer cosas y, a diferencia de la mayoría de los mortales, hacerlas: pensó en llorar y hacerse pis y lo hizo en el súper en el que trabajaba, del cual la echaron por ese acto. Pensó que Ester, el pájaro de su hija, debía ser libre y lo soltó, pero el pájaro se azotó contra el asfalto y luego, para que no sufriera, le enterró un tenedor en el pecho.

Sin embargo estos hechos no son fines en sí mismos sino el paso previo a una acción más grande, el suicidio, que es algo que piensa pero que no puede concretar porque sabe qué se siente perder a una hija, y como ama a su madre, no quiere que pase por lo mismo.

Montada en esta paradoja la historia avanza con las intervenciones de las amigas del alma de Ema, las tías de la protagonista, cada una representando una forma de ser extrema, a la vez que una propuesta de solución a su problema.

Proponen cariño, violencia, hombres, todas barajan soluciones para algo que no la tiene, porque como le dirá Nina a una amiga, que le reza a su difunta hija para que sane a su bebé que está enfermo y apunto de morir: «Lamento que Paula no te haya ayudado. Si ella existiera te habría ayudado. Pero los muertos no existen. No están en ningún lugar».

El trabajo del que es expulsada, como el sinónimo más concreto de la vida social, la vuelve una excéntrica, pero a medida que vamos avanzando vemos que todos los personajes, en su mayoría mujeres, están fuera del centro, como si la vida del hogar fuera un mundo en el que se refugian del mundo.

A uno lo componen padres e hijos golpeadores y abandónicos. En el otro están ellas, mostrando de qué están hechas las tragedias contemporáneas; están ellas solas, aunque estén juntas.

 

 

Publicado en el número de marzo del 2018

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