La última cena de los desempleados

La última cena de los desempleados

Melissa Carrasco

S/N

Histeria Editorial

Con ilustraciones de Florencia Videla, Histeria editorial pone en circulación, en formato plaquette, la última sección de La teta negada (Ediciones Culturales Mdza, 2019), segundo poemario de Melissa Carrasco tras Las plantas (edición de autorx, 2016). La poeta también ha publicado, bajo la editorial que dirige ―Fractura Ediciones― la plaquette Mortiferia o La sed es de los muertos. Un breve paréntesis inicial a partir de estas referencias editoriales. En el caso concreto de la plaquette que ahora pasaremos a comentar, y sobre todo teniendo en  cuenta la ebullición en los últimos años del libro como soporte y de sus materialidades adyacentes, pudo haberse realizado un trabajo más prolijo en términos de guillotinado, montaje e impresión de algunas de las imágenes insertas. Como dice Ulises Carrión en su señero El nuevo arte de hacer libros: «El nuevo arte sabe que los libros existen como objetos en una realidad exterior, sujeta a condiciones concretas de percepción, existencias, intercambio, consumo, uso, etc.». Cierro el paréntesis para señalar que, en primer lugar, en algunos de sus aspectos La última cena de los desempleados presenta ciertos rasgos afines al expresionismo: el escenario urbano como espacialidad, el despliegue de una posición polarizada, una dinámica de lucha que tiene como marco la devastación de las fuerzas materiales del planeta, la exploración de un lenguaje rabioso que intenta transgredir un vocabulario económico a partir de un léxico de la infección y de la deglución, una fuerte voz interna de características mesiánicas a partir de una consigna: fabricar «la tierra del después». El movilizador que atraviesa estos elementos es el hambre en tanto figura del exceso. Este excedente que niega y rechaza proyecta un matiz expresivo en la tachadura de los títulos de cada poema. Los títulos, como peritextos, le dan un marco a los discursos, adelantan o hacen sospechar lo que la linealidad de la escritura (que impacta a la lectura) desplegará en el cuerpo de los textos, por tanto su tachadura viene a exceder tal marco y el poema hace de aquello una marca formal, así como la figura de los desempleados es un excedente de la fuerza de trabajo.

 

No obstante, si bien el hambre emerge como movilizador, el conductor de todo el nudo que conforma La última cena de los desempleados es el cuerpo. Sobre todo la transformación desde el cuerpo frente al extractivismo de las potencias de la subjetividad, el afecto, el lenguaje, el deseo, la imaginación, la pulsión de vida, a través de unas imágenes, sonoridades y expresividades mediadas por la piel ―«mi piel es la última frontera»―, lo que hace pensar en aquel proceso que Frantz Fanon denominara “epidermización” en Piel negras, máscaras blancas. Allí también se reconoce que el «conocimiento del cuerpo es una actividad únicamente negadora. Es un conocimiento en tercera persona. Alrededor de todo el cuerpo reina una atmósfera de incertidumbre cierta (…) Lenta construcción de mi yo en tanto que cuerpo en el seno de un mundo espacial y temporal, así parece ser el esquema». Lo que empuja a la voz del poema, a partir de una pulsación fuerte, es la reapropiación de la fuerza vital frente a su expropiación por parte de la formación capitalista y colonial. La apropiación del derecho a la vida está directamente encarnada en la trayectoria de la hablante, buscando transfigurar la dinámica del mundo creado y  la relación entre los objetos que lo conforman, poetizando un combate por liberar el deseo de la sumisión con respecto a aquello que expropia la pulsión vital: «Nuestro prototipo/ se enamora de la idea/ de supervivencia./ Besa con hambre/ el oxígeno sobrante».      

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