Las cosas que salvaron del fuego: literatura y migración

De Venezuela se dice mucho pero se escucha poco. De la migración se dice mucho y se escucha poco. Eso quisimos. Poner el oído a dos colegas que, por diferentes motivos, hoy forman parte de nuestro ecosistema literario. Saber cuáles son, no solo las cosas que perdieron, sino las que salvaron del fuego.

Arianna de Sousa es una periodista, narradora, investigadora y editora venezolana. Su energía para la comunicación la lleva a realizar investigaciones periodísticas, podcast, textos narrativos —dentro de ellos uno que maneja con gran maestría como las cartas, una de las cuales le mereció un premio de la Biblioteca de Santiago en 2019— y a editar.

Junto a sus colegas Marianne Díaz Hernández, abogada y narradora residente en Chile, Oriana Mejías Martínez, investigadora visual residente en Nueva York, Ana Isabel Brett, arquitecto, artista visual e ilustradora residente en Chile, formaron la editorial de ebooks Casajena, cuya colección Raíces, abrieron con la poeta venezolana María Calcaño y su Ceniza, astro, fuego.

¿Hace cuánto viniste a Chile? ¿Cómo fue ese momento de migrar?

Llegué en octubre de 2016. Ya son casi cinco años en este país, yo juraba que sería algo momentáneo. […] Honestamente yo no quería dejar el país; estaba en el mejor momento de mi carrera, escribiendo en el diario en el que había querido escribir desde que tengo uso de memoria, colaborando con otros que me interesaron luego, dejando expuestas las cosas que pasaban en mi región, mi hijo estaba recién llegado al mundo, era un momento muy bonito, muy significativo. Pero en paralelo no encontraba vacunas para él, mi sueldo entero (que era bueno) no me alcanzaba más que para un paquete mediano de pañales, eso dejaba por fuera toda posibilidad de comprar comida, medicinas, hacerle los controles correspondientes, el resto de las cosas, todo lo que no fuese ese paquete mediano de pañales. A esa situación se le sumaron dos detonantes importantes: mi trabajo comenzó a incomodar a la Guardia Nacional, que comenzó a rondar por el diario y por mi casa, y mi hermana y mi madre habían decidido dejar Venezuela. Fue todo muy rápido, recuerdo que ella fue a verme al diario, me contó sus planes y me dijo: «si me voy, no voy a poder ayudarlos a salir luego. Pero puedo sacarlos y luego irme yo, solo necesito que me respondas hoy».

¿Cómo fue el nacimiento de Casajena?

Casajena fue en lo que decantó tantas y tantas conversaciones que tuvimos Marianne, Oriana, Ana y yo sobre migrar, sobre dónde hablar de ello, sobre la necesidad de pronunciarse de alguna manera, de dejar constancia del paso, de la falta de espacios para ello, del interés en conocer a personas que hablen desde un lugar de otredad, leerlas, divulgarlas. Primero por combatir la soledad creando comunidad, luego como una respuesta a tanto silencio cuando se trata de lo externo, de lo diferente y después por una necesidad de integración al discurso del país en el que vivimos habitando los cuerpos que habitamos. No dejamos de existir por incomodar. No desaparecemos porque no existan espacios para decir lo que queremos decir. A partir de entenderlo nos dimos cuenta de que ese espacio no aparecería por acto de magia, que teníamos que crearlo y paulatinamente las conversaciones pasaron a ser reuniones, documentos y carpetas.

¿En qué radicó la decisión de partir por María Calcaño?

Para nosotras fue muy claro: teníamos que partir por las raíces, palabra que de hecho da nombre a la colección. […] Llegamos a ella y pasaron dos cosas; todas conectamos con su poesía de manera muy intensa y definitiva, y al investigar su vida descubrimos su nexo con Chile. Calcaño publicó por primera vez en este país mientras en el nuestro era silenciada, segregada, castigada por su escritura impúdica, en este mismo país que recibe ahora a tantas de nosotras. Con eso nos mostró una historia profunda y desconocida entre nuestros países, una que decidimos revisar desde entonces y que nos ha dado grandes alegrías que iremos compartiendo llegado el momento. Ella nos reveló un puente que nosotras decidimos construir y el primer peldaño tenía que ser su obra.

¿Cuál es tu actual relación con Venezuela desde la distancia?

La distancia me hizo sufrir mucho al principio, me sentí muy perdida, muy arrancada, también muy irresponsable porque yo estaba aquí a salvo mientras en el 2017 mataban o encarcelaban a mis amigos, a mis vecinos, a mis colegas. Me castigué mucho por eso hasta entender que necesitaba tomar la distancia física y hacer que también fuese una distancia mental, hay que decir que esto último es un privilegio que puedo tener porque allá ya no me queda nadie, toda mi familia cercana se desperdigó, y eso, esa cosa tan trágica y dolorosa, fue lo que me permitió acercarme al país de otra manera. Ahora, el manejo del dolor colectivo es un trabajo de todos los días.

Creo que en la distancia y gracias a ella es que recién he formado una relación verdadera y honda con Venezuela, motivada por la curiosidad y el interés genuino en comprender mi propio territorio. Inicialmente como un intento de entenderme y explicarme a mí misma y luego para poder entregarle eso a mi hijo porque creo que se lo debo. Uno de mis grandes descubrimientos ha sido la literatura Pemón, que es bellísima, fantástica, tiene cierto parecido con la Yagán, me pasa mucho eso, vivo trazando paralelismos. Gracias a la distancia y a cosas que he aprendido estando aquí, hoy sé que llegado el momento de la reconstrucción yo quisiera estar ahí. Hay un poema de Calcaño que retrata eso perfectamente y dice: «La otra casa era más bonita y alegre; pero necesité de esta para poder recordarla».

Fergie Contreras Salmen es poeta, nació en la Isla de Margarita, Venezuela, donde estudió derecho. Migró a sus 23 años. Aquí estudia psicología y se inició de manera más formal en la literatura publicando, en formato plaquette, su traducción de Emily Dickinson bajo el título de Los verdaderos poemas huyen (Vísceras editorial, 2019). Al siguiente año publicó sus propios poemas, de gran conexión con los de la poeta norteamericana, bajo el título de Mundo a escala (2020) por la misma casa editorial. Conversamos sobre su experiencia de migrar.

¿Por qué decidiste este país para migrar?

Elegí Chile por referencias de familiares que pudieron recibirme y orientarme respecto al estilo de vida y los trámites migratorios. La impresión que me generó fue la de un país muy hermoso, con cuatro estaciones (cosa que me ilusionaba) y una mejor calidad de vida.

¿Cómo fue ingresar en el medio literario chileno?

Ha sido muy valioso. Cuando llegué, fue el espacio que encontré para vincularme: realicé un Magíster en Edición, participé en talleres de poesía y acudí a conversatorios literarios donde conocí a escritores, editores y lectores que me han integrado e inspirado.

¿Qué le hizo a tu escritura la migración a Chile?

La hizo florecer: en Venezuela escribía de manera dispersa, llevaba un diario, hacía cuentos, escasos poemas. La experiencia migratoria me permitió entrar en contacto con la novedad y me generó preguntas, emociones y deseos que empecé a canalizar, como nunca antes, a través de la escritura. Asimismo, en este proceso de adaptación, he tenido la fortuna de conocer a personas que me han guiado en cuanto a la definición de mi estilo, y la detección y profundización de las áreas que me apasionan.

Pienso en versos como: «el expansivo/ germinar/ de la nostalgia» ¿Creés que la situación actual que atraviesa Venezuela tiene efectos en tu escritura?

A partir del poema que citas, podría decir que lo relacionado con Venezuela brota de forma inconsciente. Mi escritura se ve influencia por múltiples experiencias y temáticas, que suelen tener en común el vínculo con lo incomunicable, con lo que no se puede decir, y Venezuela es uno de esos asuntos sobre los que me cuesta pensar y escribir de manera directa. Es un tema muy grande, delicado y doloroso, al que solo me he acercado en ocasiones muy puntuales, como cuando inició el estallido social en Chile.