Literatura infantil independiente

Quizá los únicos libros de los hogares sin libros, iniciadora y democratizadora de la lectura, ahora pueden ser de otra forma.

 

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Para el sector del que se ocupa y al que pertenece este suplemento, los años no vinieron solos. En número, en forma y objetivos, cada una de las editoriales que lo componen crecieron, posibilitando el ingreso de literaturas y públicos que, daba la sensación hace 10 o 15 años, eran propiedad de los pulpos de siempre. Así, a los catálogos de las editoriales pequeñas y medianas ingresó la transversal y compleja literatura infantil.

Los libros que desde el sector se producen para el público infantil conservan los rasgos que los diferencian de las grandes editoriales: primeras traducciones de grandes autores extranjeros, narraciones originales producidas por jóvenes autores/as nacionales, versiones de clásicos de la literatura del país pero ilustrados, y otras perlas extrañas y bellas se ven hoy en las ferias de edición independiente que protege la diferencia ante la aplanadora del mercado.

Los 969 títulos que salieron el año pasado de literatura infantil y juvenil representaron el 13,45% de los libros publicados en Chile ese año, según las estadísticas del ISBN. Mientras que los libros de literatura chilena (poesía, narrativa y ensayo) disminuyeron su cantidad respecto al 2018, podemos suponer que por el paréntesis productivo que supuso el estallido de octubre; literatura infantil y juvenil no solo se mantuvo estable sino que aumentó en un 3,97% la cantidad de títulos.

Off the record, un poeta y librero que ahora trabaja como distribuidor, me comenta que muchas librerías dejan entre el 20% y el 40% de su espacio para la venta infantil y que, según los números de la distribuidora, este año subieron mucho las ventas. Calcula que estos libros representan entre un 35% y un 40% de la venta total de una librería.

¿Y PARA LAS PEQUEÑAS EDITORIALES?

Le preguntamos a Verónica Jiménez Dotte, poeta y editora del sello Garceta que publica ensayo, narrativa, poesía e infantil.

¿Qué porcentaje de ventas representan, aproximadamente, los libros infantiles de tu catálogo?

En ferias, las ventas representan alrededor del 30%, en librerías, un 50% y, en compras estatales, más de un 90%. La JUNJI tiene planes de lectura bastante arriesgados, con una mejor acogida de lo literario, a diferencia de lo que ocurre con las bibliotecas escolares de enseñanza básica y media, que están más en sintonía con las tendencias del mercado. 

¿Fuiste una lectora de literatura infantil? ¿Recuerdas algún título en particular?

A los siete años leí La bella durmiente y Genoveva de Brabante en ediciones ilustradas, además de un libro bellísimo que me regaló mi abuelo sobre la prehistoria. Los llamábamos «libros con monitos», con amigos y hermanos. Los textos escolares traían mucha literatura, entonces uno también leía con frecuencia a Mistral, García Lorca, Oscar Wilde, además de los cuentos clásicos de Perrault, los hermanos Grimm o Andersen. En mi casa estaban los libros de la época escolar de mi papá, que eran libros de grandes: Santa Teresa, Blest Gana, Rubén Darío. Lo que te quiero decir es que el entorno era bastante estimulante, no conocíamos el concepto de «literatura infantil» y, quizá porque tampoco existían planes de lectura complementaria en la escuela, uno vagaba entre lecturas con bastante libertad. De esa época de infancia, el libro que más me impresionó fue la Antología popular, de Pablo Neruda. 

¿Qué te llevó a publicar libros infantiles en Garceta?

El concepto de literatura infantil siempre me ha parecido problemático. Para mí la literatura plantea interrogantes, te golpea de alguna manera y te impulsa hacia adelante, y eso no depende de si el mundo representado es maravilloso, con brujas, duendes u ogros, si aparecen animales o cosas que hablan, o si la realidad que se muestra es reconocible sin mayores esfuerzos. Por otra parte, el concepto de literatura infantil se ha expandido tanto que también integra libros de autoayuda para niños. Yo quise, modestamente, publicar libros para niños que estuvieran dentro del ámbito de lo literario, con autores clásicos, como Mistral o Neruda, o autores actuales, como Alejandra del Río, con quien trabajamos la edición de su libro Lucila en Montegrande, que publicaremos próximamente. Los infantiles de Garceta son casi todos libros de poesía. Quisiera publicar muchos otros en esa línea, pero, lamentablemente, son muy caros de hacer y, por lo mismo, hay que ir lentamente.

A propósito del libro de los clásicos ¿Cómo surgió la idea de traducir La cuenta mundo, de Gabriela Mistral, al kreyol?

La inserción de los niños haitianos en la escuela es difícil, y es algo que conozco gracias a que mi hermana, que también colabora en Garceta, y es profesora en una escuela de Quilicura en la que se enfrenta diariamente a esas dificultades. Existe conciencia entre los profesores, y también en el Ministerio de Educación, sobre los problemas que surgen al tratar de integrar en el sistema educativo a niños provenientes de lenguas distintas al castellano. Hay que considerar que una lengua es mucho más que un código; es también un vehículo de desarrollo de contenidos culturales, espirituales y emocionales. Es similar a lo que ocurre, por ejemplo, con los niños mapuche, y es incluso más complejo si consideramos que las lenguas de referencia de los niños haitianos son el francés y el creole, y de castellano, nada. Pero hay algo más, y es lo que motivó la edición de este libro: la posibilidad de que sean los padres o familiares los que introduzcan al niño en la cultura letrada facilita su entrada en ese mundo escrito que es la escuela, a partir precisamente de su lengua materna. No es ninguna paradoja que sea el acercamiento a la lectura del creole lo que les permita estudiar en castellano, porque lo que necesitan aprender no es simplemente un código, sino cómo funciona una lengua escrita y qué es lo que ofrece. El libro, que fue financiado por el Fondo del Libro, llegará gratuitamente a hogares de familias haitianas de Quilicura, Conchalí y Recoleta, para propiciar esa experiencia de primeras lecturas acompañadas. En cualquier caso, y más allá de este libro en particular, lo ideal sería que estos niños contaran en la escuela con algunos textos en su propia lengua, para sentirse acogidos culturalmente. Hay algunos esfuerzos en ese sentido. En Quilicura, por ejemplo, hay facilitadores lingüísticos haitianos en las escuelas que producen textos de carácter informativo. Precisamente uno de esos profesores, Jude Bien-Aimé, fue quien tradujo este libro. Por otra parte, en la Junji están comenzando a editar textos breves en creole.

PARA NIÑAS Y ADULTAS

Dos de las mejores poetas jóvenes, Gladys González y Julieta Marchant, son a su vez editoras, y recientemente comenzaron colecciones que invitan a la lectura del público infantil. La primera, a cargo de Ediciones Libros del Cardo, explica su criterio de selección de autoras:

«Desde el rescate, la traducción y la posibilidad de abrir un camino futuro hacia lecturas feministas más complejas desde la primera infancia. De esta manera, figuras como Virginia Woolf, Carson McCullers, James Joyce, Gabriela Mistral o Mary Shelley no van a ser ajenas al imaginario lector de la niñez».

Julieta, en tanto, editora de Editorial Bisturí 10, explica cómo se integra esta colección al resto de su catálogo:

«Empezamos a pensar en literatura infantil para abrir el catálogo de la editorial, pero queríamos que tuviera relación con el resto de nuestros libros, que no sea un brazo fuera del cuerpo. Entonces partimos con La cortina de la niñera Lugton, de Virginia Woolf, traducido por Soledad Fariña, y El mundo es redondo, de Gertrude Stein, traducido por Verónica Zondek, ambas poetas. Los dos están ilustrados por chilenas, el de Woolf por Alejandra Apablaza, y el de Stein por Constanza Fuenzalida. Tratamos de pensar qué leeríamos desde niñas nosotras. Proponer un criterio estético pero también intelectual que partiera por salirnos de los libros infantiles que infantilizan, allanando la infancia, buscando textos que exploten la potencia de la infancia, que tiene que ver con el tema de la imaginación, con una relación con el lenguaje que es menos normativa, etc. Por ahí va la colección. Tratar de ir por fuera de lo que se espera en los planes escolares y las compras estatales, que en general tienden a allanar el problema de la infancia, esta colección, como la de poesía y ensayo, tratan de pensar al lector como un agente activo, no como un depositario».

 

¿Y para los autores?

Quisimos preguntarle a Nicolás Cruz Valdivieso por su incursión en la escritura de libros para niños/as. Nicolás es autor de los libros No le debo nada a Bolaño y otros delirios, (Emergencia Narrativa, 2015), El Cristo Gitano, (Emergencia Narrativa, 2016) y Narraciones Quiltras, (Oxímoron, 2017). Además de la novela gráfica El Golpe: el pueblo (1970-1973) (Pehuén, 2015). Por la misma editorial sacó Leo-León, las asombrosas aventuras de un perro campeón. En el libro se cuenta la historia de Leo, un poodle de departamento, extremadamente protegido por su dueña Loreto, que es raptado por la banda Los Roba Perros Chicos y Caros. En medio de la aventura conoce a Los Quiltros del Apocalipsis, perros de la calle con nombres —El Taza, El Iguana, La Emperatriz y El Comenunca—, de los que se hace amigo y con quienes conoce la ciudad por la que había pasado durante toda su vida pero que no había realmente visto.

¿Cuál era tu relación con la literatura infantil antes de Leo-León?

La literatura infantil siempre estuvo presente en mi vida a través de los cuentos que mi viejo nos leía cuando éramos niños a mis hermanos y a mí. Con el paso de los años, y cuando me volví escritor, tuve la certeza que tarde o temprano llegaría a escribir literatura infantil, y saldaría esa deuda que tenía con esos autores de mi infancia y con mi propia historia. Solo tenía que esperar para estar listo y tener la claridad de qué historias quería contar.

¿Cómo fue el proceso de escritura de este primer libro infantil?        

Se dio de manera bastante natural al tener claridad de la historia que tenía entre mis pezuñas y sobre la forma en que quería aterrizarla al papel. Fue un proceso intenso en el que tuve que ir definiendo el lenguaje de las aventuras de Leo león y los Quiltros del Apocalipsis, y mantenerme fiel a la simpleza de esta historia de sueños caninos y la ilusión revolucionaria por crear un parque más amplio y justo, donde todos los perros que lo habitamos tengamos un lugar.

¿Hay alguna convención respecto a la extensión o las palabras con la que tuviste que enfrentarte en la escritura del libro?

Buscaba trabajar con un lenguaje sencillo y directo, sin renunciar a la belleza de las imágenes. Pero por sobre todo me interesaba que se tratara de un cuento entretenido y que hablara de la importancia de la libertad. Por eso trabajé con la estructura clásica del cuento infantil donde hay un inicio, un desarrollo y un cierre, buscando que tanto mi protagonista como el lector vivieran un viaje a través de la lectura del libro y que al terminarlo no fueran los mismos que lo iniciaron.

¿Ubicas diferencias entre la escritura de un libro infantil y tus otros libros?

Una de las apuestas que realizo como autor es que cada libro en el que trabajo sea diferente del anterior y tenga un lenguaje propio de acuerdo a la naturaleza de su historia. Esta máxima cobra vida sobre todo al trabajar en libros infantiles, ya que si quieres atrapar al lector debes renunciar a tus maneras de autor de «literatura para adultos» y ponerte al servicio de la imaginación de los niños. En ese sentido siempre que trabajo literatura infantil intento que el niño pueda ver cada pasaje de mis libros y sumergirse de manera viva en las aventuras y mundos que estos proponen, casi como si se tratara de una película animada. Si la historia se muestra bien y corre bien, también las capas de profundidad que el autor propone quedarán.

Respecto a trabajar con ilustradores ¿le aporta a las correcciones o desarrollos de la trama ver los dibujos o eso es posterior? 

Se ha dado que en los tres libros que he trabajado con ilustradores hasta el día de hoy (a los mencionados en la presentación, se agrega El viaje del guarén Abelardo con Ernesto Guerrero (Pehuén, 2021) el texto ha venido primero y luego el ilustrador ha creado las ilustraciones a partir de él. Es decir que he escrito las historias y luego de meses he visto nacer la otra parte del mundo con una hermosa sensación de magia.

¿Implicó una diferencia en las ventas, ergo en tus ganancias, la publicación de un libro infantil?

En mi caso, los dos libros que trabajé lo hice con adelanto. Como es un público más amplio y con mayores posibilidades de ventas, Pehuén por lo menos trabaja con adelanto los libros. Eso me llevó a no cachar mucho las ventas de Leo-León. Sobre todo porque le tocó salir en un escenario bien atípico, el estallido social y luego la pandemia, lo que hizo que muchas librerías estuvieran cerradas.

Pehuén merece un comentario aparte. Su trabajo es destacable en varios sentidos —distribución, factura, etc—. Como botón de muestra resalto un nombre importantísimo de su catálogo, Alfonso Alcalde, de quien hicieron versiones ilustradas de dos cuentos que deberían estar entre los mejores cuentos que se han escrito en estas tierras: «Zapatos para Estubigia» y «León. El peregrino del Golfo de Arauco».

Las condiciones materiales y técnicas del mundo contemporáneo hicieron que ya no sea un privilegio de clase la literatura. Nuestro medio está compuesto en gran medida, me consta, por primeras generaciones de universitarios, y muy excepcionalmente, a diferencia de décadas anteriores, los apellidos patricios firman las portadas de los libros. Entre esos/as escritores/as que me tocó entrevistar, o conversar, siempre aparecen, a falta de sendas bibliotecas traspasadas de generación en generación, libros infantiles.

La literatura que se produce es una conversación con el presente pero también hacia atrás, y ese atrás no es solo La Tradición —en mayúsculas, a la que se ingresa en un momento de cierta conciencia de su valor o, si es antes, por obligación— sino de lo que entró por nuestros ojos de manera preconsciente, a veces en libros minúsculos, libres, lúdicos, coloridos, «poco-serios».

Una foto rápida de la producción de estos libros genera expectativas. Las editoriales independientes están apostando a poner una fuente diversa y de calidad, detrás del cuerpo que tira la moneda de la literatura del futuro.

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