Los Tigres

Los Tigres

María Paz Rodríguez

Neón Ediciones

25 páginas

De la actualidad ubico un rasgo en el cuento como género, que tiene que ver más con la extensión, consistente en una tendencia a la nouvelle. Sobre todo porque en los casos exitosos, aquella diferencia que subraya Bolaño en 2666 continúa aplicando. La escena ya la cité antes. Es la conversación entre el farmacéutico lector de Georg Trakl que prefiere Batlerby y La metamorfosis, a diferencia de Amalfitano, que pone por encima a Moby Dick y El castillo, por ser la novela un proyecto en el que autor y texto no saben en qué van a terminar, y el cuento casi siempre la ejecución de la maestría que se requiere antes de embarcarse hacia lo desconocido.

En este sentido me parece interesante la colección Singles de Neón. Un cuento de libre lectura por semana, durante 12 semanas, en la plataforma de libros digitales Patagonia. Leí algunos y me quedé con Los Tigres, de María Paz Rodríguez.

La protagonista, Lucía, sueña con tigres. Como los sueños son objetos con potencial significado, el lector no asiste a una inmediata relación causal entre la trama y estos sueños. Lo que sí sabemos es que tiene anorexia y está al borde de la muerte, que está internada en una clínica psiquiátrica, que su madre la dejó y que su padre tiene una cara en la que «no se puede adivinar ni pena ni alegría ni concentración ni miedo. Predomina, más bien, un destello vago y sin colores que sólo mira hacia adelante». Él la visita todas las semanas.

Lo primero que resalta tiene que ver con el tono.

El cuento está narrado en tercera persona, pero así como en otros autores el frío alejamiento de una tercera, que hasta el siglo XX era sinónimo de objetividad, se lograba por un registro cercano al habla en el que uno no podía dejar de escuchar su voz pública (la de Borges o Lispector, la de Fogwill o María Moreno), en Los Tigres es el ritmo y el lugar en el que está puesto el foco, lo que produce durante toda la narración la sensación de cercanía con los hechos de quien narra y, por ende, de quien lee.

Pero habría que definir cercanía en Los Tigres, y de paso en todos lados. Uno es implacable con lo cercano, esa es la gracia. La autora no se demora en conducir la narración hacia la esencia del problema que aborda. Zigzaguea entre los personajes y sus afirmaciones aceptándolas para ver qué hay más allá, como alguien que conduce un auto y acepta los obstáculos atravesándolos en lugar de derribar todo a su paso para llegar en línea recta a su destino. Cuando al doctor Martínez Martínez le traen a una terminal Lucía, él le da, delante de sus colegas, dos semanas de vida. Entonces la narración llega a un punto ciego:

«Sí, son hombres de ciencias. Sí, saben de químicos e inconsciente y traumas. Pero el doctor Martínez Martínez se ha excedido esta vez. Demasiado frío, incluso para él. La doctora Di se lo hace ver. Recuerde que es una persona doctor, ¿cómo puede desahuciarla así?».

Y la autora sale al paso con una idea cercana en la que no trata que su protagonista quede bien en términos morales:

«No doctora Di, ahora, esa muchacha compite conmigo. Lo ve. Las anoréxicas como ella compiten con otras chicas, con sus madres, con la comida, con las enfermeras, y ahora, Lucía, está compitiendo conmigo. Yo dije que no vivirá más de dos semana y ahora, ella volverá a comer sólo para demostrarme lo contrario».

María Paz Rodríguez elige una estructura elíptica. El tiempo en toda la narración es fragmentario. Vamos hacia atrás y adelante, confundimos presente con pasado y sobre todo causas con consecuencias, como en la vida.

No hay demasiado en la narración que nos devele su final, porque el final es un punto tan concentrado y fino que tiene esa impronta de lo desconocido novelístico que prefiere Amalfitano. Y que nos mantiene vivos.

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