Manejo integral de residuos

Manejo integral de residuos

Nicolás Meneses

Overol

60 páginas

Por Matías Ávalos

El poema es un organismo que acumula en menos espacio mayor cantidad de materia. Así, la diferencia entre Ártico de Mike Wilson (novela escrita en algo así como versos) y La novela terrígena de Mario Verdugo u Hoyo 13 (novela barrial) de Rafael Espinosa, es indudable. Manejo integral de residuos hace pensar en esto por parecerse más a lo de Wilson que a lo de Verdugo o Espinosa.

Durante el libro se alterna, jamás en el mismo poema, entre una tercera y una primera persona.

La tercera persona hace tomas panorámicas donde casi nunca puede extraerse más de lo que ella misma dice, lo que hace pensar en por qué el autor decidió poner un salto de página antes y después de textos como este: «Con la manga del polerón / limpia el parabrisas empañado. / Fuma un Latino, toca la bocina / y sube el volumen de la radio. / Pone primera». Además, exceptuando el endecasílabo sáfico del Latino y la bocina, uno nunca sabe muy bien a qué se deben los encabalgamientos ya que si, eneasílabo el primero, decasílabo el segundo, endeca el tercero, decasílabo el cuarto y pentasílabo el quinto, claramente no fue en función de la regularidad (al menos no acentual ni silábica). Esto no es en sí mismo un problema, hay momentos donde lo logra sin valerse de extensión o tipo de verso, sino de cierta lógica que encontró dentro del mismo texto: «Se rompe la bolsa mejor / dicho la rompe un perro en el / pasaje los desperdicios por el suelo […]». Los encabalgamientos, en este último ejemplo, le dan un ritmo, que se transforma en velocidad a partir de valerse de la carga semántica de la última palabra del verso para abrirla en dos y que sirva para ese verso y el siguiente. Procedimiento que puede leerse en Punctum de Martín Gambarotta.

La primera persona también es descriptiva, como si el autor pintara un cuadro y al modelo del cuadro le agregara un viñeta, y en la viñeta el modelo contara qué hace en el cuadro que vemos: «Tirarme en el pasto de alguna plaza / almorzar en pote plástico verduras / bebida y legumbres frías. / ¿Cuántas horas podemos quemar / con un pucho recién prendido / en la boca húmeda? / Pensar brevemente en el destino / cuando ya no se pueda esconder / más basura detrás de los cerros / que nos tapan el sol por las tardes». Lo del destino es interesante porque abre, pero se arruina con la explicación posterior, como si la tendencia narrativa no dejara en paz la lógica dual e intensa del poema. Entonces uno empieza a desear que la primera se la juegue y pueda mostrarnos un lugar donde la tercera no pueda llegar. Por suerte pasa. Cuando la compañía está en huelga, las cosas se ponen peor de lo que estaban. La primera persona deja de ser un actor de teatro que le presenta un mundo exótico a un lector-espectador, deja, digamos, de tener obligaciones sociales. Ahí el poema se concentra: «En la madrugada / todo se reduce a parar / y buscar entre el pasto seco / el grillo que se esconde / dentro de un vaso plástico». En el espacio que se abre entre la soledad del grillo con su inevitable carga de ensimismamiento y la procrastinación pobre de buscar en el pasto seco (como cuando no teníamos ni celulares ni asfalto), la tercera persona no puede ingresar al espacio de la ceguera (Montalbetti) o sordera (Meschonnic) del poema, al que el autor llega por momentos, y en el que uno disfruta.

Yo trabajé limpiando edificios estatales. Al final de cada jornada, llevábamos las bolsas que juntábamos de las 600 oficinas que tienen aproximadamente esas moles burocráticas, y las depositábamos en unos cuartos destinados a eso. Cuando las cosas pierden identidad, cuando dejan de ser plátanos, toallas femeninas, yerba, papeles higiénicos, y devienen basura, tienen un olor específico. Todos los miércoles cuando pasa el camión de recolección por mi cerro y saco lo acumulado en la semana, lo huelo: es idéntico al que sentía en esos subsuelos. El olor brilla por su ausencia en Manejo integral de residuos.

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