Mariana Camelio Vezzani

En 2019 publicó Isla Riesco (Jámpster Libros), libro de poesía enclavado en aquella tierra rodeada de agua, cercana al Estrecho de Magallanes.

Nació en Punta Arenas en 1994. Profesora de Lenguaje. Camelio fue antologada en Maraña. Panorama de la poesía joven (Alquimia Ediciones, 2019). Coordinadora del Archivo Ronald Kay y parte del colectivo de escritura y traducción Frank Ocean. Con Isla Riesco nos arrastra a esta geografía remota a la que llevó su cuerpo: «una planta diminuta crecía de mi pecho/sobre la piel el brote me frotaba», escribe, en «cerro ladrillero».   

¿Cómo fueron tus años de formación literaria en el sur?
En Punta Arenas estuve en un taller por dos o tres años, justo antes de salir del colegio. Al principio lo dirigía Óscar Barrientos con Christian Formoso, y luego Óscar con Pavel Oyarzún. Fue el primer taller al que fui, de esas instancias en el colegio que son un poco un refugio. Ahí me hablaron de Pizarnik por primera vez, y también de autores como Aristóteles España, Juan Mihovilovich o Alberto Aguilar. Alguna vez fue Alejandro Zambra de visita, Germán Carrasco también, creo. Aprendí un montón sobre las dinámicas de taller ahí, de leer en conjunto, de comentar los textos de otrxs y escuchar los comentarios sobre mis propios textos, que creo son cosas que se suelen dar por sentadas.
Aparte de eso, fui a talleres cortitos, de dos o tres días, con Nona Fernández y con Elicura Chihuailaf, los dos coordinados por el Festival Cielos del Infinito. Había siempre cierta urgencia en participar de esas instancias extraordinarias, de tener que aprovecharlas porque eran cosas que sucedían una sola vez al año.

¿Por qué decidiste colocar la latitud como título de poemas? ¿Cómo se adhiere a tu poética el territorio que habitas?
Cuando estaba escribiendo esos poemas estaba obsesionada con la posibilidad de dar cuenta de un territorio, y con que los textos funcionaran como un conjunto capaz de armar una cartografía. De ahí que la mayoría de los poemas tengan locaciones en el título. En ese sentido, me interesa mucho cómo un relato más personal, o una historia familiar por ejemplo, se puede permear y corresponder de distintas formas con un territorio. Siento medio absurdo verbalizarlo ahora, porque mientras escribía fue muy intuitivo y en ese momento se me hacía imposible hablar de Isla Riesco sino era desde mi historia personal y, al revés, imposible intentar cualquier reconstrucción de un relato familiar sin que se permeara de lo inhóspito del clima, por ejemplo. En ese sentido me interesa mucho cómo las descripciones de un turbal, de un zorro, de la playa frente un glaciar, de un liquen —que son todas imágenes y elementos con texturas bien particulares— pueden ir ingresando y modificando discursivamente el relato de una memoria personal.  

¿Cuál es tu relación con Santiago? Sé que estudiaste allí, pero, ¿por qué volviste al sur? ¿Con quién dialogas de literatura allá?
Creo que volver al lugar donde uno creció está ahí entre la comodidad y la resistencia. Por lo menos acá, se toma con mucha naturalidad que uno vuelva a la región después de estudiar. Hay un tipo de seguridad, una posibilidad de resguardo en esa idea. Pero también pienso que hay una resistencia en levantar proyectos desde regiones distintas a la Metropolitana, sobre todo cuando estudiaste y armaste redes en Santiago, que es mi caso. No lo tengo resuelto en realidad. Me vine en marzo del año pasado a pasar la pandemia en Punta Arenas, y no he hecho planes de volver al norte aún.
Mis grandes amigos, con quienes hablo de literatura y sigo siempre en contacto, en su mayoría siguen en Santiago o repartidos por otras partes del mundo. Vicente Oyarzún por ejemplo, que también es de Punta Arenas, vive en Santiago. Durante el año pasado, que fue extrañísimo, fue muy lindo dialogar y armar proyectos con personas que viven en Punta Arenas y vienen de otros lugares, del cine o de la música. Ha sido lindo pensar la literatura desde esas otras posibilidades. De aquí, sigo también de cerca el trabajo del colectivo Nunca quisimos ser reinas y, aunque trabajan desde otras disciplinas, me interesa mucho lo que están haciendo en el Museo de Historia Natural de Río Seco o en la red LiquenLab.

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