Mauricio Amster, todo libro es una lección

Recuerdos de un Bibliófilo

Mauricio Amster

Carbón Libros

80 páginas

El libro es de bolsillo de verdad. Primer acierto. Mi hijo emitía más de cuarenta y cinco respiraciones por minuto (a su edad lo normal es menos de cuarenta) así que rajamos al hospital. Lo agarré porque detesto mirar rostros en la urgencia. En ese momento Amadeo dijo papi y me tiró los brazos. No me puse el libro debajo del brazo sino en el bolsillo trasero sin pensarlo (o pensando con la mano) y bajamos el cerro de Valparaíso en el que vivimos abrazados. Recuerdos de un bibliófilo me esperaba paciente en el bolsillo, con la seriedad que de seguro tuvo Mauricio Amster, la de quienes han visto el sufrimiento y saben esperar su momento con firmeza. Frente a nosotros la bahía que en un día plomo y lluvioso lo vio llegar a bordo del Winnipeg el 3 de septiembre de 1939.

Cuando dejé a mi hijo en la guardia me oculté del paisaje de horror de los rostros cansados o preocupados leyendo el prólogo hecho por un diseñador. Segundo acierto. Podrían habérselo encargado a algún editor santiaguino que legitime la decisión editorial de Carbón Libros pero no, el prólogo lo hizo Joaquín Contreras y es una de esas maravillas que sólo salen de quien tiene las manos en la masa. Me había acostumbrado a que los profesores universitarios versen sobre una materia —poesía, diseño, negocios— que jamás tocaron si no de oído. Pero Joaquín Contreras, uno de los hermanos que dirige la editorial, debe ser junto a Francisco Gálvez de los referentes más respetados de la tipografía y el diseño editorial en este país. Y el prólogo cumple una función clara: educa sobre, ubica y define el valor del autor del libro.

Nos hace un recorrido somero por la vida de Amster y sobre las influencias de la época en que Amster se formó, de las escuelas y editoriales de las que Amster absorbió sus mayores influencias. Dibuja, y acá lo que lo diferencia, el procedimiento de factura de un libro en la época para llegar a una conclusión: Amster manejaba todas las minucias y especialidades de la cadena, pero él no las realizaba sino que las proyectaba. Escribía cada una de las decisiones que tomaría el resto del equipo. Amster era lo que hoy llamamos diseñador gráfico.

Pero no era cualquier diseñador. Al siguiente día de su llegada a Valparaíso el comité Santiaguino de ayuda a los refugiados le consiguió pega en la revista Qué hubo en la semana, Amster aceptó el trabajo pero rediseñó cada elemento de la revista. En uno de sus textos dirá sobre otro algo que aplica para el tipo de migrante que él mismo fue: «Todo hubiera podido seguir su camino estereotipado si el protegido no se empeñase en pensar por cuenta propia».

Es que el hombre no venía a aportar como un técnico más sino que encarnaba una modernización para la industria editorial chilena, con preceptos que perdurarán hasta hoy: precisión, concisión y economía producen elegancia y belleza, pero también tiradas que reducen el costo de los libros y masifican la lectura.

Mi hijo respira con normalidad y los problemas ineludibles se despejan. Los textos que componen el libro están divididos en dos partes: «Textos reunidos» y «Técnicas gráficas». Abordaré un ejemplo de cada una por el espacio del que dispongo.

Arranca muy arriba —tercer acierto— con los textos extraídos del órgano de la sociedad de bibliófilos, dos recuerdos, en los que podemos leer que el alcance de su amor por la precisión toca todos los aspectos posibles del libro.

En uno de los primeros Amster buscaba un libro de Stevenson y recorrió librerías (estos negocios que, con desdén por la semántica, como dice Amster, robaron el nombre, pero venden muchos más objetos que libros) donde no lo tenían, hasta que llegó a una donde el «dueño escuchó mi pedido, volvió a la trastienda y regresó con un volumen. Era La isla misteriosa, de Julio Verne.

Decepcionado, dije:

—No, busco La isla del tesoro, de Stevenson.

—¿Y qué más da? —respondió el librero.

—Sentí ganas de pegarle pero me contuve.

Puse a prueba mi paciencia».

El trayecto no hace al libro perder altura. Todos los textos son clases magistrales de ética y oficio. Paso a la segunda parte y elijo un favorito: «Marcas de corrección». Un texto en el que Amster escribe con dos niveles de significación. Lo que va diciendo el texto con palabras, refiriéndose a los signos de corrección, un código tipográfico que le agrega un corrector a la página antes de imprimir el tiraje del libro. Así explica los signos a medida que los aplica en situaciones que necesitan ser usados, es decir de manera no enunciativa sino performativa. Cito:

«Los signos al margen de esta página representan un lenguaje en clave comprensible para todos los tipógrafos. El que figura a la derecha se llama /dele (del latín deleatur-bórrese) y significa suprimir /una/ una letra o palabra que sobran»

En la siguiente página está el texto limpio de los signos y ya con las correcciones aplicadas: el libro convertido en una escena de cine donde vimos en tiempo real una lección. Todo el libro lo es.