Nada es hombre, nada es tierra

Emiliana Pereira Zalazar

Overol

74 páginas

Si alguna verdad nos permitiera la lectura de los textos surgidos a partir de este poemario, sería que nos encontramos con algo distinto, ajeno a la tradición poética chilena. Nada es hombre, nada es tierra se vincula a otras escritoras americanas muy importantes y no tan conocidas (Marosa di Giorgio, Delmira Agostini, etc.), anclando un ámbito de referencialidad específico y poco asible desde el encierro cordillerano. Es una verdad que aceptamos y extenderemos; si bien no hay comparación a la vista en nuestro árbol poético hay narradoras nacionales que han trabajado la naturaleza que nos rodea, destacando María Luisa Bombal o Irma Isabel Astorga, pero no es la atmósfera de Pereira, que elige una selvática latinoamericana.

Cada tanto los moldes extranjeros juegan pasadas un poco vergonzosas a autores chilenos que suponen ignorancia, y, perdonando esa subestimación, solo alcanzan a intentos de repetición fallidos y exitosos bajo la regla del mercado y la novedad; piedras vendidas como diamantes. Hay excepciones como Nada es hombre, nada es tierra, que arma un tramado suave para conducirnos al extrañamiento feroz, a la fábula oscura como la que crearon los modernistas. Esta segunda analogía con la prosa, la explica su propia estructura: cada comienzo de página lleva algo de la anterior y desarrolla una historia en sí misma —el índice da a cada una el título de la primera línea—, en la que tienen cabida bestiarios sintéticos, al modo de cuentos breves en verso, que van complejizándose con factores como el erotismo que aprovecha la pureza para ejercer su ambivalencia sobre una niña, centro del deseo tanto para animales como para el hombre, que la siguen por este mundo:

 

«El murciélago enterró sus dientes

en la canilla de ella, la niña clara.

La herida abrió como una boca

y como lengua subió por su pierna,

por su muslo, por su sexo.»

 

La muerte aparece, así como los modos del habla extranjera y la conversión mágica de la niña en animal, no generando estridencia alguna, porque estamos donde todo es posible. El hombre está ajeno, pero también puede ser parte de la naturaleza; los elementos se transmutan con una libertad propia del cómic La cosa del pantano de Alan Moore, un encuentro de lo humano y lo animal que a veces se vuelve un enfrentamiento.

A la mitad del libro hay un quiebre estilístico —explicado por la fusión de dos poemarios, que indicó la misma Pereira en una entrevista en loqueleimos.com— dando más aire a los versos, pero que insiste en su propia cosmogonía:

 

«Entre los pocos recovecos que

                       el desierto ofrece

niña y lobo se besan,

atestado de hormonas se tocan.»

 

Un oficio resuelto y sorprendente para un primer libro, capaz de alterar su propia estética, sometiéndonos a ritmos distintos, poemas precisos y otros más extensos. Por insistir o decirlo de otro modo: si bien la sombra de autoras notables se proyecta sobre Pereira, Nada es hombre, nada es tierra brilla con la luz de proyectos que no miran las zonas hegemónicas de influencia, iluminando lecturas y un erotismo hoy soportable solamente si es emitido por una mujer.

 

Publicado en el número de abril del 2018

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