Nada se pierde con vivir, ensaya

En un presente que derriba una por una las fronteras que limitan nuestros tránsitos vitales, el ensayo, por definición, es el género que se presenta como posibilidad de habitar. Hablamos con tres autores sobre perspectivas, preferencias y un poco de la historia del género en Latinoamérica y Chile.

Al suspender el poema de Enrique Lihn luego del verso que titula este artículo, podemos asistir a una idea/definición del ensayo: género literario híbrido, difícil de delimitar y circunscribir a una noción formal demasiado estática, que empieza su historia en las últimas décadas del mil quinientos, con la aparición de los Ensayos de Montaigne.

La historia detrás de la composición de esos textos explica en gran medida su forma. Montaigne piensa en voz alta mientras un asistente escribe.

Esta operación, dice, le otorga a los textos un aspecto «poético, a saltos y a brincos», alejado de la organización imperante en otro tipo de género. El término poética suele prestarse a sobreentendidos. Cada vez más se lo usa como adjetivo de objetos en apariencia difusos, o que lo son para la visión de quien adjetiva. Pero este no es el caso. Arriesgo que en el ensayo, el término sugiere una manera de escepticismo no solo para con la forma, sino con la pretensión de esas organizaciones lineales, jerárquicas, esencialistas que, como no ha dejado de suceder en los casi mil años que nos separan de Montaigne, buscan posicionar determinados discursos y saberes en el lugar de la verdad absoluta.

Volviendo al verso de Lihn y a la idea de los brincos en Montaigne, se desprende que el ensayo es un ir hacia adelante, tomando para eso decisiones provisorias, con apenas la suficiente cautela para no morir en cada paso. Pero también actuando de buena fe, lo cual no impide la posibilidad de hablar en términos negativos del objeto abordado, dando por hecho que las generalizaciones en las que él/la ensayista incurre, serán tomadas con una cuota justa de escepticismo, de modo que el lector, a diferencia de otros textos, forme parte activa en la lectura de esta escritura que es deliberadamente una conversación, en tanto subraya que el sentido (la dirección del texto) va de un yo a un tú, haciendo que tanto los significados que extrae el tú al que va dirigido, como el texto mismo, sean diferentes en cada lectura, porque las intenciones del yo que lo escribió, fue modificada una y otra vez por la experiencia de esa escritura. Para los que se bañan en un mismo ensayo, fluyen otras y otras aguas, diría Heráclito con mayor precisión.

Ambas ideas muestran un vínculo radical del ensayo con la vida, evidenciado en su carácter performático, en su puesta en evidencia de la escritura como acción. Es por eso que el ensayo literario no se dirige solo a un público exponiendo saberes, sino sobre todo a saber qué se puede saber sobre el objeto abordado, sea este una obra de arte, un problema moral, una idea, una ciudad o sus habitantes.

El yo y el tú mencionado antes, también habitan el cuerpo de él/la ensayista, aplicando su gesto escéptico, primero, consigo mismo y sus certezas: las interrogan, le buscan fallas y virtudes, potencias o puntos flacos, y en ese ejercicio las páginas aumentan, las intuiciones devienen formas poéticas de argumento; también otras tantas son descartadas o transformadas mientras no solo escriben el ensayo sino que, a brincos y a saltos, el ensayo se escribe.

Pero como este suplemento se hace acá y ahora, surgió la pregunta por el ensayo en Latinoamérica y Chile. Por antes y por ahora.

Conducidos por las limitaciones del espacio, elegimos tres personas para conversar sobre el género.

Algo más allá del lenguaje

Hablamos, en primer lugar, con Hugo Herrera Pardo, profesor de la Universidad Católica de Valparaíso y editor de dos libros del crítico y ensayista uruguayo Ángel Rama (1928-1983). La querella de realidad y realismo (Mímesis, 2018) libro en el que Hugo selecciona, presenta y anota, de la obra de Rama, los ensayos destinados a la literatura chilena. También de Las máscaras democráticas del modernismo (Mímesis, 2021)

— ¿Por qué te interesaste en Rama al punto de editarlo?

— Es que el caso Rama entrega materiales para volver sobre discusiones que pueden tomar dimensiones bien metafísicas, me refiero a ideas como el canon, por ejemplo, o lo institucionalizado. Rama es parte de una constelación canonizada, pero no hay grandes ediciones de sus textos. Y con grandes me refiero a las tiradas, al alcance de sus libros. La edición Tajamar de La ciudad letrada (2004), que entre nosotros lleva quince o veinte años formando parte de las librerías o la vida universitaria, es una edición desconocida fuera. No tiene edición en Casa de las Américas, por ejemplo. No hay ediciones latinoamericanas de La ciudad letrada o Transculturación narrativa. Muchos de sus textos nunca más se volvieron a publicar. Eso me llevó a sumergirme en el archivo Rama.

— ¿Dónde viste ese archivo?

— Antes que la sucesión empiece a presentar situaciones bastante inhibidoras en términos de derechos y publicación, hay una suerte de comienzo esperanzador. Se publican tres libros póstumos. Y también un catálogo, Bibliografía y Cronología de Ángel Rama (Fundación Ángel Rama, 1986), que hacen dos ayudantes que tuvo. Y ahí está catalogada toda su obra. Desde sus primeros textos de fines de la década del cuarenta hasta los años posteriores a su muerte.

— Y para el ensayo como género ¿qué implica la obra de Rama?

— Un alcance que se podría hacer desde Rama sobre los últimos años del ensayo, cuando se trata de mirarlo en perspectiva y en contraposición a la escritura más burocratizada adoptada por la universidad en los artículos o papers, tiene que ver con la escritura. Hay una cosa de escritura en el hecho de que los papers trabajan con la comunicabilidad, en cambio el ensayo, y Rama era un ensayista, transita un más allá del lenguaje. Lo que implica toda una política de lectura. Uno cuando lee un ensayo no solo busca algo que sea aprehensible sino que va por algo no dicho que está en el texto.

Por otra parte, algo que me interesa mucho en Rama es su relación con la teoría. Su escritura está atravesada por ese gran cambio. Si te fijas, la gran década de la teoría es la de los sesenta. Rama se forma en los cuarenta y cincuenta. Entonces hay una gran parte de su trayectoria que no calza con esa profesionalización del crítico de literatura que empieza a ocurrir en los sesenta a nivel latinoamericano. Ahí se forman muchas carreras y muchos críticos van a surgir de ahí. Pero Rama ya tiene una experiencia previa a esa universitarización de la literatura. Entonces, si bien inicia, como todos, en esa década una relación muy cercana con la teoría, no adquiere la forma mucho más estabilizada con la teoría que se pueden encontrar hoy por hoy y desde hace mucho tiempo, que tiene que ver con la cita o la paráfrasis. Acá están las fuentes con las que él trabaja, pero hay un diálogo con esas citas, no articulan completamente la propuesta o el texto. Están exhibidas o expuestas, pero también están confrontadas. Eso me parece muy interesante de Rama, porque hay una reificación con la teoría, y eso ha impactado a la escritura.

Fuera de la malla curricular

Para el ahora decidimos ir hacia un ejemplo en extremo híbrido, incluso por su lugar de aparición. Arresten al santiaguino! (Overol, 2018) es el único libro en prosa del poeta Mario Verdugo, consistente en perfiles sobre autores de provincias poco conocidos o directamente invisibles ante el ojo central, curiosamente publicados en un medio del centro, The Clinic.

— ¿Entendés Arresten al santiaguino! como ensayo?

— No al punto de haberlo mandado a un concurso en esa «línea», por pánico a la inadmisibilidad. Ahora, como se trata de una exploración biográfica cruzada con cuestiones territoriales, de manera que se va armando una especie de perspectiva que trasciende a los individuos y a las obras específicas, sí entiendo que podría calificar, aun teniendo en cuenta lo que hay ahí de ficción. Capaz que si le aplicamos al libro ese que mencionas un checklist flexible como el de Teodoro Adorno o el de Martín Cerda o el de Juan Villoro, tengamos igual un ensayo. Un ensayo sobre el geoestatus en la literatura chilena.

— ¿Qué tienen los ensayos que te gustan leer?

— Prefiero los que se animan con fuentes dudosas, los que ofrecen juguetes despreciados por nuestras burguesías importadoras, los que se sitúan en escalas distintas a las del informe meteorológico y el himno de Colo-Colo, los que llegan a bullir de extranjerismos entendidos a medias, los que no se contentan con subversiones ya contempladas por nuestra malla curricular ni se agotan en temas-osos-panda (de esos a los que nadie en su sano juicio se atrevería a molestar hoy por hoy), los que fuerzan metonimias, los que traen fotos y diagramas, los que son más cívicos que mágicos o desacralizadores, los que hablan fuerte y claro sobre la plata.

— ¿Cuál es la relación entre la teoría y tu escritura? ¿Cómo lidiás con ella?

— Me gustaría que aparecieran relaciones horizontales cuando me enfrento a ese dilema, o sea, no veo ni quiero emplear la teoría solo como una escritura-guía, necesariamente más alta, más difícil, más respetable, a la manera que predomina entre algunxs estudiantes de posgrado. No dejo de leer teoría y hago lo posible por entenderla, pero sin perder de vista que estoy haciendo tonteras en el pasaje Las Carabelas de Santiago Centro o en la Villa Galilea de Talca y que, por lo tanto, siempre se tratará de teorías medio chacreadas. Tampoco me parece que debamos avergonzarnos de citar a este o al otro caballero reputado, ni de llenar la página de neologismos. Como las batallas de memes o como Billie Eilish, la teoría es parte de nuestro entorno sígnico (ya que estamos) y para percatarse de ello basta con darles un vistazo a las murallas y los cajeros automáticos de por acá cerquita: en los rayados hay todo un listado de referencias bibliográficas, ¡es para quedar como rey/reina en Scopus!

— ¿Considerás al ensayo como un género poco cultivado en Chile?

— Me falta una visión lo suficientemente exhaustiva, siquiera panorámica al respecto, pero intuyo que entre los «creadores» se le valora pocazo, se le considera un género menos literario que la poesía o la novela, un género carente de emoción y de genio, muy fome al lado de tantos poemas y relatos emocionantes y geniales que se editan en el país. Por el bando de los «pensadores» (pucha, con esta miserable distinción «creadores/pensadores» ya estaríamos quedando fuera en la qualy de cualquier certamen ensayístico), continúa arrinconado por la hegemonía del paper y, al contrario de lo que ocurre con el grupo anterior, se le hace ascos por su carencia de rigurosidad y sus excesos emo. Afortunadamente hay gente que se ha ocupado de impugnar tal hegemonía cientificista, desde Nelly Richard a Grínor Rojo y Andrés Claro, por nombrar tres casos queribles y con reputación académica, sin olvidar las excelentes tretas escriturales que día a día surgen desde el columnismo.

En la obligación de demostrar nada

La tercera elegida del aquí y ahora es una editora, pedagoga y creadora del género, ganadora del Premio Mejores Obras Literarias 2019 en inédito. La escritora Macarena García Moggia, además de autora del libro de poemas Aldabas (Edicola, 2016), y la novela Maratón (Cuneta, 2017), es investigadora, profesora y editora del sello Mundana, en cuyo catálogo hay ensayos vinculados con las artes visuales o el pensamiento en los que, en algunos casos, los límites que los definirían se empañan u opacan hasta el punto de permitirnos ver otras cosas. Son los casos de Federico Galende y su Retrato del artista como samurai (2020) o Cynthia Rimsky con su En obra (2018). Hablamos con ella:

— ¿Según vos, de qué está compuesto un ensayo para ser tal y no otro tipo de texto?

— Yo creo que el ensayo es una forma de la escritura, de una escritura que se permite seguirle el pulso a las ideas, y en ese sentido vacilar, abrirse a la experiencia vinculada a ellas. Un ensayo está hecho de pensamientos, reflexiones, meditaciones, imágenes —sobre todo imágenes—, recuerdos… Todo lo que hace que las ideas se anclen en un cuerpo y en una voz, y no valgan absolutamente nada por sí solas. 

— ¿Considerás que existen diferencias entre el ensayo en tanto género literario y el ensayo como epíteto para textos producidos en/para ámbitos académicos?

— Claro, ¡muchas! Cada vez más, incluso. Pienso que no hay nada más aburrido que la argumentación, y  peor aún, la demostración. Una diferencia sustancial es que en el ensayo como género literario no nos vemos en la obligación de demostrar nada. Basta con mostrar, con encontrar el modo de mostrar mejor, de proyectar una luz singular sobre las cosas, para que aparezcan.

— ¿Qué tienen los ensayos que te gustan como lectora?

— Tienen de todo. Momentos narrativos, momentos especulativos, elementos biográficos y también bibliográficos. Es decir un diálogo consigo mismo y también con otros autores. Porque el ensayo, pienso, es sobre todo un género lector. Es un género solitario, de mesa de trabajo, ventana o sillón, como decía Cynthia Ozick. Pero sobre todo, los ensayos que me gustan tienen poesía.  

—¿Qué anhelos tenés, en términos formales, como editora respecto de libros del género?

— Explorar formas híbridas de la escritura de ensayos, con sus derivas hacia la filosofía, la crítica de arte, la crónica literaria, el perfil biográfico, la poesía, el relato, la visualidad. En el fondo, no creo que el ensayo sea un género puro. Y me interesan especialmente esos bordes, esas fronteras permeables entre los géneros, al punto de ser inexistentes.

— Como autora, ¿qué te permite el ensayo que no la novela o el poema?

— Sabes, sospecho que hay un valor muy importante en el ensayo, y es la claridad. Al leer un ensayo, nadie quiere demorarse lo que se demora en ingresar en un poema. Porque yo creo que en esa demora, justamente, está el poema. En cambio del ensayo espero que sea capaz de tomarle la mano a quien lo lee para conducirlo amablemente hacia sus territorios. ¡Que por lo demás son los territorios del yo! Virginia Woolf decía que no hay género más narcisista que el ensayo. Tiene razón. Tan narcisista que incluso nos hace creer que puede ser interesante para los demás lo que en verdad no es más que un conjunto de imágenes y reflexiones que necesitamos poner en orden para que nos dejen en paz.

— Por último, si tuvieras que recomendar ensayistas, lxs que más te interesan, ¿cuáles son?

— Natalia Ginzburg, Elias Canetti, Joseph Brodsky, John Berger. Todos narradores, también, o poetas. Últimamente he leído con mucho interés a Rebeca Solnit. Me encantan los ensayos, también, de escritores argentinos como César Aira, Alan Pauls o María Gaínza, muy distintos entre sí. Y en Chile me interesa mucho lo que hacen con el género Lina Meruane, Roberto Merino o Gonzalo Maier, siempre desde lugares medio mezclados, medio contaminados.